lunes, 26 de diciembre de 2011

"Las crónicas de la señorita Hempel", de Sarah Shun-lien Bynum


La unidad del catálogo de una editorial es inversamente proporcional al tamaño de la misma.

La intervención de más personas en el proceso de selección de las obras que han de publicarse, más la asunción de nuevos intereses, contribuyen a que se difuminen los criterios originales que dirigieron la labor editorial.

Un poco de envidia sana es inevitable, pero lo normal es que se celebren los triunfos ajenos cuando son merecidos. Sinceramente, yo me alegro si a el/la/los/las responsable/s de Libros del Asteroide les va cada vez mejor. Sólo pido que no sea, por favor, a costa de perder la seguridad actual de saber que, al abrir un libro suyo, encontraremos una novela elegante, inteligente, sencilla e intemporal.

Por eso le he pedido a los Reyes Magos "Los amigos de Eddie Coyle" y me han regalado, por mi cumpleaños, "Trifulca a la vista".

Con una escritura formal y ortodoxa, aparentemente inocente, en realidad afilada gracias a una adjetivación precisa, Sarah Shun-lien Bynum logra que esas características le sean aplicables a "Las crónicas de la señorita Hempel".

Esta obra es como una hermosa rapaz, con una agudeza visual sobrehumana, que al principio aletea con fuerza para alcanzar altura suficiente desde la que después controlar el entorno y atisbar a sus presas, dando vueltas y vueltas, manteniéndose con algún, ya esporádico, batir de alas, sin decidirse a atacar, prefiriendo descubrir y disfrutar la belleza del paisaje.

La autora comienza autoafirmándose, arremetiendo, demoledora y cáustica, contra todos los que la rodean, mostrando en ese primer capítulo unas intenciones que no va a mantener, un tono insostenible. A partir de ahí se tranquiliza y, sin perder nunca la fina ironía, el humor, esa acidez se edulcora y se imponen otros sentimientos, la nostalgia y la ternura.

Leer "las crónicas de la señorita Hempel" es leer una versión revisada, actualizada y refrescante de John Irving. También una versión desleída, rebajada.

La técnica narrativa de Sarah Shun-lien Bynum es la vista anteriormente en "Libertad para los osos", "La epopeya del bebedor de agua", "Hotel New Hampshire", "El mundo según Garp" u "Oración por Owen". Esa que se enseña en los talleres literarios, mas sin la profundidad, complejidad, el desarrollo ni el recorrido de las obras mencionadas; capítulos cerrados y rematados, que funcionarían perfectamente como relatos, cuyo conjunto conforma un collage, una historia quebrada, inconexa, con saltos temporales y, aparentemente, sin objetivo definido, salvo causar una impresión general abierta a interpretaciones.

Además incluye esas referencias autobiográficas que en un autor novel resultan fastidiosas, debilitan sus méritos y provocan dudas sobre su capacidad creativa, y que sólo se le perdonan al más obsesivo y autoreferido de los autores, que ha demostrado, a lo largo de su carrera, una imaginación pletórica, además del valor terapéutico de la literatura.

Como se publicita, Sarah Shun-lien Bynum es una meritoria promesa a seguir, y "Las crónicas de la señorita Hempel" no desentona ni desmerece el catálogo de Libros del Asteroide. Cumple los requisitos para su inclusión, gusto, juicio, facilidad de lectura, pero un escalón por debajo de otra obras escritas por autores consagrados.

Más información sobre "Las crónicas de la señorita Hempel"

lunes, 19 de diciembre de 2011

"La resurrección de los muertos", de Wolf Haas


Por muy difícil y forzado que sea en algunos casos, parece obligado y necesario etiquetar las novelas para ponerlas a la venta. Encasillarlas para saber en qué colección publicarlas. Catalogarlas para escoger en qué estantería de la librería colocarlas. Clasificarlas para decidir a qué público ofrecérselas. Y a qué otros lectores negárselas.

"La resurrección de los muertos" no es una novela policiaca, aunque aparezcan agentes de la autoridad. Tampoco es una novela detectivesca, a pesar de que uno de estos policías, tras abandonar el Cuerpo, sea contratado por una agencia privada. Y, sobre todo, no es una novela negra; no es urbana, es rural; tensión hay por momentos, pero no diálogos mordaces y cortantes; hay armas, una pistola, pero no llega a ser disparada. En realidad hay dos, la otra es la de un surtidor de gasolina, y esa sí es utilizada.

También hay dos cadáveres, cuya muerte en extrañas circunstancias debe ser resuelta. Pero no es esto lo importante, es más bien una anécdota, la excusa utilizada como hilo conductor para, en verdad, alcanzar logros mayores, un ejercicio literario interesante y, yo al menos no había leído algo parecido, y si lo he leído pasóseme, novedoso.

Novelas sobre crímenes acaecidos en pueblos, con paisajes alpinos al fondo, y que ofrezcan un catálogo de personajes pintorescos no son una originalidad. También se han escrito ya multitud de historias contadas desde el punto de vista de personas con problemas del tipo que sea, con limitaciones en la comprensión o la comunicación.

Se sorprenderán, pues, si les digo que la originalidad de la propuesta literaria de Wolf Haas se cimenta en un protagonista peculiar y en una narración por boca de un desconocido con un tenue, pero persistente, problema de dispersión, falta de concentración y concreción.

"La resurrección de los muertos" está contada de una forma desenfadada, frívola, dispersa e inconexa. La historia avanza con dificultades, incapaz de orientarse, dando rodeos y entreteniéndose con cualquier anécdota, probando la resistencia y la paciencia del lector, el cual debe saber que hay una razón por la que esto es así. Aunque escrita en tercera persona, esta voz es sin duda la de su protagonista. En concreto, podría ser ese informe que durante el relato no redacta y que, al parecer, finalmente escribe. Una forma original y muy eficaz de presentar las características de la personalidad del personaje.

Porque el personaje se las trae. Todavía no tengo claro si compartir la opinión de su ex jefe en la policía o pensar que tenía algún talento. Genio o inútil. Seguramente ni tanto ni tan calvo, un tipo corriente con muchos pequeños defectos, sin grandes virtudes pero con las capacidades suficientes para resolver un caso que, después de casi diez meses, de maduro que estaba, casi se resolvía sólo. Con todas las evidencias delante, se plantea la duda entre pensar que estaba ciego para no verlas, o que fue la tenacidad la que le hizo estar ahí y dar con la clave necesaria para comprenderlas. 

Un personaje muy auténtico, relativo y nada categórico, que, como las personas en la vida real, provoca opiniones diversas y contrarias, brillantemente complementado por una narración envolvente. Y poco más.

Ésas han sido columnas más que suficientes para sostener una obra. Ahora bien, desconfío que lo sean para una saga. Ediciones Siruela ya ha publicado una segunda investigación del detective austriaco Brenner, "El triturador de huesos". Repetido, lo original se convierte en rutinario, y lo que ha servido esta vez no será igual de eficiente las sucesivas. Por tanto, Wolf Haas ha de ofrecer otras cosas, ha de ofrecer más. Ha de, por ejemplo, tomarse su tiempo y desarrollar también el resto de los personajes, o ha de plantear un caso complejo y elaborado, claro que, entonces, aparece el problema de si su criatura será capaz de resolver un crimen complicado de una forma convincente.

En cualquier caso, después del fiasco de "El grito" o de las sucesivas decepciones con Fred Vargas, Ediciones Siruela recupera parte del prestigio que apenas había sostenido "El crimen en el Barrio del Once".

Más información sobre "La resurrección de los muertos" y Wolf Haas

miércoles, 14 de diciembre de 2011

"El año del wolfram", de Raúl Guerra Garrido


De vez en cuando el azar puede dar buenos resultados. Pero, en la búsqueda de libros de segunda mano, para evitar caer en una ruinosa deriva caprichosa, hay que establecer ciertos criterios. Retos, más bien.

Algunos son sentimentales, recopilar las primeras lecturas, "Los Hollister", "Puck", "Los Cinco", "Los tres investigadores", la serie "Harry Dickson" o las novelas de Agatha Christie. Actualmente estoy con la cabal colección "Tus libros" de Anaya.

Otros, encaminados a satisfacer las necesidades o inquietudes lectoras, son, por ejemplo, reunir las obras ganadoras del Premio Nacional de Narrativa, del Premio de la Crítica, o, en ciencia-ficción, los premios Hugo y Nébula. O completar colecciones míticas y prestigiosas. En novela negra, las colecciones "Crimen & Cía" de Versal o "Esfinge" de Noguer publicaron títulos y autores clásicos del género. "Áncora y Delfín", de Editorial Destino, es una referencia fundamental para entender la literatura española de buena parte del siglo XX, resumida en los Premio Nadal y sus finalistas. 

Ediciones Cátedra incluye en su catálogo obras publicadas hace.... !Cómo pasa el tiempo! veintitantos años, cuyas ediciones anteriores se pueden encontrar a un precio económico. Esos libros, si son merecedores de una edición comentada, no deben ser malos. De esta forma, hace poco más de un año saboreé "Luna de lobos", de Julio Llamazares, y ahora descubro a Raúl Guerra Garrido por medio de "El año del wolfram". Ojalá que la buena racha continúe con "Gramática parda" de Juan García Hortelano y con "La fuente de la edad", de Luis Mateo Díez.

Qué malos son los prejuicios. Reconozco la manía que le tengo a Editorial Planeta. No sé las veces que lo habré tenido delante y nunca se me hubiera pasado por la cabeza comprarlo, con ese título extraño, "El año del wolfram", y la disuasoria vitola de Finalista del Premio Planeta de 1984.

Sin embargo es sorprendentemente bueno. No llega a ser una obra maestra pero sí es un gran libro, que aúna calidad y entretenimiento. Mejor que "Luna de lobos" no sé, más acorde con mis gustos, seguro.

¿Por qué las comparo? No porque su lectura se explique por la misma anécdota, sino porque, en un sentido amplio, comparten un escenario, una orografía, los montes de León. Porque las dos historias son coetáneas, transcurren durante la posguerra.

También porque algunos personajes y tramas son comunes. En cambio, los tratamientos, los puntos de vista, son muy distintos, ofreciendo panoramas complementarios; más poético, pesimista y rabioso el de Julio Llamazares; más amplio, prosaico, objetivo, resignado, incluso optimista, el de Raúl Guerra Garrido

"El año del wolfram" tiene un poco de todo: Tragedia romántica, comedia, aventuras, tesoros legendarios, ancianas brujas que preparan pócimas mágicas y lanzan conjuros, intrigas internacionales, política local y las secuelas de la guerra, el hambre, maquis y civiles.

Es singular la sensación que produce su lectura. Agradable, pero chocante. El uso de un lenguaje llano, pleno de dichos y refranes, la presencia constante del humor y la inclusión de elementos maravillosos contrarrestan la no elusión de ningún asunto, el planteamiento explícito, riguroso y objetivo, con lo que el resultado es bienintencionado, cándido.

A ello contribuye que la crudeza utilizada en las descripciones de las situaciones y en el dibujo de los personajes no se corrompa con ensañamiento. Se necesita fortaleza y temple para no arremeter, para ser comprensivo con los defectos de un pueblo recién salido de una guerra, debilitado, cuyos hijos no le llegan a los talones de sus padres. Un mundo cerrado y pequeño, con rescoldos todavía sin apagar pero que, mayoritariamente, vive el presente, busca únicamente la subsistencia o, mejor todavía, el enriquecimiento rápido al precio que sea. Un terreno moralmente agotado y sensible a las tentaciones, a las promesas de desahogo y felicidad.

Quitando el hecho de que un berciano supiera, en 1945, quién era Superman (página 18), lo más inesperado de "El año del wolfram" es la actualidad y vigencia de sus mensajes. Eso, junto con lo bien escrito que está, usando una sintaxis ágil y, a la vez, exigente, lo convierten en un libro que se mantiene joven y lozano. 

Más información sobre "El año del wolfram" y Raúl Guerra Garrido

domingo, 4 de diciembre de 2011

"Toro", de Joseph Smith


Lo que es imposible es imposible. Y desde la primera página ha sido imposible conectar con "Toro", aceptar su propuesta y, por eso, salvo en contados momentos, el aburrimiento ha sido una constante.

Reconozco la ausencia de paciencia. No ha tenido oportunidad alguna. En otras circunstancias el abandono hubiera acaecido en la décima página,  pero su corta extensión y la búsqueda de pegas, de argumentos objetivos que justificaran el disgusto motivaron la continuación de la lectura.

No se revienta nada diciendo que Joseph Smith elige el punto de vista del animal. Muy osado, cuestionable e indemostrable, sujeto a la empatía o aprecio por parte del lector.

"Toro" no se una fábula, ni Joseph Smith un remedo de Walt Disney. Está más cerca de la autora alemana que escribió aquella novela sobre ovejas irlandesas, con la diferencia que él va un paso más allá. Se toma muy en serio la misión, no asume anticipadamente y con deportividad, la derrota, ni bromea sobre el tema.

Esta falta de ironía, esa firme y utópica fe en una supuesta capacidad de ofrecer una versión rigurosa de algo incontrastable, legitima arremeter contra esta obra, entrar a saco sin compasión. Reírse de uno, en cambio, aparte de demostrar inteligencia, provoca indulgencia y neutraliza las críticas.

Con ese planteamiento, "Toro" tenía dos vías a seguir. Una lleva a la ciencia ficción, a presentar un mundo percibido de otra forma, regido por unas reglas lógicas según las cuales interpretarlo diferentes, y en el que el vocabulario usado es distinto. Ejemplos de esa construcción de un sistema perceptivo, racional y morfosemántico nuevo, y ser consecuente con él, serían "Crónicas marcianas", concretamente el cuarto cuento es una perfecta expresión, las novelas cyberpunk de William Gibson y, llevado al extremo, "Solaris", que se acerca a la otra opción, abrazar la poesía y el capricho, la libertad y la belleza, negar la posibilidad de reglas o límites, confiándolo todo a lograr un resultado tan hermoso como arbitrario.

Joseph Smith se queda, en cambio, a mitad de camino, el peor lugar posible. Su personaje combina unos naturales problemas con las reglas que rigen la perspectiva y la ordenación espacio-temporal con una asombrosa capacidad de pensamiento abstracto, trascendental y escatológico, en sentido teológico, y cierto talento lírico (véase página 90). Estas son licencias aceptables en el juego literario, y méritos reconocidos.

Desconcertantes son las constantes oscilaciones entre una incapacidad para el reconocimiento y la repentina precisión en la mención de conceptos recién descubiertos. "La pared curva que me rodea, la alta pendiente que se eleva a sus espaldas" ( página 141), es posteriormente identificada como "ruedo" (página 142). Casos similares ocurren con muchas otras nociones, por ejemplo "arma" (página 119), "portezuela" (página 122) o "bocado" (página 156). Al final, es lo que tiene el ocio, descubro una secuencia que se repite: desconocimiento, identificación e imprecisión. Lo que empieza siendo un velo, una ola, una medialuna, un tejido, una tela, es, por fin, reconocido con precisión como "capa", para posteriormente volver a ser una tela o sábana.

Pero una vez que se produce la revelación, ésta se desvanece cuando se lee que el toro es capaz de reconocer a un caballo "enjaezado" a la primera.

No es un problema de traducción. Sí es controvertida la traducción al entender que es lo mismo "tirar" que "estirar". Que una de las acepciones de tirar sea su equivalencia con estirar, extender, no supone que sean términos intercambiables. Cuando "tiras de" algo o alguien, entendido como atraer hacia sí o llevar tras de sí, no se puede canjear por "estirar de". Esto sería anecdótico si únicamente sucediera una vez, pero es que la expresión se repite veintiocho veces, de las cuales las dos primeras, que fueron las que captaron mi atención, más seis posteriores son utilizando el verbo estirar. Y en veinte de esas ocasiones lo que se repite es tira, o estira, "de mí" o "de mi..."

Se podría decir algo parecido de la iteración de otras locuciones, de las veces que el toro alza o baja la cabeza, las veces que se repiten las palabras "valla", "cercado", "sangre", "músculos", "cielo" o "suelo". Pero es normal, el mundo de un toro es pequeño, circular y redundante. Aburrido.

Injustamente, no cabe duda, destaco una sola frase que aúna la coherencia y belleza que deberían conducir la obra, pero que, lamentablemente, sólo aparecen esporádicamente: "Las estrellas no se han movido más de lo que crece la hierba en un día" (página 54).