martes, 31 de mayo de 2011

"Velocidad de los jardines", de Eloy Tizón

En alguna pretenciosa entrevista a Eduardo Mendoza o Vargas Llosa surge el tema del fin de la novela. Nunca he visto que se plantee el más lógico asunto del fin no ya del cuento, un concepto caduco, sino del relato corto, cuestión más pertinente por cuanto es un territorio completamente explorado, cartografiado y delimitado por cuatro puntos cardinales, Poe, Chéjov, Borges y Cortázar. Después de ellos se puede intentar alcanzar su nivel pero no parece posible escapar a su influencia. Únicamente poetas como el brillante Felipe Benítez Reyes, magistral en la narrativa breve pero extraviado en la novela, son novedosos, frescos  e interesantes. Eloy Tizón y su "Velocidad de los jardines" confirman esta opinión. Hay que bordear la poesía o desde ésta asomarse al relato corto para que, de esta mezcla, surja algo nuevo, magnífico, no perfecto pero con un nivel medio muy alto.

Buscando "Labia" o "Seda salvaje" me encontré y conformé con estos once relatos escritos hace prácticamente veinte años, y que Editorial Anagrama ya sólo publica en su colección "Compactos". La elegancia, profundidad y consistencia de este libro le hace aspirante a perdurar en el tiempo, a vencer al olvido, a ganarse el favor de la memoria y que ésta le otorgue inmortalidad. Para ello habla precisamente de eso, de los recuerdos, de lo que quedará, de lo que nos sobrevivirá. Y se sirve de sobrios personajes, solitarios o desencontrados, cuyas vidas dejarán efímera huella que el autor reivindica.

Esta colección de relatos respeta una sutil unidad ambiental, temática y formal que, a la vez, evoluciona uniformemente de tal modo que el primero y el último son totalmente distintos. El primero, presentación y declaración de intenciones, es un poema. Las frases son más versos que oraciones. Las imágenes propuestas son hermosas, interesantes y evocadoras, pero demasiado abstractas para la prosa. La narrativa de la vida se pierde con el paso del tiempo. La memoria, los recuerdos quedan reducidos a imágenes, perdiéndose el argumento.Y sin narración no hay prosa, hay poesía.

A partir de ahí los textos mudan de una abstracción poética hacia relatos más convencionales. Es un proceso inverso al de nuestra existencia, un intento de recuperación y lucha contracorriente perdida ante el paso del tiempo. Similar cambio se da en la localización temporal, que va de ambiguas referencias a claras pistas para situar en el tiempo las historias.

En esta evolución, "Villa Borghese" es el punto medio en el que se da el equilibrio perfecto entre poesía y prosa. Un relato elegante y evocador, donde aparece Chéjov revisado y actualizado. Hasta ese momento lo leído era novedad. En adelante se recupera el control, se posan los pies en un mundo reconocible. "Austin", "Familia, desierto, teatro, casa" o "En cualquier del atlas" son relatos interesantes pero irremediablemente se percibe la presencia de los dos argentinos, del ciego y del francés. Sólo falta a la cita Poe.

A esas alturas poco importa que se vean algunas calvas. La sensación general es tan grata por lo anterior que parece lógico que "Velocidad de los jardines" sea merecedor de ser incluido en listas de libros más importantes de los últimos 25 años, y Eloy Tizón considerado, por ésta y sus otras obras, uno de los autores con más futuro.

lunes, 23 de mayo de 2011

"Vicio propio", de Thomas Pynchon.

Hay dos escritores americanos muy considerados por la crítica, con ese atractivo aire de autor de culto y para minorías, por los que sentía curiosidad. Sus libros son difíciles de encontrar en el mercado de segunda mano, y los que aparecen lo hacen a precios altos. Eso servía de excusa, porque la curiosidad estaba mezclada con el temor. Temor a no entenderlos y sentirte estúpido, o a que  sencillamente no te gusten o te aburran y, por ello, sentirte poco profundo.

T. Coraghessan Boyle y Thomas Pynchon.

El mes que viene prometo enfrentarme con el primero. Ahora es el momento del segundo.

Thomas Pynchon, al estilo de J. D. Salinger, es un escritor misterioso, del que se tiene muy poca información personal, que, por la razón que sea, protege su vida privada de los medios de comunicación, y cuya literatura, muy celebrada, es calificada de densa, compleja, dispersa... Atractiva y disuasoria. Obras como "Mason y Dixon", "Arco Iris de gravedad" o la penúltima "Contraluz", todas con más de mil páginas, eran montañas demasiado altas para escalarlas sin un entrenamiento previo. Este año Tusquets Editores ha publicado "Vicio propio", una novela de género negro, más accesible para un lector medio y con un tamaño que no asusta.

La primera regla entre drogatas es no meterle un alucinógeno a alguien si avisarle. Palabras del protagonista. Quien lea "Vicio propio" sabe que, más o menos en esencia, va a leer a Thomas Pynchon con todo lo que ello supone. Y lo que él ofrece es un viaje nostálgico a una época inocente y lúdica, que parece regida por unas sutilmente diferentes leyes físicas, psíquicas, por supuesto las químicas, e incluso las que gobiernan el continuo espacio-tiempo.

También las normas lingüísticas son distintas, lo suficientemente similares a las nuestras para sean comprensibles, pero cuyo resultado son unos diálogos brillantes, reales, inteligentes, eficaces y con un gran sentido sentido del humor que provoca alguna carcajada. Y eso a pesar de que, con la traducción, pierdan eficacia los juegos de palabras o de la diferencia cultural, y la consiguiente pérdida de información proporcionada por las continuas referencias musicales, reales o apócrifas, a personajes, acontecimientos o a modelos de vehículos.

En este mundo post-Charles Manson y sus chicas únicamente hay un detective al que acuden tanto ex amantes como desconocidos, tanto la policía como los federales o amantes fiscales en busca de ayuda o información. Un detective que no se sabe cómo sobrevive porque nadie le paga y a nadie cobra, lo cual no tiene importancia porque todo, menos la droga, se adquiere en mercadillos callejeros de saldos y liquidaciones.

Con la excusa de la búsqueda de no me preguntes cuántas personas se inicia lo que es fundamentalmente una experiencia literaria que, como cualquier viaje alucinógeno, puede ser un buen o mal viaje, depende de quien lo haga. Dos libros y una película me han venido a la memoria mientras leía este libro. La película es "Harper, investigador privado", por su millonario desaparecido, por Pamela Tiffin en bikini bailando en el trampolín y por su sacerdote de una religión de nueva creación con un templo en forma de cúpula construido arriba en las colinas con el dinero de millonarios incautos. Los libros son "El martillo azul", de Ross MacDonald, por su estructura clásica de novela negra con investigador privado y cuyo detective Lew Archer es el origen de Harper, y "El manuscrito encontrado en Zaragoza", de Jan Potocki, no sé muy bien porqué.

 Entre la niebla contaminante de la ciudad y los humos de canutos y cigarrillos mentolados, van apareciendo una serie de personajes peculiares y estrambóticos, todos tratados con cariño y simpatía. Pero, junto con la marihuana, una religión o cultura con sus ceremonias, rituales, normas y secuelas, los verdaderos protagonistas que envuelven e impregnan este universo de playas y paseos marítimos, surf y música, sexo y drogas, minifaldas y parkas militares, corrupción policial y abuso federal, coches y harleys, bares y apartamentos con vistas a los amaneceres sobre las colinas o a los ocasos sobre el mar, son la paranoia y las sospechas de conspiración que supuran tanto ciudadanos como fuerzas de orden. Son los vicios propios de aquella sociedad.

Y cuando cunde el desasosiego porque este viaje circular y repetitivo parece no llevar a ningún sitio, de alguna forma, de acuerdo con alguna onírica lógica, las cosas van encajando en su sitio y todos los frentes abiertos se cierran.

Son certeros los que hablan y escriben sobre Thomas Pynchon. No es fácil, pero es muy bueno. Es una obra exigente, que reclama tesón al lector, pero no hay que tenerle miedo, merece la pena el esfuerzo. Se ha de probarlo todo y, como su lectura ha sido un disfrute y un placer, después de este viaje estoy dispuesto a degustar y saborear cosas más duras de este autor.
Más información sobre: "Vicio propio" y Thomas Pynchon

miércoles, 11 de mayo de 2011

Andrea Maria Schenkel

Después de buscar información acerca de esta mujer con la que iniciar este comentario sobre sus dos obras publicadas hasta ahora en España, ambas por Ediciones Destino, la conclusión a la que te conducen todas las reseñas, que parecen copiadas de la de la página de la editorial (Planetadelibros.com/Andrea Maria Schenkel), es a pensar que Andrea Maria Schenkel es una sencilla y familiar ama de casa que decidió escribir un libro el cual, pese a ser publicado por una pequeña editorial, fue un éxito en Alemania y reconocido con diversos premios (el Deutscher Krimi Preis 2007 o el Friedrich-Glauser 2007 a la primera obra) cuyos exóticos y sónoros nombres hacen presumir un gran prestigio. Muy atractivo.

Después de leer las dos novelas se confirma que el género negro se ha convertido en un saco demasiado grande donde cabe cualquier cosa que incluya uno o varios asesinatos.

La distancia, argumental o estética, no de calidad, entre Andrea Maria Schenkel y, por ejemplo, Walter Mosley, es lo suficientemente grande como para considerar que son paisanos de aldeas, pueblos o incluso comarcas distintas, cada una con su propio paisaje y folclore, de una misma provincia cuyo nombre no debería ser, en este caso, el mismo que el de su capital, la novela negra.

"Tannöd, lugar del crimen"  tiene cadáveres. Sí, unos cuantos. También tiene un misterio, un asesino por descubrir, pero no por ello es una novela negra, ni tampoco pertenece a la comarca de las novelas detectivescas. Es, nunca mejor dicho, una novela rural, de un pueblo alejado, una novela fronteriza con otros géneros. La intriga no proviene de la historia, bastante sencilla, sino de su inteligente estructura.

Es un mosaico, un puzzle, y las teselas forman el relato de un asesinato múltiple ocurrido en una granja, remedo de un crimen real ocurrido en 1922 y trasladado por la autora a mediados de los años 50. Las piezas están desordenadas en lo temporal, por lo que hay que ir descubriendo la secuencia de los acontecimientos ocurridos en un período de cuatro días, y también en lo subjetivo, al utilizarse la primera persona en los testimonios de los vecinos, la tercera en el relato de los hechos y al saberse en unos casos quién habla mientras en los otros no se indica la persona que protagoniza los actos.

El resultado es que, de una forma extrañamente natural y, a la vez, efectiva se presentan todas la circunstancias que concurren, todas las posibilidades, proporcionando la última pieza la solución. Pero los acontecimientos delictivos son una herramienta, una excusa para mostrar la vida de la Alemania rural de la posguerra, que se está recuperando de la guerra, una vez que los hombres han terminado de llegar después de haber estado presos. El que los hechos reales en los que se basa ocurrieran más de treinta años antes de cuando son situados en la obra indica el retroceso que la guerra supuso para esa gente. Prácticamente se volvió a la Edad Media, con las vidas dedicadas a la agricultura, trabajando el campo a destajo con escasos medios y con el único consuelo, guía y temor que otorga la religión. Un mundo rural que, treinta años después, vuelve a sentir la presión del atractivo ejercido por la ciudad y trabajo más cómodo en las fábricas.

De  "El expediente de Josef Kalteis" se puede decir que, pese a las diferencias existentes, se trata de una novela muy similar a la anterior al compartir una misma estructura o, por el contrario, que, tras una apariencia similar, las diferencias son notorias. Gana la segunda opción.

La semejanza en la estructura afecta a la originalidad pero no a la eficacia, que tiene en este caso un destino distinto. El enigma no consiste en saber quién es el asesino, conocido desde el título, sino en construir su personalidad, conocer las motivaciones y razones por medio de unas piezas esta vez sí ordenadas temporalmente pero hacia atrás, hacia el principio, hacia lo relevante, el porqué. Se trata, por ello, de una novela no resuelta, abierta a interpretaciones, menos caótica que la primera. No más organizada sino con un orden más sencillo, con tres partes entremezcladas, pero bien definidas.

Y más negra también, por su ambientación urbana, por el criminal y por el tipo de delitos que comete. Pero no es el objetivo la descripción de la vida en el Munich nazi. Si así fuera no quedaría totalmente al margen el componente político que en aquellos años treinta, y más en la cuna del régimen, lo dominaba todo y se imponía en cualquier aspecto de la vida y el pensamiento. Más bien la misión es la de mostrar lo fácil que lo tiene el mal, lo irracional y absurdo de su comportamiento, confrontándolo a la indefensión de las víctimas, a la corrupción de la inocencia por la ciudad y sus peligros. Todo plenamente vigente.

No creo que nadie llegue engañado a leer estas obras. No son novelas de género, pero no son vendidas como tales. Son atractivas, como lo son los frutos del mestizaje.