Quien hace tiempo que cruzó la marca del meridiano, es el propio Lorenzo Silva.
¿Qué fue de aquél joven críptico que escribía sobre la construcción de lóbregas catedrales?
¿Dónde está, siquiera, el responsable de crear al personaje que, llevado al cine, posibilitó conocer a María Valverde?
Han sido muchas las oportunidades dadas a la pareja Bevilacqua y Chamorro, a sus investigaciones en los archipiélagos, tanto el balear como el canario, en la Alcarria o en los territorios de la antigua Corona de Aragón. Demasiadas.
Recopilando, salvo el episodio anterior a éste, todo lo demás. Incluso aquel volumen formado con cuatro retales, leído en la playa de Salinas, confirmación de una decepción que se venía fraguando, desencadenante de una decisión.
Lo que era una despedida amistosa, una resolución tan frágil que un bienintencionado presente ha bastado para el reencuentro, la irritante lectura de "La marca del meridiano" la ha transformado en una sentencia firme.
Éste último capítulo en ningún aspecto mejora la saga. Si acaso la empeora.
Su protagonista sigue siendo un relamido - quién, en la vida real, sigue utilizando la expresión estoy en ascuas (página 276) - hasta el empalago. Y el peor de los ególatras, el modesto, mas encantado de conocerse, de escucharse y de tener un apellido que le permita corregir a sus interlocutores y aleccionarles con la manida historia de sus orígenes. El paso de los años lo está amargando, por lo que se parece cada vez más al taciturno y detestable Kurt Wallander, del cual lo distancia el beneficio de una ironía intrínseca.
Salvo alguno de los perdedores, el resto del elenco es tediosamente correcto, educado y amable. Los diálogos son artificiales y ridículamente didácticos. A falta de discusiones o disputas, ni siquiera debates, dada la buena crianza de los intervinientes, los intercambios de pareceres son teatrales e impostados. Las escasas muestras de agudeza quedan recluidas a los interrogatorios.
"La marca del meridiano" está muy lejos de ser la absorbente novela policíaca que dice la contraportada.
Una novela policíaca que se precie ha de tener, como sí al menos ocurría en ocasiones anteriores, un argumento mucho más trabajado. Si, en cambio, se sustituye la perspicacia por la persistencia, la sorpresa por la rutina, y la intuición por la tecnología, el resultado es una precisa, escrupulosa, pero nada apasionante, descripción de los trámites burocráticos y de los límites competenciales de los cuerpos policiales.
Y para que fuera absorbente, Lorenzo Silva debería haber prescindido de todas esas chorradas. Lugares comunes revueltos con más o menos ingenio y mala baba (página 160). Ese cúmulo de obviedades, reflexiones superficiales, juicios tan ciertos como pusilánimes, proposiciones políticamente impecables, tibias, cordiales, inofensivas, que constituyen su principal preocupación y magro patrimonio.
La única gran verdad de "La marca del meridiano" es que una vez cruzada la línea, es difícil dar marcha atrás.
Que una vez probadas las mieles del éxito, es humano acomodarse, limitarse a redactar aduladoras crónicas costumbristas, corteses y lucrativos retratos de nuestras miserias.
Que una vez perdido el crédito, éste no se recobra jamás.
Más información sobre Lorenzo Silva y "La marca del meridiano".
Me ha interesado mucho su reseña, porque en primer lugar está muy bien escrita, y en segundo lugar porque es la más feroz que ha recibido este libro hasta la fecha.
ResponderEliminarNo contesto críticas, salvo cuando entrañan un ataque personal, y aunque la suya está en el borde, no le escribo para replicarle. Sólo quería recordarle que todo lo que dice es así... en su opinión, legítima y que respeto, pero individual, y compensada por otras muchas opuestas y no menos caracterizadas. Aunque a lo largo de su texto se vaya creciendo hasta casi desembocar en el tono categórico de un texto talmúdico, no es usted propietario del metro patrón, ni de la novela, ni de la novela policial, ni de las novelas del que suscribe. Se lo digo porque la sensación que tengo yo, como lector suyo, es que incurre en esa suficiencia que le imputa a mi personaje, lo que no deja de parecerme una curiosa simetría.
Huelga decir que estoy convencido de que yerra en sus juicios sobre mis intenciones y actitudes (esos juicios siempre son arriesgados), porque es natural que yo vea la jugada de un modo muy distinto (entre otras cosas, creo que escrito muchos libros que usted no ha leído).
Lo que me llama la atención especialmente, y en realidad es el objeto de esta intervención en su blog, aparte de declararle mi interés por sus reflexiones, es que me adjudique el adjetivo "adulador" (en su versión femenina plural, referida a mis obras). Como veo que es preciso en el uso del lenguaje, y eso debe tener algún correlato objetivo, ¿puede aclararme a qué se refiere exactamente? Es decir, ¿a quién adulo?
No le molesto más.
Saludos cordiales
Lorenzo Silva
Primero decirle, sinceramente, que es un honor que haya leído este comentario, y su juicio.
EliminarPor supuesto, la mía es una opinión personal y subjetiva. Intento evitar los suavizantes "yo creo", "yo pienso", "yo opino", por obvios y redundantes, aun a costa de resultar, efectivamente, tan categórico como su personaje.
Agradezco la elegancia con la que ha asumido la reseña y, sobre todo, me alegra no haberle ofendido. Simplemente intento argumentar mis gustos. La rabia que pueda haber en mis palabras es consecuencia de la decepción.
Por último, respondo su pregunta.
Cuando califico a sus obras de "aduladoras" me refiero a que sus personajes dicen lo que puede agradar a los lectores.
Concretamente, en "La marca del meridiano", el repertorio de personalidades y sus comentarios sobre la relación, o los sentimientos, entre los catalanes y el resto de los españoles reflejan únicamente las posiciones conciliadoras y cordiales, evitándose los tipos recalcitrantes de ambos lados, tan reales como los expuestos pero incómodos, molestos para el lector, e incontrolables para el autor.
¿A quién adula en este caso? Al conjunto de la sociedad, al mostrarle sólo su versión sensata y prescindir de las posiciones intransigentes, ofensivas y vergonzosas.
También se le podría aplicar a los inocuos comentarios sobre la gastronomía de cualquier sitio donde coma el brigada.
El diccionario exige intención e inmoderación. Ahí me ha pillado.
Muchísimas gracias por todo.
Saludos de uno que, desde 1999 a 2005, fue convecino suyo.
Me parece loable el hecho de que Lorenzo Silva manifieste también su opinión, y se interese por lo que de su obra se dice, eso indica que la fama no le ha deshumanizado, y mantiene sus bases.
ResponderEliminarOtra cosa es que esté de acuerdo con su comentario, pues sobra decir que los blog son meras opiniones de un particular: !qué otra cosa son si no!.
A la vista del patio, es de los pocos derechos que nos quedan en casi total libertad, sin consignas, sin grupos mediáticos, partidos o asociaciones que nos intimiden. Eso sí, con respeto, y en este caso con gran estilo, como indica también Lorenzo.
También sería deseable que el bloguero responda a la cuestión planteada por Silva. Ganaría en credibilidad y rigor.
Saludos.
JJJM
Ante todo, gracias por responder.
ResponderEliminarDe ‘adular’ como de casi todo, me gusta más la definición del María Moliner: “Alabar a alguien con exageración, insinceramente o por servilismo”. Y me atrevo a afirmar que es inexacto su juicio (aquí hablamos de cosas objetivas; en el resto respeto su subjetiva opinión), no sólo por incumplirse la cualidad de la alabanza que exige ese verbo (dígame si no dónde exagero, miento o sirvo a alguien), sino por aquello que según usted se alaba:
Le cito:
“…sus comentarios sobre la relación o los sentimientos, entre los catalanes y el resto de los españoles reflejan únicamente las posiciones conciliadoras y cordiales, evitándose los tipos recalcitrantes de ambos lados…”
Inexacto, y se prueba:
- De españoles a catalanes: “A mí me hacía menos gracia, porque los catalinos nunca me han terminado de entrar…” (Consuelo, la viuda, página 167).
- De catalanes a españoles: “… no me conviene que mis jefes sepan que me caen bien nuestros antiguos opresores” (Riudavets, mosso d’Esquadra, p. 203).
Vuelvo a citarle:
“… los inocuos comentarios sobre la gastronomía de cualquier sitio donde come el brigada…”
Inexacto nuevamente, y se prueba:
- “… que el arroz de la paella estuviera pasado y el conjunto del plato fiuera deleznable…” (Bevilacqua, comiendo en Castelldefels, p.159)
Respeto la opinión de los lectores, pero entenderá que no pueda compartir, ni aprobar, críticas que se expresan con contundencia ex cathedra (a eso me refiero, ya sé que todas las opiniones son subjetivas, pero entenderlo también implica por parte de su propietario una cierta prudencia al expresarlas) y que tienen detrás tan poco rigor, según puede demostrarse. Como escritor, procuro ser serio y riguroso. Me gustaría que quien emite y publica críticas hiciera otro tanto.
Eso sí, algo le reconozco: ni Bevilacqua ni la gente con la que simpatiza caen en ese hábito tan hispánico del matonismo verbal o ideológico. Pero ésa es su legítima opción como es también la mía: nadie me ha convencido de que la bravuconería, por aquí tan prestigiada, sea más lúcida ni haya hecho jamás que mejore nada.
Y con esto, y reiterarle mi agradecimiento por leerme, no tengo más que añadir.
Saludos cordiales
Lorenzo Silva