lunes, 23 de abril de 2012

"El hombre demolido", de Alfred Bester

"El hombre demolido", galardonado en 1953 con el Premio Hugo en su primera concesión, es el ejemplo perfecto de lo especialmente mal que envejecen las novelas de Ciencia Ficción.

La mayoría de estas obras a los pocos años devienen ridículas. En el mejor de los casos proporcionan un ameno entretenimiento a lectores nostálgicos. Únicamente los comprometidos y audaces desafíos por sublimar el género soportan con dignidad y grandeza el paso del tiempo.

Es imposible apostar convencido o seguro por ningún autor. Entre lo escrito por Frederik Pohl, no se debe colocar "Mercaderes del espacio", a pesar de la ayuda, en el mismo escalón que "Pórtico". Tampoco es el mismo Ray Bradbury el de "Fahrenheit 451" que el de "Crónicas marcianas". Y, siendo puntilloso, dentro de éstas ningún otro relato alcanza el lirismo, la belleza, la perfección del cuarto.

Incluso William Gibson algún día desfallecerá.

Potencialmente, "El hombre demolido" era una buena idea, pero el difunto Alfred Bester la desperdició al escribir de forma rutinaria, sin esfuerzo ni arrojo. Carente de mérito literario alguno, la historia se reduce a una sucesión inconexa y fragmentada de escenas que, en sus dos primeros tercios, constituyen una anodina novela policiaca. Un pulso pretendidamente heroico, que evita el calificativo de convencional por el interés que proporciona una raza cuyos poderes telepáticos debe sortear el criminal, o la originalidad de colocar a un ordenador como instructor al cual el cuerpo policial tiene que convencer. Una trama cuya cualquier otra posible virtud se diluye por culpa de la indolencia del autor.

El mayor inconveniente está, sin embargo, en el incumplimiento de la obligación que todo fruto de la Ciencia Ficción tiene. El deber de, con elegancia e ingenio, con innovación y ánimo constructivo, revisar la sociedad, reflexionar sobre el entorno, objetar los modelos vigentes o plantear cuestiones trascendentales.

Para cumplir con esa responsabilidad, Alfred Bester cree que bastaba con, una vez decidido aparentemente el caso, aflorar los elementos mitológicos o épicos que, sembrados estratégicamente,  permanecían latentes. Y así, en el último tercio se produce una deriva presuntuosa protagonizada por el uso artificial e injustificado de traumas y complejos que concluye con un desenlace decepcionante que, cuando está a punto de resultar patético, muestra al menos una pizca de dignidad con un inteligente y conciso alegato contra la pena de muerte.

Tras este rotundo fracaso en sus pretensiones,"El hombre demolido" queda reducida, con benevolencia, a un mero vestigio de la inocencia, la picardía y el encanto de la época, un reflejo apenas distorsionado de sus miedos, obsesiones, fantasías o carencias. Un testimonio ligeramente irónico de la estética, la moda, la sexualidad o la organización social.

Ediciones Minotauro lo tiene muy difícil echando mano de los clásicos de la Ciencia Ficción. Y dirá lo que sea necesario para vender, cuando lo que debería hacer es una buena purga en su catálogo.

Más información sobre "El hombre demolido" y Alfred Bester.

viernes, 13 de abril de 2012

"Ventajas de viajar en tren", de Antonio Orejudo

Después de ver qué piensa de los críticos (páginas 75-76), habría que ser un osado para lanzar cualquier opinión sobre las obras de Antonio Orejudo.

Por otro lado, callar amilanado habría supuesto ignorar sus enseñanzas, incurrir en el mismo error que su protagonista femenino, confundir al narrador con el autor, o a éste con alguno de sus personajes.

Además no creo que se moleste si digo que "Ventajas de viajar en tren" me ha gustado mucho, y que me lo he pasado requetebién leyéndolo.

Lo primero que leí de Antonio Orejudo fue "Reconstrucción", y me maravilló. UN NOVELÓN, así con letras mayúsculas. Sin duda está entre los libros de los cuales guardo mejor recuerdo*, en cuanto a singularidad y calidad literaria. Eso significa que este señor me tiene ganado. Que muy mal, y muchas veces, lo tiene que hacer para que cambie mi parecer. 

Entusiasmado, se lo regalé a mi hermano. Él, agradecido, me devolvió la sugerencia con un ejemplar de "Fabulosas narraciones por historias", en la versión definitiva de Tusquets Editores, la cual sorprende por diferente, gamberra, original e irreverente. Pero también, aún revisada, muestra un ritmo desigual, y continúa innecesariamente estirada, dispersa y distraída, en el tramo central.

Fue él también quien me habló muy bien de "Ventajas de viajar en tren". Cuando, en su momento, lo publicaron Alfaguara y Círculo de Lectores, había dejado pasar la oportunidad. Ahora, reeditada por Tusquets Editores, he subsanado el error.

Una vez leída, dónde la colocamos. A dios gracias, hasta ahora la tendencia de Antonio Orejudo es la de mejorar. Por eso, y por supuesto, "Ventajas de viajar en tren" no alcanza el nivel de "Reconstrucción".

Respecto a "Fabulosas narraciones por historias" las dudas podrían surgir pero, aunque ésta tenga sus méritos, sea divertida, ofrezca un punto de vista novedoso y demuestre valentía, "Ventajas de viajar en tren" es más madura, más sólida y coherente; mejor concebida, estructurada y resuelta; con detalles del mismo despiadado sentido del humor; e igual de bien escrita.

Y eso que su lectura genera cierta inquietud, al no saber si se está ante unos relatos más o menos artificialmente vinculados para dar apariencia conjunta de novela, o ante una obra articulada en capítulos susceptibles de una existencia autónoma.

Que tampoco pasaría nada, tan buena es una opción como la otra. Pero la falta de sinceridad penaliza y genera suspicacia, sobre todo si se trata de engañar innecesariamente en lo superficial.

El dilema se resuelve al final. Es en ese colofón entre cervantino y econino, donde el protagonista evidencia que su locura tiene más en común con la del monje Jorge de Burgos que con la de Alonso Quijano, donde están las claves catalizadoras que aclaran todas las pistas diseminadas en el resto de los episodios anteriores, y que decantan la solución hacia la segunda alternativa. La que opta por considerar "Ventajas de viajar en tren" una entidad única.

La que estima que dicha ambigüedad era intencionada, provocada con cada una de las divisiones titulada y su propia voz. Que se trataba de camuflar la unidad conceptual esencial. Es más, que esa estructura de partes relativamente autónomas era la necesaria para explicar, desarrollar y transmitir el recado.

Un comunicado, profesional, existencial y vital, para nada ético o moral. Un mensaje hermético y rechazado, de obsesión o de pasión, de locura o de lucidez, de vergüenza o de orgullo, de miedo o de valor, de sufrimiento o de gozo. Una maldición o un privilegio.

A falta de leer "Un momento de descanso", por ahora comparto la opinión de sus editores. Los libros de Antonio Orejudo, siendo todos ellos muy distintos, componen el corpus coherente de uno de los narradores más brillantes en lengua castellana.

*Con "Galindez" de Vázquez Montalbán"Vida de San Francisco de Asís" de Álvaro Pombo.

Más información sobre Antonio Orejudo y "Ventajas de viajar en tren".

miércoles, 4 de abril de 2012

"El Método", de Juli Zeh

"El Método" pasará, está pasando o, publicada en España va para casi un año, ha pasado ya totalmente desapercibida. 

Con esa portada, tan blanca, tan aséptica, tan desangelada y disuasoria, tan consecuente, difícilmente se anime un posible comprador a abrirlo y descubrir que su autora ha ganado montones de premios. Y son premios importantes, no como los de aquí, creados por las editoriales para intentar (engañar) vender más.

En el norte ya se sabe que no le dan un premio a cualquiera. Allí, de Pirineos para arriba, no se dejan presionar, ni están sujetos a intereses, modas o cupos. Allí simplemente se premia a quien se lo merece.

Tampoco a nadie le entran ganas de sostener un ejemplar, darle la vuelta y leer que continúa la tradición de distopías clásicas como "1984", "Un mundo feliz" o "Fahrenheit 451", que es lo mismo que decir que esta a ese nivel. Qué osadía.

Juli Zeh ha tenido una buena idea. A partir de ella plantea cuestiones relevantes y aborda temas calientes en Occidente, candentes en este país. Unos, generales y abstractos, la libertad individual o las sociedades entendidas como seres vivos, sobrevuelan implícitos. Otros conflictos más concretos son los directamente analizados, la compatibilidad de los intereses generales con los particulares, la legitimidad del estado para restringir, invadir, adoctrinar o educar a los individuos, los posibles límites del  derecho de éstos a usar, disfrutar o abusar del propio cuerpo, la concurrencia en su delimitación de factores económicos, políticos, éticos, religiosos o de simple convivencia.

Con todo ello, Juli Zeh elabora, cuando quiere, un discurso inteligente, preciso en la definición de conceptos y en la construcción de argumentos, cuya principal virtud es evidenciar las enormes complejidades que estos asuntos comportan. Por eso resultan decepcionantes el planteamiento,  simplón, maniqueo y tendencioso, o la complaciente, estética, fácil y obvia conclusión. Y no es ése el mayor problema. 

Salvo por la concisa y esperanzadora presentación o un simbólico rincón clandestino, la historia discurre en fundamentalmente en tres escenarios interiores. La quimera propuesta, presidida por un único principio absoluto, es elemental e instrumental, sencillamente un entorno propicio malogrado. La elegancia, sencillez, pulcritud y ahorro tan acordes proporcionan una coreografía muy efectiva, en la que lo fundamental son las conversaciones, no los actos. Los personajes son pocos, alegóricos y afectados, brochazos planos de colores vivos, inertes marionetas que se limitan a dialogar, discutir o debatir de forma categórica y sentenciosa. 

La sensación final que queda es que Juli Zeh se equivocó de género. "El Método" resulta como novela corriente, esquemática e incompleta. Como texto filosófico no daría la talla. Y el ensayo que pudiera surgir  sería burdo y partidista.

Lo más acertado hubiera sido presentarlo en forma de obra de teatro, y tal vez así hubiera quedado digna.

Más información sobre "El Método" y página oficial de Juli Zeh