sábado, 29 de octubre de 2011

"Hotel DF", de Guillermo Fadanelli


Desesperan y acomplejan este tipo de novelas, tan arrogantes y evidentemente pretenciosas.

Desesperan por el agotador, continuado e infructuoso esfuerzo que exigen, es como nadar contra corriente, y acomplejan por la frustración con la que premian su lectura.

Hay que ser un genio para prescindir del argumento durante casi trescientas páginas y lograr que la cosa funcione. A la narrativa se le llama así por algo. El que fracasa en el intento queda como un osado inconsciente, y los que lo leen dudan si son más estúpidos por no comprender lo leído o por la voluntaria y consciente pérdida de tiempo. Ya que Guillermo Fadanelli no engaña.

Las sospechas se confirmarán. Por mucho que el desarrollo esté salpicado con gotas de agudeza, detalles de ingenio, granos de maíz que, cual pita caleyera, va picando el lector, quien alimenta con ellos su esperanza y justifica la tarea, éstos no son más que cebos que perpetúan el embeleco, y definitivamente se ratifica que lo propuesto al comienzo es lo mismo que se va a encontrar en el nudo y con lo que se corona el desenlace.

No escribe mal Guillermo Fadanelli. Todo lo contrario. "Hotel DF" está llena de pequeñas y repetidas muestras de talento. En la corta distancia es hábil, muy certero en sus observaciones, una avalancha de greguerías eficaces, brillantes, dignas de ser recordadas y citadas en ocasión propicia. Así logra que se prorrogue la esperanza.

El problema está cuando la unidad de medida se amplía. Entonces esas virtudes se envuelven en un código y una lógica particular y distinta, un lenguaje de signos privado, que constituyen un mundo errático, sin fronteras definidas, poblado por personajes desnudos, desollados, dados la vuelta como calcetines. La experiencia se convierte en un extenuante e incómodo paseo solitario a través de una espesa niebla con periódicos claros que permiten atisbar luces o reconocer espacios, rodeado de ruidos que a veces se interrumpen, consintiendo la comprensión de una palabra, frase o conversación.  

No es que no esté clara cuál es la intención y el objetivo del autor. Una explicación, las claves, el modelo, la aspiración están en las páginas 168 y 271. También se pueden encontrar algunas pistas en las reflexiones sobre el arte de las páginas 225 y 226. La duda se plantea ante un resultado tan confuso y farragoso.

Un collage, una mixtura a la que le falta un tronco que la vertebre y la sostenga, que ansía, sin necesidad de bastidor, y por eso se cae, conformar un retrato. De cerca se percibe buena mano en las pinceladas, una interesante elección de colores, pero al alejarse lo que se ve no es Lincoln, tampoco José Doroteo Arango Arámbula, que sería lo propio, o por lo menos Paulina Rubio. Si el propósito era mostrar un mural actual de Diego Rivera renacido, éste se queda incomprensible, cojo e incompleto. Hasta las grandes pinturas del mexicano tenían argumento y no sencillamente cuatro hilos conductores, cuatro señuelos que persigues inútilmente.


Son más eficaces obras sencillas, humildes, o aquellas que cuentan una historia y a partir de ella construyen un producto más complejo, con una simbología abierta y la posibilidad de varias interpretaciones, al menos una comprensible.


Más información sobre "Hotel DF" y Guillermo Fadanelli

sábado, 22 de octubre de 2011

"El ángel caído", de William Hjortsberg


De vuelta con el tema. En el extremo opuesto a las mencionadas en la anterior entrada está la que, sin duda, edita los ejemplares más cuidados, la más preocupada por la calidad de sus productos. Editorial Valdemar  compensa un nostálgico y minoritario catálogo no teniendo que pagar derechos de autor, y justifica sus precios con la oferta de unos objetos hermosos, y cotizados en el mercado de segunda mano.

Su labor es arqueología o ecología literaria. La mejor forma, en algún caso la única, de tener en la biblioteca determinados títulos, o de que sean lo suficientemente atractivos para estar en una biblioteca. Clásicos y otros que no llegan a tales, libros todos que deben ser leídos para saber de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta aquí, literariamente hablando, y para descubrir, que sólo unos pocos se mantienen vigentes, más o menos reconocidos, que los grandes también escriben piezas menores, que hay obras más grandes que los autores que pusieron toda su genialidad en ellas, o que la mayoría fueron relevantes o populares en su momento pero apenas son ahora amenas curiosidades superadas.

Sea como sea, la propuesta es lo suficientemente amplia para que cada cual encuentre en él algún volumen ignorado que se ajuste a sus gustos y le sorprenda.

Publicada en 1978, "El ángel caído" es todavía joven para saber qué lugar ocupará en la historia. Probablemente nunca llegará a ser un clásico, entendido como una referencia o punto de partida a partir del  cual la literatura se desarrolla siguiendo un nuevo camino, pero sí, y eso explica su presencia en el índice de la colección "Gótica", una de esas deliciosas rarezas tan originales que constituyen por sí mismas un subgénero.

William Hjortsberg escribió una estupenda y ortodoxa novela negra, de ritmo vertiginoso y lectura fácil, con mucho diálogo afilado, descripciones breves y las reflexiones justas. En la que aparecen los personajes esperados, abogados engolados, secretarias neumáticas, taxistas sedientos de acción, maîtres arrogantes, músicos desencantados, policías escépticos, taquilleras aburridas, representantes de artistas felones, borrachos bien informados apostados en la barra del mismo bar, y millonarios sin escrúpulos con hijas consentidas. Por supuesto, también un detective sarcástico y tenaz. Todos ellos en ambientes de bares y locales de jazz llenos de humo, restaurantes franceses de moda y despachos pequeños con puertas de cristal esmerilado, un rótulo pintado en ellas y grandes mesas, que esconden botellas de bourbon en sus cajones.

Una novela que homenajea a Nueva York y aprovecha todos los escenarios que ésta proporciona, Central Park, el edifico Crhysler, el Waldorf, la Navidad en Times Square, los túneles del metro y sus estaciones abandonadas, la calle 42, los locales de jazz, Harlem, Broadway y el parque de atracciones de Coney Island.

Si esto se combina con transmutación de almas, ritos satánicos, vudú, misas negras, trucos de magia, sacrificios, pactos diabólicos y cartomancia, y se integra coherentemente el resultado es una historia única, sencilla y original.

William Hjortsberg  fue también el responsable del guión que dio lugar, ocho años más tarde, a la mítica película "El corazón del ángel" ("Angel heart") protagonizada por el ídolo caído Mickey Rourke y la deseada Lisa Bonet. Más allá de compartir un comienzo y una trama básica, hay diferencias entre la novela y la película, consecuencia unas de la necesidad de decorados más variados, vistosos y oportunos como los que proporciona Nueva Orleans, y otras, lógicas, del obligado uso de lenguajes, simbología y ritmos distintos.

la conclusión es que la novela es más sobria o académica, pero desarrolla y, sobre todo, explica mejor la historia. Porque mucho Robert de Niro pelando huevos duros, mucho Mickey Rourke sudoroso y con gafas ridículas y mucha Lisa Bonet lavándose el pelo con la camiseta mojada, pero por más que vi la película tres veces nunca entendí bien lo que hizo Johnny Favorite.

Más información sobre "El ángel caído" y William Hjortsberg

martes, 18 de octubre de 2011

"Las cinco muertes del barón airado", de Jorge Navarro


Comencemos con una denuncia. Le ha tocado a Seix Barral, ya que el libro se me deshace entre las manos. Esta editorial, al igual que Mondadori con su colección Roja & Negra, se ha unido al grupo que pretende que paguemos a precio de libro cosido libros encolados. Esta protesta estaba reservada para cuando me topara con la colección de novela negra de RBA, el caso más escandaloso porque, si Seix Barral ahorra además en cola, la otra lo hace en papel ofreciendo unos ejemplares mínimamente más grandes que los de bolsillo. Hay más editoriales, pero su humildad y la necesidad de austeridad les absuelve; sólo me quejo de las que tienen un prestigio y una capacidad de venta que hacen esta política vergonzosa.

Para una vez que creo entender el significado de las citas con las que los autores suelen adornar, como prólogo, sus obras, no voy a perder la oportunidad, porque en el caso de "Las cinco muertes del barón airado" son ilustrativas.

La primera, de Soledad Puértolas, es una advertencia de lo que uno va a encontrar; la combinación de realidad y ficción, la amalgama de acontecimientos históricos y fabulosos, la mezcla de personajes inventados y reales, la atribución a éstos de comportamientos, ideas y palabras ciertas o falaces, con la única intención de que el resultado sea plausible. Objetivo conseguido.

Jorge Navarro quería escribir una novela y lo ha hecho. Sabía que podía y lo ha demostrado. Una obra modesta, honrada, amena y nada pretenciosa en sus dos primeros tercios, y que evidencia mucho trabajo de hemeroteca y esfuerzo para recrear acertadamente un momento, su elenco, la geografía, los ambientes y las circunstancias sociales y políticas que lo conformaron.

La segunda cita, de Cristóbal Serra, es una muestra de inseguridad, una disculpa anticipada e innecesaria ante el temor de caer en el folletón. Si "En manos del diablo", de Anne Marie Garat, es un desbordante homenaje a dicho género, Jorge Navarro no puede evitarlo al situar su historia en una época en la que éste está en boga, al estructurar la trama necesariamente como un enredo, al trabajar con unos personajes inevitablemente tópicos que suenan a eso, y al dibujar con ironía sus pasiones y obsesiones, bordeando en algún momento la caricatura, pero a la vez contenido por el respeto al trabajar con figuras históricas.

Cuando lleva dos tercios escritos Jorge Navarro se da cuenta de que lo que está haciendo es meritorio pero no suficiente; necesita una justificación, encontrar o demostrar el sentido de su obra. Es entonces cuando la obra da un giro, se oscurece, la narración se adereza con una serie de reflexiones tanto existenciales como sociales, unas más obvias, pequeñas y huecas que las otras, y finalmente el autor no es capaz de cerrar la historia sino que la deja languidecer y apagarse. Y es consciente, a la vista de algunos argumentos (páginas 308 y 325), excusas más bien, aplicables válidamente al narrador y al autor.

"Las cinco muertes del barón airado" no es ni mucho menos una novela redonda. Es una novela entretenida que, no sabiendo a dónde ir, se cae en el último tramo. Tampoco es ambiciosa, simplemente tenía la ilusión de escribir y esto lo logra con algo más que dignidad, con eficacia incluso, en su mayor parte. El problema está más en la concepción que en la capacidad narrativa de Jorge Navarro. Por ahora prueba que cuando tenga una idea bien rematada nos ofrecerá un producto atractivo y de calidad. Algo se atisba.

Quiero cerrar con dos objeciones.

Página 120: "Gerbex prohibía a sus discípulos que se abstuvieran de coger los pinceles si no estaban satisfechos de lo que veían a lápiz". Prohibir que se abstenga alguien es lo mismo que exigir que se haga algo, y no creo que eso sea lo que Jorge Navarro quería decir en este caso.

Página 164: "Rita, que desde la muerte de su madre, le ayudaba a cuidar la finca y la casa rectoral, estaba caída en el suelo, desnuda...". ¿A quién ayudaba Rita? A su madre muerta no, por supuesto. Dando marcha atrás, al primero que nos encontramos es al barón. No veo al barón en la huerta o limpiándole la casa al cura. Tenemos que ir a la página anterior para entender que es a su padre, el masovero, a quien asiste. Me parece una interpretación muy amplia y discutible de la regla sobre el uso de los pronombres, con la que no estoy de acuerdo.

Más información sobre "Las cinco muertes del barón airado"

miércoles, 12 de octubre de 2011

"Purga", de Sofi Oksanen.


Demasiado ruido para no tantas nueces.

No llego a decir que me la hayan vuelto a colar, porque no está mal, pero apenas justifica la expectación previa, las eufóricas noticias sobre su publicación, la pugna por sus derechos en la feria de Frankfurt, en la que salió victoriosa Ediciones Salamandra, o los calificativos hinchados. Sin todo eso, "Purga" sería una novela más, que pasaría por las librerías sin pena ni gloria, llamando seguro la atención en determinados círculos, aunque incapaz la fuerza del boca-oído de elevarla a la notoriedad. 

No sé si lo será, pinta no tiene, pero a Sofi Oksanen le sobran aptitudes para ser una gran surfista. Tiene instinto, sabe dónde y cómo colocarse para coger una ola y mantenerse en la cresta. Elige unos temas preocupantes, merecedores, por supuesto, de denuncia, y a la vez, eso es lo importante, en boga y políticamente correctos; los aprovecha, escribe algo digno, nada más, se agarra fuerte y deja que la corriente de opinión, la publicidad, el mercado y la moda la alcen, que ya sabrá ella mantenerse a base de imagen, declaraciones y poses.

Mas por muy grande que sea la ola siempre se acaba en la orilla. ¿Y qué quedará? Aunque todavía es pronto, no le auguro que sea un grano de arena más grande que los demás.

El compromiso es importante, no suficiente. "Purga" denuncia y señala el trato y el olvido sufrido por un pueblo, el estonio, a lo largo del siglo pasado, cuáles han sido las circunstancias en las que ha tenido que vivir, describe cómo éste se ha comportado y cuáles las alternativas elegidas por sus ciudadanos ante las sucesivas ocupaciones. Se preocupa por su futuro, por el modo en que intenta adaptarse, cerrar heridas, y alcanzar una normalidad como país independiente. Es sólo la música de fondo, el paisaje, un contexto mucho más atractivo, real y mejor desarrollado que el núcleo.

El tema principal es una cuestión atávica y universal, aquí circunscrita a los últimos ochenta años de historia de territorios que formaron parte de la antigua U.R.S.S, el mal trato dado a la mujer, su dominación, marginación, humillación, explotación y violación; también la declaración y demostración de su fuerza, resistencia, valentía, sacrificio y de su capacidad de amar. Eso está muy bien y de actualidad. Otra cosa son los méritos literarios y el resultado.

A la obra le cuesta arrancar y se nota demasiado el ascendiente teatral, del cual únicamente se libera plenamente durante la segunda de las cinco partes en que se divide, con diferencia la más lograda, cuando se abre el plano, el escenario se muestra más amplio, la historia se agranda, unos personajes que amenazaban con caer en el maniqueísmo se muestran por fin complejos, la redacción es precisa y el ritmo constante.

La estructura elegida, un recurso literario legítimo, esconde bajo la superficial intención de presentar de forma paralela dos historias, otras soterradas y ambas fallidas, la de camuflar su origen teatral y la de alcanzar un clímax final sorprendente, para lo cual en determinados momentos es inconsecuente y, por lo tanto, tramposa.

Con unos temas tratados tan duros y conmovedores, choca que el resultado sea frío y distante. Entre las causas están tanto la teatralidad, de nuevo, como el abrir muchos frentes que, al ser tratados alternativamente, no logran la empatía del lector. Únicamente cuando se centra y mantiene en uno de los hilos narrativos, desarrollándolo, es uno persuadido por la obra.

El uso del lenguaje teatral tiene también sus virtudes, como la existencia de varios niveles de lectura e interpretación, o la propuesta de unas imágenes eficaces algunas e impactantes, brutales y faltas de sutileza otras.

No estoy enfadado, ni me siento estafado, simplemente estoy decepcionado. Y la decepción siempre es directamente proporcional a la ilusión depositada en una lectura. Cada libro es él y sus circunstancias, y si en algo éstas le benefician también es justo que le lastren. Seguro que si la hubiera leído sin condicionamiento previo alguno mi opinión sería distinta, si no más favorable sí más comprensiva. Pero en cualquiera de los casos hubiera dicho que las últimas veinte páginas son prescindibles, no sorprenden, no aportan casi nada, y lo poco que añaden podría haber sido incluido de otro modo a lo largo de la obra. 


Sinopsis y más información sobre Sofi Oksanen

lunes, 3 de octubre de 2011

"El grito", de Antonio Montes.


No me creo que esto fuera lo mejor que se presentó el pasado 2010 al Premio Café Gijón. Qué afortunado Antonio Montes, que se ve publicado por Ediciones Siruela. Qué engañados los demás.

Más altos que los gritos con los que se abre y se termina esta novela fueron mis aullidos, los berridos que solté en algunos momentos, concretamente a la altura de la página 174, o después al leer la 193 y 194. Luego uno se curte.

El tema de "El grito" es triste, un fallecimiento y el posterior velatorio en casa, la presencia de los familiares y las visitas de los vecinos, los pésames y las costumbres, las conversaciones y los pensamientos. Una tradición muerta en las ciudades pero que aún languidece en el mundo rural. Por el clima y las pistas que salpican el texto nos damos cuenta de que Antonio no ha salido de su pueblo. Hay una pátina de intemporalidad y sólo la mención de teléfonos móviles y de ordenadores domésticos sitúa la historia en el presente. La cosa va desde el amanecer hasta el atardecer y no tenemos que quedarnos toda la noche en vela, gracias a Dios y a una relación fraternal cuya presencia rechina y cuyo único sentido, tarde lo comprendemos, es permitir cerrar de alguna forma con un final tramposo y ni tan sorprendente ni tan ingenioso como desea. Aunque puede que sea yo, que para entonces tenía ya atravesada la historia, formada una opinión y no quería más que acabara, por favor, como fuera.

El desarrollo es deprimente. Porque a nadie le gusta enfrentarse a, verse reflejado en, un espejo que sólo muestre tus defectos, y porque, una vez te pones, a cualquiera le duele ver desperdiciada lo que en principio es una buena idea, más si aquello se transforma en un cruel y errático tormento.

Lo que pretende ser una demanda se convierte en el mayor de los delitos denunciados.

Un compendio de lugares comunes, frases manidas, de las que echamos mano cuando no tenemos nada que decir o cuando no queremos decir lo que pensamos. Una colección de todas las mezquindades y bajezas reconocibles y reales, nuestros defectos y miserias, que cuando nos son mostrados nos avergüenzan. Lo peor de nosotros.

El producto es decepcionante, superficial y ridículo. La cosa ya se anuncia mal desde bien pronto. En ese pueblo el aire cuando hace frío casi se puede masticar (página 13) y cuando es caliente casi se puede masticar (página 36); conclusión, allí el aire casi es masticable. Si en ambos casos la expresión estuviera en boca o, al menos, pensamiento de los personajes su uso estaría justificado, porque indicaría un latiguillo que viene bien en cualquier circunstancia, pero es que en la primera ocasión es el autor, como narrador omnisciente no como miembro de la comunidad, el que la utiliza.

Los diálogos breves, que mayormente reflejan tópicos, los gobierna, mas cuando los párrafos se extienden pierde el control y resultan artificiales. De las novedosas formas de presentar los diálogos (únicamente los diálogos, no los recuerdos ni los pensamientos) que están ofreciéndonos últimamente los escritores hispanos, y que parece ser una de sus principales preocupaciones, la formulada por Antonio Montes sería la más incomoda, al retrasar y zancadillear la lectura. Prefiero las propuestas de Ernesto Mallo o la de Pérez Andújar. Y qué audaz y moderno al prescindir de los signos de interrogación.


"Una historia que combina magistralmente el más hilarante humor negro con momentos de conmovedora ternura." Los momentos de conmovedora ternura no he sabido verlos, y el hilarante humor (por ejemplo páginas 122, 199, 205, 211 o 243, supongo), cuando lo he encontrado, no tenía ya el ánimo para chistes.

Hasta nunca, Antonio Montes. Premio Café Gijón, este es el primer palo de la cruz.

Sinopsis y más información sobre Antonio Montes