Bonito libro el que le ha quedado a Javier Pérez Andújar. Bonito y lleno de buenas intenciones, las del autor y las de sus protagonistas.
Buenos propósitos docentes los que se llevó ese diablo, la Guerra Civil, y bienintencionados aquellos republicanos idealistas e ingenuos que querían, y que creían que en poco tiempo podían, modernizar el país, pero que midieron mal sus fuerzas porque ingente era la tarea y demasiados los enemigos, poderosos los de enfrente y desleales los aliados.
Y buena voluntad la de Pérez Andújar al querer dejar constancia, nostálgica pero objetiva, de la existencia de las Misiones Pedagógicas y del contexto urbano en el que se conformaron y el rural en el que llevaron a cabo su tarea, mostrando para ello una gran variedad de tipos representativos de la sociedad del momento y siendo respetuoso con los personajes históricos que aparecen. Evidencia lo necesaria que era su labor, y lo inabarcable dada la escasez de medios, el boicoteo, el escepticismo de los beneficiarios y tal vez lo equivocado del planteamiento.
Nostálgico es el cariño rousseauniano con que son tratados los personajes. Como los maestros misioneros en su camión, Pérez Andújar reune en sus páginas lo mejor de la literatura y cinematografía española. Los personajes urbanos son caricaturizados, no con una crudeza esperpéntica que afectaría a la verosimilitud general de la obra, sino con la sutileza de Mihura o Tono, muy adecuada con la época. Las escenas del lobero y su peregrinaje hacia la Sierra de la Culebra recuerdan a Delibes o al Julio Llamazares de "Luna de lobos". Berlanga y su "La escopeta nacional" parecen inspirar el final del lobero y al alcalde cuando dice "porque aquí no me sale de los cojones que pase nada, ni bueno, ni malo" al estilo del mítico "lo que he unido yo en la Tierra no lo separa ni Dios en el Cielo" de Agustín González. Incluso los cuentos, la tradición oral y las leyendas locales están representadas por algún personaje y sus extravagantes vivencias.
También se puede ver algo de Javier Cercas y de "Soldados de Salamina" en esas idas y vueltas del pasado a un presente más o menos cercano, que en este caso resultan innecesarias y que sólo responden a ese afán instructivo que en algunos momentos deriva en enciclopédico y supera a lo literario, por el cual es imprescindible introducir la mayor cantidad posible de información sobre aquel tiempo a costa de la credibilidad de algunos diálogos.
"Todo lo que se llevó el diablo" ha quedado bonita, deja buen recuerdo, pero es un poco blanda. Puede ser el complemento amable de la irreverente "Fabulosas narraciones por historias" de Antonio Orejudo y la maravillosa "La noche feroz" de Ricardo Menéndez Salmón.
Y buena voluntad la de Pérez Andújar al querer dejar constancia, nostálgica pero objetiva, de la existencia de las Misiones Pedagógicas y del contexto urbano en el que se conformaron y el rural en el que llevaron a cabo su tarea, mostrando para ello una gran variedad de tipos representativos de la sociedad del momento y siendo respetuoso con los personajes históricos que aparecen. Evidencia lo necesaria que era su labor, y lo inabarcable dada la escasez de medios, el boicoteo, el escepticismo de los beneficiarios y tal vez lo equivocado del planteamiento.
Nostálgico es el cariño rousseauniano con que son tratados los personajes. Como los maestros misioneros en su camión, Pérez Andújar reune en sus páginas lo mejor de la literatura y cinematografía española. Los personajes urbanos son caricaturizados, no con una crudeza esperpéntica que afectaría a la verosimilitud general de la obra, sino con la sutileza de Mihura o Tono, muy adecuada con la época. Las escenas del lobero y su peregrinaje hacia la Sierra de la Culebra recuerdan a Delibes o al Julio Llamazares de "Luna de lobos". Berlanga y su "La escopeta nacional" parecen inspirar el final del lobero y al alcalde cuando dice "porque aquí no me sale de los cojones que pase nada, ni bueno, ni malo" al estilo del mítico "lo que he unido yo en la Tierra no lo separa ni Dios en el Cielo" de Agustín González. Incluso los cuentos, la tradición oral y las leyendas locales están representadas por algún personaje y sus extravagantes vivencias.
También se puede ver algo de Javier Cercas y de "Soldados de Salamina" en esas idas y vueltas del pasado a un presente más o menos cercano, que en este caso resultan innecesarias y que sólo responden a ese afán instructivo que en algunos momentos deriva en enciclopédico y supera a lo literario, por el cual es imprescindible introducir la mayor cantidad posible de información sobre aquel tiempo a costa de la credibilidad de algunos diálogos.
"Todo lo que se llevó el diablo" ha quedado bonita, deja buen recuerdo, pero es un poco blanda. Puede ser el complemento amable de la irreverente "Fabulosas narraciones por historias" de Antonio Orejudo y la maravillosa "La noche feroz" de Ricardo Menéndez Salmón.