martes, 31 de enero de 2012

"La cola de la serpiente", de Leonardo Padura

Mala oportunidad ésta, la de "La cola de la serpiente", un cuento varias veces revisado, actualizado, forzadamente estirado a solicitud de Tusquets Editores, para poder ser ofrecido como producto independiente, según explica su autor en la disculpa final.

La peor elección posible para hablar de Leonardo Padura, cuyos libros eran hasta ahora, junto con los de John Connolly mas por razones distintas, bazas seguras, firmes asas a las que agarrarse con confianza. Sirva, sin embargo, este mal ejemplo para explicar las virtudes de la serie del primero teniente posteriormente librero Mario Conde. 

"Resultaba evidente que el argumento tenía un tratamiento demasiado estricto, mientras varios personajes y situaciones pedían a gritos un mayor desarrollo y la escritura un mayor desenfado, más a tono con la forma del resto de las obras..." (página 184)

Querido y admirado Leonardo Padura: Resultaba, y sigue resultando evidente que es un texto artificialmente engordado hasta alcanzar un tamaño equiparable al de piezas anteriores. Tarea fácil, porque una de sus virtudes es la de no necesitar demasiado espacio, una sorprendente concisión compatible con la dispersión y la reflexión. Sus historias, como la realidad la mayoría de las veces, son sencillas, y es jugando con la estructura y su desarrollo como consigue intrigar y entretener. En el caso que ocupa la historia es elemental y su estructura cuatro varillas de bambú comparada que con la de, por ejemplo, "Adiós, Hemingway". Un escenario del crimen exótico y artificial más un par de pistas falsas, un poco de droga desaparecida por ahí, un retorno tardío a China por allá, que apenas desvían del recto camino hacia una natural resolución. Los casos en sí no son el fundamental patrimonio de Leonardo Padura. Y él lo sabe.

No son más que la excusa para hablar de Cuba, tanto de la Cuba actual como de la del pasado más o menos reciente. Con la claridad y la rotundidad que proporciona la objetividad, manteniéndose dentro de los cómodos límites marcados por la prudencia y matizándolo con sutil ironía, presenta la resignada vida cotidiana de La Habana, sus carencias, problemas de abastecimiento, penurias y el magro consuelo de fiestas organizadas a poco que haya con qué; la decadencia de una ciudad, un país, donde la lucha por sobrevivir, la tensión de ir al día, sorprendentemente no pueden con la generosidad, la solidaridad y el humor. Algo de eso se expone en "La cola de la serpiente", cuando los continuos cortes de electricidad echan a la gente a la calle, más para soportar el calor que para protestar, cuando la entrada en cualquier comercio es un ingenuo acto de fe, o cuando la única vía para abastecerse de alcohol sea, arriesgando la salud, la clandestina. Pero la circunscripción al Barrio Chino, siendo un complemento enriquecedor de la visión global que de La Habana tengan lectores repetidores, como metonimia resulta exigua.

Es imposible que Leonardo Padura no demuestre en "La cola de la serpiente" el valiente dominio de la sintaxis y la soberanía sobre el vocabulario. Es incluso didáctico, véase íngrimo (página 106). Sin alcanzar la riqueza exhibida en "La neblina del ayer", alguna descompensada dosis hay de las golosas, barrocas y exuberantes descripciones de los que son, junto con el beisbol, los únicos placeres que les quedan a los cubanos, las mujeres y la comida.

Gran culpa de lo superficial que resulta el dibujo del protagonista, Mario Conde, está en lo poco que hay de una parte muy importante, los personajes que comparten su vida, aquéllos tan bien trabajados en "Pasado perfecto". De sus amigos, sólo el más importante, quien lo escucha, lo fustiga, lo consuela, su otra mitad, por el que vive, El Flaco Carlos, testimonio de la personalidad, del sentir y del destino de un pueblo, es una comparecencia imprescindible e irrenunciable. El resto, Andrés o El Conejo, son simplemente mencionados, y Candito el Rojo, una aparición testimonial. Más presencia, lógicamente, tienen las mujeres, iconos de la tentación, el deseo o la estabilidad.

Decepcionante, denunciable, y ejemplarizante es el tratamiento que tiene uno de los personajes más interesantes, Josefina, la madre de El Flaco. El trato dado a esa mujer por parte de Leonardo Padura es el resumen más evidente de lo que es "La cola de la serpiente", un relato escrito ya creado el personaje de Mario Conde y publicadas (...) sus dos primeras historias (página 183). Se abstiene de perder el tiempo con unos personajes y un ambiente que da por hecho le son familiares al lector y que son los principales atractivos, sus más relevantes activos.

Sin ellos la historia está descapitalizada, reducida a una anécdota, un boceto con cierto interés para quienes puedan llenar los muchos vacíos con los conocimientos de lecturas anteriores, decepcionante y con alto riesgo disuasorio, para los que se inicien en la saga.  

Más información sobre Leonardo Padura y "La cola de la serpiente"

miércoles, 25 de enero de 2012

"El hombre ventilador", de William Kotzwinkle


Los libros minoritarios existen. Están destinados a apetitos, no con un gusto exquisito, más bien osados o inquietos. Concebidos como tales, sus padres y parientes, el autor y los altruistas editores, son plenamente conscientes de cuál es su sino.

El libro minoritario nunca se convertirá en cisne. Es ese hijo estrafalario, peculiar, consentido y venialmente díscolo, con cierto talento artístico, en absoluto atractivo, que decide hacerse actor. Su físico le impedirá triunfar en escena o ser protagonista en la pantalla. Tendrá que conformarse con formar parte del elenco en compañías de segunda, o ser poco más que figurante en series de televisión. Y tal vez, con el paso del tiempo, adquiera popularidad y reconocimiento como recurrente secundario. La familia se tranquiliza viéndolo feliz y con la vida encauzada. No anhelan su éxito, se conforman con que dicha profesión le proporcione un sustento.

Los lectores seríamos esas amistades, más o menos cercanas, de los padres, que conocemos a su hijo, lo apreciamos y lo apoyamos yendo a sus estrenos, pero no osamos recomendarlo. Prudentes y contenidos lo elogiamos y defendemos, presumimos de tratarlo, si surge la conversación.

Sin dejar de ser justos, seamos cariñosos y generosos, como desprendidos han sido en Capitán Swing Libros, que se han preocupado en ofrecer un producto de una calidad inusual, utilizando para las páginas un papel más grueso que las solapas de otros, y regalándonos las persuasivas e inquietantemente bellas ilustraciones de Marieta Moraleda.

Y hay que proclamar que en ningún caso se trata de un libro duro, truculento, aburrido o difícil de leer. Que nadie se sienta disuadido a acercarse a "El hombre ventilador" por esos prejuicios. Todo lo contrario, si algo sorprende, si alguna culpa tiene, es su ligereza. Se trata más de un divertimento, un ameno desafío. Las elipsis, los neologismos, las esporádicas ausencias de puntuación, son travesuras útiles que no obstaculizan una plácida lectura. Solventemente traducido por Iris Menéndez, se puede, y se debe, leer de una sentada para sumergirse en el mundo propuesto, asumir el punto de vista y el lenguaje de Horse Badorties, y sentir el mantra oculto, el ritmo narcótico y envolvente que, según el prólogo de Antonio Jiménez Morato, sería uno de los significados del ventilador del título.

William Kotzwinkle reconoce que el ventilador produce esa cadencia de fondo, tan agradable y fundamental, que armoniza, amalgama y estabiliza el entorno. Pero el ventilador, como metáfora, está abierta a múltiples e igualmente válidas interpretaciones. Su movimiento circular es una imagen efectiva de una elección o condena, una vida pequeña y repetitiva, sin esfuerzo ni responsabilidades, sin destino ni metas. De hecho, el argumento no es más que un deambular por la ciudad, gravitando en torno a su cubil. Estoy de acuerdo con lo dicho en el prólogo: Es también una representación del estado constante de quedado. O del modo de alcanzarlo. Cuando ofrece esos objetos a la gente con las que se cruza realmente les brinda su opción de subsistencia.

La historia, siendo original, evoca a otras ya leídas o vistas. A lo largo de los días previos al Love Concert el protagonista vaga circularmente, por distintas zonas de New York, y alrededores. De Chinatown a su cubil, del Bowery a su cubil, de New Jersey a su cubil, del Lower East Side a su cubil, de Central Park a su cubil, de Brooklyn a su cubil, de su nuevo cubil al Bronx. Estos paseos sólo sirven para conocer a su protagonista, el resto son meros bosquejos. Ese gorro con orejeras, esos puestos de Hot Dogs, esa indumentaria ¿A quién me recuerda? Simpático, pícaro, encantador, canalla, ingenioso, impresentable, mugriento, escrupuloso, talentoso e insensato. Una figura fascinante y malograda. Atractivo en cierta medida, es, en cambio, fundamentalmente un ser ominoso, engañosamente e involuntariamente destructivo y letal, que va dejando un rastro de inmundicia, incapaz de comprometerse y ser responsable, apenas consciente de sus actos, plenamente inconsciente de las consecuencias. 


Estas son, pues, las pistas sobre una obra minoritaria, imposible de recomendar sin arriesgar una solida amistad. Un libro al que uno libremente ha de decidir si leer o no, y asumir individualmente la responsabilidad. Sin miedo.

Más información sobre: "El hombre ventilador" William Kotzwinkle

miércoles, 18 de enero de 2012

"Crímenes", de Ferdinand von Schirach

Ediciones Salamandra ha publicado "Crímenes". Su autor, Ferdinand von Schirach, un prestigioso abogado alemán especializado en la defensa de causas penales, describe en los once relatos que lo conforman algunos de los casos que, por una razón u otra, considera ejemplares. En Alemania ha sido un éxito. Aquí ha sido incluido en alguna lista de los mejores libros de 2011.

Cuanto más lo medito menos me gusta. Si pospongo la redacción de esta entrada acabaré siendo injusto. Dejémoslo en que es entretenido, fácil de leer, muy bien escrito, pero contradictorio y tramposo.

Sobre la forma, sobre el cómo está escrito, nada se puede reprochar. El estilo es puro, desnudo, directo a los hechos, sin desvíos. Son apenas ciento cincuenta páginas, y en ese espacio caben once historias y un prólogo. Aproximadamente, doce páginas son las que necesita para la exposición del caso, la explicación de algún asunto procesal o de otro tipo legal, y la conclusión.

Impecable. La sencillez y precisión con la que están relatados los hechos son estimulantes y doblemente sorprendentes. Por un lado demuestra que es posible alcanzar cotas muy altas de calidad literaria, presentar imágenes hermosas, poéticas incluso ("La espina"), con la valiente elección de un estilo parco y austero. El resultado es original en su normalidad, moderno por su academicismo y ortodoxia.

Por otro lado está la dificultad que esta opción entraña, acrecentada al tratarse de una primera obra. Un autor novel corre el riesgo de dejarse llevar, de exhibirse, de intentar demostrar lo buen escritor que es. Aquí se ha impuesto la experiencia profesional, los años previos redactando escritos y recursos, la cual se refleja tanto en la sobriedad como en la solidez. También en algo sobre lo que se incidirá más adelante.

Y todo esto al servicio de qué. Según el prólogo, Ferdinand von Schirach trata de mostrar lo frágil que es la estabilidad en que vivimos. En algunos casos, las decisiones equivocadas pueden arruinarnos ("Fähner", "Suerte"). En otros la enfermedad se impone a la voluntad, y la aceptación de ayuda puede salvarte ("Verde"), como el rechazo condenarte ("Amor"). Está preocupado por exponer las dificultades que entraña la administración de justicia ("El etíope"), la cual puede errar ("Summertime"), ser sorteada ("El erizo") o aplicada por uno mismo ("El cuenco de té de Tanata"). Pero la idea principal que preside la obra es de la culpabilidad y su complejidad, por ser un concepto relativo ("El violonchelo") en el que hay que tener en cuenta las circunstancias ("La espina").

Dónde están, pues, la contradicción y trampa. La contradicción está en que si bien "la mayoría de las cosas son complicadas, y la culpabilidad es siempre un asunto peliagudo", según palabras de su tío juez, intenta en cambio demostrar esto mediante unas historias sencillas, tanto en la forma como en el fondo. Y la trampa, en esas maneras limpias e inocentes, aparente objetivas y apabullantemente rotundas, que anulan la dialéctica e impiden el debate. Sólo dos relatos, los más noir y moralmente ambiguos, "El cuenco de té de Tanata" y "Legítima defensa", dan margen a la controversia.

No ha de olvidarse que el autor es un abogado defensor, ducho en el uso de esas artes, en verdad tendenciosas y sutiles, encaminadas siempre a alcanzar una meta concreta: Que los destinatarios lleguen a una conclusión determinada. Ante aquéllos que piensan que los abogados defensores "no son más que frenos en el coche de la justicia", Ferdinand von Schirach quiere demostrar que "sin frenos un coche no sirve para nada" (página 88). Para evidenciar no sólo lo necesaria que es su tarea, sino lo gratificante, nos habla de los defendidos suyos útiles para su propósito. Nada se sabe de los otros defendidos que, teniendo igualmente derecho a una defensa, no sean tal vez tan merecedores de ella.

La defensa legal es más de lo que se enseña en "Crímenes". El propio autor, con el gesto final de "Legítima defensa" reconoce que a veces se está cerca del lado de gente que da asco. Seguramente la ley le impide hablar de ellos. No es excusa. Si no puedes hablar de ellos no escribas un libro que cojea.

Más información sobre: Ferdinand von Schirach y "Crímenes"

sábado, 14 de enero de 2012

"Esperanto", de Rodrigo Fresán


Sentía mucha curiosidad por Rodrigo Fresán, responsable de "Roja & Negra", una de las colecciones de novela criminal más interesantes en la actualidad, junto con la de RBA y la básica de bolsillo de Akal, que recuerda, no sólo por los colores, a la mítica "Crimen & Cía" de Versal pero con mejor papel y en edición cosida, mojándoles por esto la oreja a las otras dos, que se les tenía que caer la cara de vergüenza a esos dos gigantes.

Se me ha presentado la ocasión en forma de obsequio de las reediciones, corregidas y aumentadas, que Mondadori ha publicado de "Esperanto" y "Mantra". Escogí "Esperanto" por cuestión de tamaño. Según explica el autor en la nota final, por considerar este libro "un milagro dentro de mi obra. Y con los milagros no se juega", las enmiendas son pequeñas, los añadidos breves y las correcciones mínimas.

Si las correcciones del autor son mínimas, las de los editores insuficientes, porque mi ejemplar contiene varias erratas: Guiones mal colocados o ausentes (páginas 47 y 50), errores en la puntuación (página 51), un "porque" separado (página 83), un silencio (-...) omitido en el diálogo de la página 122 y, salvo que la RAE siga persiguiendo y exterminando esas pobres tildes que no hacen daño a nadie y que evitan anfibologías, un "sí" sin tildar (página 130).

Rodrigo Fresán no decepciona. Uno se había hecho a la idea, preconcebida y mal fundada, absurda, de que iba a encontrarse con una novela de género, algo al estilo de lo que se supone le gusta porque lo escoge para publicarlo. Pues no. O sí. No siendo una novela negra ortodoxa, ni heterodoxa siquiera, sí que hay mucho de lo que se busca y se encuentra en las novelas más clásicas de ese género: el comienzo, los personajes, un protagonista cínico y maldito, su mastodóntico, simple y fiel compañero, mujeres fatales, adictas y adictivas, los ambientes, los espacios, pero sobre todo las descripciones y los ácidos diálogos.

Rodrigo Fresán sólo pide un poco de paciencia y esfuerzo. A cambio te recompensa con creces. Paciencia y esfuerzo para superar un primer capítulo áspero y difícil. Y es que los domingos son el peor día de la semana, peores incluso que los lunes, y aquí se demuestra conteniendo los fragmentos más oscuros, delirantes, arriesgados, sinceros, crípticos y poéticos del libro. Fresán arroja a la cara del lector un puñado de piezas de puzle, desde el inicio brillantes, ingeniosas y llenas de literatura, para que éste forme el cuadro.

Por supuesto, no te las da todas. Con las primeras no es posible componer una imagen reconocible. Va a ser necesario que pase una semana, y a lo largo de esos siete días, por medio de sucesivas vueltas a atrás (el mismo principio es el epílogo, con lo que el resto constituye, todo ello, un flashback), te va a ir dando, eficazmente dosificadas, las piezas restantes, la información necesaria, manteniendo el control y captando tu atención, intercalando dosis de humor del tipo "caca, culo, pedo, pis" pero efectivo, hasta un final que no sorprende por consecuente.

Poco a poco lo se va formando es una estampa dual, con dos mujeres, dos canciones, dos playas, dos amores, dos niñas, dos tragedias, dos psiquiatras, enmarcada por dos domingos que son, en realidad la misma fecha.

El resultado es la pesadilla argentina. La consecuencia de aplicarle un purgativo, un buen y caliente enema a ese país por Bariloche, es este angustioso, onírico y terapéutico mosaico con todos los traumas, secuelas, obsesiones y excesos de la sociedad argentina del último tercio del siglo pasado. Menos el fútbol, está lo demás: las estancias, el psicoanálisis, la política, las Malvinas, las drogas, los militares, los desaparecidos, y, destacando, la música, que sirve de pretexto para insertar interesantes reflexiones sobre el proceso creativo, sobre trascendencia o irrelevancia de las artes o sobre la mitificación de los artistas.

Entretenido, ilustrativo, esclarecedor este "Esperanto" de Rodrigo Fresán, y merecidos los elogios que sobre él se puedan leer. A ver que nos depara "Mantra". Pero no hoy, mañana.

sábado, 7 de enero de 2012

"Las cuatro esquinas", de Manuel Longares


Europa Press, Madrid 19 de octubre de 2011, miércoles:

"Las cuatro esquinas", de Manuel Longares, ha sido galardonado con el Premio Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid. El jurado ha querido homenajear la obra de un escritor con una gran trayectoria literaria.

Reconocen, por tanto, al autor y al conjunto de su obra. Si es así, lo respeto, pero conste que lo hacen por medio de una obra menor. Una obra menor en la que Manuel Longares, sin duda, demuestra, no sólo oficio sino maestría escribiendo. También frialdad y distanciamiento con los personajes y sus vivencias.

Y es que a Manuel Longares se le nota demasiado su preocupación por escribir bien, muy bien, descuidando otros aspectos. No tanto la historia, que también, como la elección de la voz adecuada. Rígido, petulante, orgulloso y seguro de sí, sacrifica el fondo en favor de la forma. Sus páginas supuran una obsesión por batir a Proust en a ver quién la tiene más larga (página 120). El tamaño no importa. Más le valdría emular la capacidad de éste para emocionar, para transmitir sensaciones, sentimientos y no conformarse con ofrecer una pizca de humor.

"Las cuatro esquinas" son cuatro relatos. Según el prólogo, esta vez llamado propuesta, uno por cada etapa de la vida, infancia, juventud, madurez y vejez. También por cada una de las últimas veintenas de nuestra historia inmediata.

El nivel es desigual mas ordenado, señalando un patente declinar. La calidad de los relatos decae y la causa no es que unos periodos sean más relevantes que otros. Todos son literariamente interesantes; los primeros años del franquismo, duro, revanchista y vengativo, el embrionario antifranquismo, inocente e iluso, la prudente, timorata y conciliadora transición o el desolador y polarizado momento actual.

Sorprendentemente, cuanto más hacia atrás tiene que ir el autor, mientras los recuerdos son el fundamento de la historia, los dos primeros relatos están anclados a la realidad y son representativos de los momentos en los que están situados. En cambio, a medida que se acerca a la actualidad, cuando se atisba libertad, el mundo se agranda y mayor es también el margen que se le da a la imaginación y a la creatividad, más anecdóticos son los cuentos y menor su capacidad de reflejar una época.

Además de un título, Manuel Longares les otorga, en dicha propuesta inicial, un rasgo definitorio. Así, el primero, "El principal de Eguilaz", el más logrado y mejor resuelto, el único que conmueve en alguna medida y en el que lo contado se impone a cómo se cuenta, está protagonizado, según su autor, por la miseria, tanto física como moral, y sobre todo por el miedo producido por la consiguiente inseguridad.

Sobre la inocencia trataría el segundo, "El silencio elocuente". También acierta Manuel Longares reflejando y destacando la hipocresía que presidía los años sesenta, y lo hace usando el tono y ritmos adecuados, con viveza, gracia y cariño, pero sin terminar de cerrar bien la historia, por lo que el resultado final no es redondo.

"Delicado" pretende hablar de la perfidia y de los ochenta. Ni lo uno ni lo otro. Habría que ampliar mucho el objetivo para ver deslealtad o traición en el relato, la misma que pueda encontrarse cualquier otra historia, pero nunca decir que lo protagoniza. Y los acontecimientos históricos mencionados conectan al relato más con los setenta. Los verdaderos vínculos con la década siguiente son la materialización de la expresión confundir la libertad con el libertinaje, literario en este caso, y el homenaje al inolvidable protagonista de "El misterio de la cripta embrujada" y "El laberinto de las aceitunas".

"Terminal" presenta como únicos nexos con la actualidad estar datado en el verano de 2008 y un par de menciones al gobierno socialista. Salvados esos detalles, podría transcurrir en cualquier tiempo y lugar. Y, por hablar de la muerte de un imaginado personaje relevante y terminar con una reflexión sobre la pervivencia del legado de un artista, por extensión de cualquier persona, no se puede pretender que un cuento esté protagonizado por la transcendencia, como era la intención de Manuel Longares, si el estilo empleado es frívolo, cuando no caricaturesco, y se desperdician además evidentes oportunidades para profundizar y conmover.

Acabo como empecé. Una obra menor, muy bien escrita pero decepcionante. Y es que cuando uno oye cuatro cuentos y espera encontrar de nuevo un ramo de girasoles ciegos.