martes, 23 de abril de 2013

"Tres entre montañas", de Humphrey Slater.


Hay editoriales las cuales, contrarias a la pena de muerte que, para autores y obras, supone el olvido provocado por el paso del tiempo, luchan decididamente por su abolición.

Unas veces, cuando creen firmemente en su inocencia, tratan de, con la convicción, el arrojo y tino del abogado defensor, o con la desesperación de los familiares, demostrar su interés, convencernos de su valía, persuadirnos de su rescate y lectura.

Otras, en cambio, simplemente parecen considerar cruel y desmedido el veredicto. Publican indolentes títulos arrollados por las modas y relegados por los lectores. E imploran clemencia con la misma aflicción que aquéllos congregados a las puertas de la prisión, con la misma intensidad que la de la luz desprendida por sus velas.

Galaxia Gutenberg tiene crédito. El suficiente como para que sea la única a la que le compre sus ejemplares pese a ser éstos, por muy duras que sean las tapas, editados en rústica.

La reciente incorporación a sus filas de Lawrence Norfolk compensa la veleidad de publicar a Humphrey Slater, un escritor mucho más interesante como personaje que como autor. Poco hay que justifique la reivindicación de "Tres entre montañas".

Insuficientes fueron los esfuerzos formales de Humphrey Slater. Zafio, artificial es el planteamiento, desnortada, extenuada la resolución. Es meritorio el ofrecimiento de diversos puntos de vista, pero torpe el manejo de los recursos estilísticos.

Tan bienintencionado como estéril fue su afán por darle enjundia a "Tres entre montañas". A pesar del denuedo puesto en la exposición de los personajes, los resultados son unos tipos manidos y costumbristas. Y burdas las consideraciones que, de un modo ortodoxo y convencional, se hacen sobre alguna de nuestras deficiencias como individuos y sociedad. Burocracia, desconfianza, necedad, soberbia, egoísmo son reflejadas con tosquedad y obviedad.

Y nada hay que argumente la existencia de dos portadas. Se pueden especular razones estéticas, legales o, más probables, comerciales que expliquen la prevalencia, sobre una versión más franca, de otra más llamativa y engañosa. Las tropas alemanas tienen una presencia tangencial en la historia.

Definitivamente, hay alguien en Galaxia Gutenberg que, obnubilado por la misteriosa biografía de Humphrey Slater, no ha ponderado acertadamente la calidad de su bibliografía.



Más información sobre Humphrey Slater y "Tres entre montañas".

viernes, 12 de abril de 2013

"Padres, hijos y primates", de Jon Bilbao.

Como el chimpancé de la atinada portada, "Padres, hijos y primates", una pertinente parábola ganadora de la cuarta edición del premio Otras voces otros ámbitos, al primer vistazo aparenta inocencia. Pero con el tiempo, cuando la historia seduce al lector, al igual que los ojos del animal captan su mirada, surge la inquietud.

Como el chimpancé de la portada, el relato de Jon Bilbao es un iceberg que únicamente muestra una inofensiva octava parte, permaneciendo ocultas las amenazantes siete restantes.

Como ese iceberg, "Padres, hijos y primates" parte de una fórmula elemental, oraciones arquitectónicamente ejemplares y rotundamente precisas, para construir un conjunto sólido, refinado, sencillo y resplandeciente, basado en la ausencia de lo accesorio y centrado en lo imprescindible.

Como ese iceberg, pese a su gran masa la obra de Jon Bilbao se mantiene a flote. El resultado es capaz, sin tensiones ni desalientos, de portear inmutable la carga inoculada.

Jon Bilbao diseña, con astucia, economía y concisión, un experimento moral.

Prepara, para unos personajes éticamente ufanos, un escenario aparentemente inocuo, en el cual éstos puedan eludir las culpas, proyectar responsabilidades, personificar su mal fario, mostrarse ingrato ante amparo, o requerir el reconocimiento de los méritos propios a la vez que se envidia y desacredita el ajeno.

Gradualmente la condiciones se agravan, lo cual permite inducir las reacciones, y al lector apreciar la renuncia a los principios, valorar sus respuestas primarias, justificar sus comportamientos y comprender la ausencia de remordimientos.

Con "Padres, hijos y primates" la Editorial Salto de Página consolida la buena opinión que aquí se tiene de ella, y sube puestos en un hipotético escalafón particular.
Más información sobre Jon Bilbao y "Padres, hijos y primates".

martes, 2 de abril de 2013

"El sentido de un final", de Julian Barnes.


Que un final abrupto y un tanto desalentador no empañe la magnífica impresión general de esta lectura.

Que una inesperada misiva no acabe revelando lo anodino que ha sido su paso por este mundo, o la ponzoña, aunque sea venial, del rastro dejado.

Que los recuerdos saludablemente reprimidos no se liberen nunca para desenmascararlo ante los demás o, lo que sería irremediable, ante sí.

"El sentido de un final", por algo mereció el Man Booker prize hace un par de años, es un espléndido ejemplo de esa literatura británica de larga tradición que combina, como ninguna, la frialdad y mojigatería en los comportamientos, la distancia y el miramiento en las relaciones, con la acidez, la agudeza en los juicios y opiniones.

El pueblo que domina el arte de conjugar la estricta compostura con el más virulento cinismo, capaz de soltar, impasible, irónicos vituperios, brinda obras donde las alusiones, anfibologías y perífrasis conviven con la brusquedad y la acritud. Donde la severidad no excluye al humor, ni el laconismo a la determinación.

Y sus escritores son, sobre todo, maestros elevando, con elegancia, lo doméstico, corriente y cotidiano a consideración, paradigma y enseñanza. No esperen en "El sentido de un final" grandes sorpresas, aventuras o misterios. Cualquier desconcierto, peripecia e intriga que pueda haber será sutil y consecuencia de la capacidad de indagación y sondeo de su autor.

Julian Barnes, lúcido y sarcástico, sugiere el carácter de sus personajes por medio de la descripción de rasgos físicos y vestuario. O induce su aspecto a través de  las respuestas,  los comentarios y las opiniones.

Caustico pero clemente, extrae de la realidad una existencia apática y vulgar, y la somete a examen. De su banal desarrollo, resuelto con una veintena escasa de sagaces páginas, extirpa un evento enquistado e inconcluso.

No desaprovecha la ocasión. Lo revive, lo interpreta, y lo convierte en la sibilina excusa que justificará una revisión total de comportamientos, relaciones y convicciones comunes.

Será la grieta por la que se viertan perspicaces reflexiones sobre el paso del tiempo, su fugacidad, el provecho que se le saca o su legítimo derroche. Sobre la evolución del carácter y la superación de etapas, de la arrogante juventud a la falaz madurez.

Más significativas serán las cavilaciones sobre la memoria, sus trampas y engaños, las saludables elipsis y sobre la inevitable y necesaria subjetividad del bagaje de cada cual. O las consideraciones acerca de los celos, los remordimientos o la culpa.

"El sentido de un final" se convierte en la oportunidad para absorberle el rédito a unas suculentas conjeturas. O para cavilar otras propias, con el riesgo que supone abrir puertas peligrosas, remover el inconsciente domador, y aspirar las miasmas que desprendan los fastidiosos recuerdos, las indómitas culpas y los ponzoñosos remordimientos.

Más información sobre Julian Barnes y "El sentido de un final".