martes, 29 de noviembre de 2011

"La sirvienta y el luchador", Horacio Castellanos Moya

Después de probar la absoluta ausencia de mérito y talento literario cualquier cosa que venga después parece una maravilla. Pero sería injusto decir que la buena impresión general que me ha dejado "La sirvienta y el luchador" sea consecuencia únicamente de una desigual comparación.

Más desequilibrada por cuanto Horacio Castellanos Moya lo pone todo en un estupendo comienzo. De las cuatro partes y un epílogo en que se divide, que en realidad son tres, un epílogo y un bis, las primeras cuarenta y siete páginas son brutales, de buenas y por duras. La segunda, que va hasta la mitad de la obra, mantiene el nivel aunque el tono cambia, la furia se apaga y se relaja. Y a partir de ahí la cosa decae, si bien lo hace desde muy alto, y la pendiente es muy tendida.

El inicio es impactante. Rápidamente introduce al lector en un mundo cruel y feroz, real a la vez que simbólico, bestialmente poético. Lo salpica con miasmas y otros fluidos secretados por organismos corrompidos física y moralmente. Lo sume en un ambiente y una dinámica de violencia irracional e impune, de agresión individual indiscriminada, en los estertores de un ejercicio abusivo del poder, ya caduco y replicado con más violencia.

Ese era el universo del luchador. Después viene la sirvienta y su realidad.

Y ésta es la cara cándida, humilde y sumisa de la misma moneda. El extremo opuesto de esa sociedad. De su encuentro surge un diálogo interrumpido e inacabado, porque su continuación en la cuarta parte, que es realmente el epílogo, es incompleta. Lo que asoma, a tenor de la importancia que le otorga el autor con el título, como una especie de reverso pútrido, oscuro y crepuscular de "El beso de la mujer araña", un estimulante y necesario ajuste de cuentas, se queda en una oportunidad perdida, un filón desperdiciado.

Horacio Castellanos Moya opta por rellenar el amplio espacio que hay entre ellos, con el exhaustivo abanico sociológico de opciones, de decisiones adoptables en esas circunstancias. Y esta exposición es objetiva y didáctica. Una elección respetable.

El problema es que la rabiosa novela naturalista se convierte en una académica parábola. Se quiebra la armonía entre realidad y alegoría. Se sacrifica aquélla por el deseo de ofrecer todos los perfiles de forma que su presencia esté justificada.

La trama se supedita a la moraleja, es retorcida y sometida a una sucesión de coincidencias sorprendente hasta para los personajes, eso que únicamente son sabedores parciales. Como consecuencia, la historia pierde sutileza, capacidad de sugestión y niega oportunidades a la evocación o interpretación, con lo que el resultado es evidente, convencional y, a la vez, artificial, porque, por un lado se le notan las costuras y se le acaba viendo el armazón y, por otro, hay un desequilibrio entre el vocabulario, las imágenes, el ambiente y la fabulosa serie de acontecimientos.

Todo esto son puntillosas matizaciones estéticas. Lo relevante es que hay una historia trabajada encaminada hacia un objetivo, hay un ritmo sostenido, hay personajes atractivos, hay emoción y, sobre todo, hay compromiso.

En conclusión, hay mucha literatura y mucha pedagogía sobre una realidad que, aunque algunos indicios, posteriormente confirmados, permiten situarla en El Salvador de finales de los setenta, principios de los ochenta, es un mal endémico del continente y, con sus variantes locales, de la condición humana.

Más información sobre Horacio Castellanos Moya y "La sirvienta y el luchador"

miércoles, 23 de noviembre de 2011

"El cocinero", de Martin Suter


De Martin Suter leí hace un par de años "El diablo de Milán". No me dijo nada. Mucho misterio impostado esclarecido de una forma mediocre. Otra vez se la habían colado a Anagrama. O ésta nos la había vuelto a colar a nosotros, ofreciendo de nuevo algo que no casaba con su línea editorial, con la seriedad y el alto nivel medio de su catálogo.

Me recordaba el caso de Phillip Kerr, que después de la fantástica "Una investigación filosófica" perpetró aquella broma de mal gusto titulada "El infierno digital". Entonces Anagrama tragó, engañó y luego, tácitamente, reconoció su error abandonándolo en su travesía por el desierto creativo. Mi lealtad fue un par de novelas más allá, hasta "Esaú", aquella sobre... el Yeti. No pude más. Después, esperé pacientemente su vuelta a lo que sabía hacer, el reencuentro con los orígenes, las andanzas de Bernie Gunther.

Martin Suter no era merecedor de ningún crédito. Cuando se me puso delante "Lila, Lila" a buen precio, leí la sinopsis, vi que esa historia me sonaba y pasé de largo. Ha tenido que caerme en las manos "El cocinero" para que le de una segunda oportunidad. No habrá una tercera.

Anagrama, por boca de Alexandre Fillon, uno de esos personajes mitológicos creados por las editoriales para estas ocasiones, situados en lejanos y evocadores parajes como Livres Hebdo, dotados de dudosos poderes y cuya existencia, por su propia naturaleza fabulosa, es de imposible demostración, osó presentarlo como el sucesor de Ruth Rendell o Patricia Highsmith.

De la primera cualquiera puede ser su sucesor. Martin Suter lo es, y muy digno, manteniendo la tradición de insultar la inteligencia del lector perlando el texto con innecesarias pistas supuestamente imprescindibles para desentrañar una trama predecible. Respecto a Patricia Highsmith, tal vez se refieran a la posibilidad de que se conocieran durante los últimos años que ésta pasó en Suiza, se tomaran aprecio y, por eso, ella lo mencionara en su testamento. Si así fuera, seguro que ese legado no incluía el talento para crear memorables personajes, complejos y con calado psicológico pero reales, ni el secreto para construir y desarrollar historias originales, en la que éstos son probados.

Lumen es más sincera. "Una novela sobre amor, sexo, inmigración y gastronomía". Así es presentada "El cocinero" en la página de la editorial y por el fajín publicitario verde vistoso que abraza a cada ejemplar. Y de esta forma la destripa, contándolo todo, desvelando sus más insondables secretos. Tan superficial e insustancial como el comentario es el libro.

La relación amorosa planteada en un principio no es tal. Amor y sexo son confundidos, lo que hay no es más que deseo. De este vínculo unidireccional, artificial y disparatadamente sostenido, surgirán sin ningún tipo de explicación, alterando sus objetivos y naturaleza, dos simples y convencionales uniones ahora sí felizmente correspondidas, tan originales y grotescas como las que salen de la cabeza de Federico Moccia.

Al menos el aspecto gastronómico sí es respetado y está trabajado. También tomado prestado. Es el punto colorista y exótico necesario, el añadido con el que, de algún modo, lastrar una historia liviana que puede ser arrastrada por los vientos del tedio o el hastío en cualquier momento.

Queda la inmigración. No veía un maniqueísmo tan ridículo e pueril desde las dos primeras entregas de Harry Potter, las únicas con las que perdí el tiempo. Si superficial es el entorno que envuelve al presunto mensaje que se propone, banal, hueco y convencional es el planteamiento de una Europa frívola e irrespetuosa con otras culturas, una Europa que disfraza de desprecio su incomprensión e ignorancia de tradiciones, problemas y conflictos ajenos, que básicamente son considerados extravagancias corruptibles y explotables, oportunidades de negocio.

La inocencia del grupo que finalmente se junta para urdir la exigua venganza, y me importa un bledo si estropeo alguna sorpresa, cosa que dudo porque aquí todo es previsible, evoca a mis lecturas de "Los tres investigadores", "Los Cinco" o "Los Hollyster". Y esta sensación de estar leyendo, en realidad, una novela juvenil se refuerza con el uso repetido de ese extraño e infantil recurso de iniciar los capítulos adelantando lo que va a ocurrir, colocándose el narrador como un ser con poderes premonitorios y a los personajes como inermes víctimas de la predestinación.

Muy calvinista, muy suizo.

Si aún te quedan ganas de saber más sobre "El cocinero" y Martin Suter

viernes, 18 de noviembre de 2011

"Honrarás a tu padre", de Gay Talese


En dos partes claramente se dividen las seiscientas páginas de "Honrarás a tu padre". Dos partes muy bien escritas, mas sometidas a una pasmosa, y en más de un caso discutible, traducción. Una primera mitad entretenida aunque ya sabida, la otra original a la vez que tediosa.

Las primeras trescientas páginas satisfacen las expectativas y cumplen sobradamente con lo prometido. Una enciclopédica, e inofensiva, recopilación de anécdotas sobre el crimen organizado. Un  ameno y completísimo, aséptico también, tratado sobre sus orígenes, desarrollo, apogeo, persecución y declive.

Toda esta información suena conocida. Nada que no se haya ofrecido en "El Padrino""Uno de los nuestros" o "Casino", por ejemplo. Gay Talese, indirectamente, lo reconoce a través del protagonista (página 349). La diferencia de "Honrarás a tu padre", con respecto a otras obras fruto de la creatividad de cineastas y escritores, está en que ésta confirma que es verdad lo imaginado, sospechado o inventado por las demás.

Lo que sí sorprende y se agradece es la fluidez con que es presentada, el ritmo sostenido y la eficacia en el complicado manejo de los constantes saltos, tanto temporales, hacia delante y hacia atrás, como espaciales, de un continente a otro o entre los estados de la Unión. También el afrontar la narración desde los puntos de vista de los protagonistas, el hijo, su mujer y, en menor medida, el padre, siendo, con diferencia, el más sustancioso el femenino. Y todo para formar un conseguido edificio, firme y homogéneo.

La segunda mitad, es mucho más convencional y lineal, señalando así las diferencias entre los buenos y los malos tiempos, el cénit y el ocaso, lo emocionante y lo rutinario. Da una imagen más real de los mafiosos, el tedioso día a día, su decadencia; se trata de acabar con la interesadamente dada por Hollywood, llena de acción y violencia, y que omitía la parte aburrida y monótona. En algún momento la lectura resulta lenta o pesada, pero es porque se deleita en los detalles necesarios para proporcionar un visión auténtica de la sufrida vida doméstica, tanto del núcleo principal como de la familia política, y del contexto, de los cambios sociales, de principios y valores que se produjeron en la América de los sesenta, la emancipación de la mujer, la aparición de nuevas ideas, laicas, pacifistas o antimilitaristas, o la mezcla e integración de los distintos grupos étnicos. A tenor de lo que dice el autor en el epílogo, ésta era una de sus fundamentales preocupaciones.

PERO.

Sí. Hay un gran pero, basado en lo delicado del tema y disfrazado de un distanciamiento inexcusable para mantener la rigurosa objetividad periodística. Esa frialdad no impide al lector tener un conocimiento completo de las personalidades de los personajes, pero sí lograr la empatía que sí alcanzó Gay Talese con las personas reales. Y, con el pasar de las hojas, es percibida como pudor, respeto y deferencia hacia ellos.

Gay Talese deja que los protagonistas se expliquen y justifiquen, contando lo que ha salido a la luz por la prensa o por las causas juzgadas. Pero fundamentalmente les consiente que callen. No los pone en ningún aprieto, no muerde, no incide, ni logra que le cuenten nada que no quieran decir, algo que los pueda comprometer ante la justicia, u otras instancias. La historia esta llena de grandes silencios, enormes espacios oscuros sin explorar, numerosas cuestiones que quedan sin explicar.

Vale que insistir o tensar la cuerda, tratándose de la gente de que se trata, pueda ser, lógicamente, arriesgado, pero al menos ofrecer voces alternativas que puedan contradecir o refutar. O un poco de sarcasmo, sino de humor. Y no que el tramo final derive, gracias a los alegatos del abogado defensor, hacia la hagiografía. Al menos el juez mantiene la cordura.

Y es también por eso que los más valiosos son los capítulos tratados desde el punto de vista de la mujer, al ser éste más natural, espontáneo y sincero, al no tener nada que ocultar.

Más información sobre "Honrarás a tu padre" y Gay Talese

jueves, 10 de noviembre de 2011

"Tarántula", de Thierry Jonquet



Después de leerla, no sorprende que esta historia llena de pasión, personajes atormentados, comportamientos obsesivos, situaciones extremas y la imprescindible cuota de ambigüedad, llamara la atención de Pedro Almodóvar. No he visto la película, así que no sé lo que ha hecho con ella. Como siempre ocurre con el manchego, hay división de opiniones.

Por mi parte agradecerle que proporcionara la excusa para la reedición por Ediciones B, Círculo de Lectores y Edicions Bromera, ésta última en catalán, de "Tarántula" y, con ello, la ocasión de descubrir Thierry Jonquet, autor al que no conocía y que, por lo que he comprobado, no tiene mucho predicamento en nuestro país, ni de las editoriales la atención que, leído lo leído, creo que se merece.

Se habla de Thierry Jonquet como de un autor de novela negra. Lo será, no sé, ya he dicho que no tenía el gusto. Lo que sí puedo decir es que "Tarántula" no se una novela de género.

Dudo que la intención del autor fuera, siquiera, aparentar una novela de intriga. Desde el primer momento te das cuenta de que estás ante algo bien distinto, por mucho que luego aparezcan ladrones, atracos a sucursales bancarias, policías muertos, secuestros y disparos. Lo propio del momento. Pero no es eso lo relevante.

Tampoco la estructura, aunque no sea lineal, tiene como objetivo forzar la sorpresa final. Aunque sirve para proporcionar prudentemente la información, más bien es una consecuencia natural y lógica, el diseño necesario para un propósito superior, el de trascender esta envoltura coherente con su época, un mero recurso que apenas es continente y soporte de una enseñanza moral mucho más relevante.

Por ello, en realidad, esta historia está más cerca de la mitología clásica, mantenida por las posteriores leyendas y sagas heroicas sobre personajes equívocos, tan crueles y vengativos como generosos y compasivos; poderosos y, a la vez, indefensos ante sus pasiones, maldecidos y condenados a sufrir las consecuencias de sus actos; omnipotentes, mas sometidos al azar y la casualidad, instrumentos necesarios para mantener el equilibrio.

Conforme con esa tradición, pero adaptándola a este tiempo, construye un relato conciso, elegante e intemporal, para lo cual prescinde de cualquier tipo de adorno o distracción. Esta economía requiere el aprovechamiento de las oportunidades disponibles, en este caso las descripciones, no sólo de los personajes, sino también de paisajes, entornos o escenarios para, con habilidad, explicar las circunstancias e integrar información. De este modo crea un pequeño y claustrofóbico mundo onírico, te introduce en una pesadilla cuyos elementos tienen todos un significado. Quizá alguna de las imágenes usadas resulte tópica y chirríe por simple, por obvia.

La intención de ser claro y directo, la preeminencia del fondo sobre la veracidad de la forma, la austeridad de recursos, los limitado de los espacios, la misma simbología, la épica, el trágico destino y la rigidez de los personajes tienen más en común con lo teatral que con lo cinematográfico.

En cualquier caso el resultado es eficaz y el mensaje comprendido. Lo que no se comprende es lo ignorado que es, y la poca trascendencia que ha tenido aquí, Thierry Jonquet

Más información sobre Thierry Jonquet y "Tarántula"

viernes, 4 de noviembre de 2011

"Las tres balas de Boris Bardin", de Milo J. Krmpotic´


La entrada anterior se cerró con una reivindicación en favor de las historias sencillas y humildes. La casualidad ha querido que la siguiente lectura sea un perfecto y conseguido ejemplo. Claro que la probabilidad ha sido adulterada, considerando la talla del ejemplar escogido.

En este otro extremo, en las antípodas del mismo grupo editorial, al amparo del pequeño y aparentemente residual sello Caballo de Troya, está "Las tres balas de Boris Bardin". El apellido no sé si será algún tipo de homenaje por parte de Milo J. Krmpotic´, pero seguro que no es un cifrado aviso de lo que hay en su interior. Poco que ver con el onírico, enigmático, minoritario y no suficientemente reconocido John Franklin Bardin.

Es éste un relato carente de todo subjetivismo, de cualquier concesión a la retórica, la reflexión, siquiera a la opinión. Es una historia pura, libre de adornos, desnuda. Es más incluso. Un concentrado, el resultado de sucesivas destilaciones, necesarias hasta lograr el elixir cuyos componentes son los fundamentales, básicos e imprescindibles.

Los ingredientes irrenunciables. El dolor y el placer, el sexo más explícito y una violencia descarnada; el amor y el odio, representados como amistad o miedo, como fraternidad o venganza, como soledad. Sentimientos simplemente expuestos, pero no explicados ni, por supuesto, maquillados o justificados.

Esa síntesis y concreción exige un compromiso al lector. No sólo el esfuerzo requerido a los no familiarizados con el dialecto platense, a los cuales se nos socorre con un incompleto glosario de argentinismos. También lo obliga a participar en la construcción de la historia. Se le proporcionan unos sólidos cimientos y una firme estructura, y se le permite al cliente que imagine y decida los acabados, que rellene los huecos, los comienzos y los finales, los antes y después, los precedentes y las consecuencias de un relato diáfano y lleno de posibilidades y preguntas, como la vida.

Como la vida, este cuento extenso y moderno está lleno de incomunicación, desconocimiento, de resquicios abiertos a la especulación, de dudas. Cual escultura de Pablo Gargallo, muestra el valor y la importancia de los huecos, de los vacíos, materializados en silencios y omisiones, en prudencia y concisión.

Todo ello está al servicio de, o fundamentado en, una propuesta estética legítima, la que escoge mostrar la vida con crudeza y el mayor realismo posible, sin ornato ni banda sonora. Sin juicios, no ya un narrador o director de escena.

La consecuencia que, a cambio, hay que asumir es que estos pequeños bocados no sacian. Pero, por coherencia con los pareceres propios, no se puede denunciar que la historia y los personajes estén malbaratados. Qué va. El gusto que deja es mucho más estimulante, avivando la especulación, la recreación de las escenas y la invención de distintas posibilidades y alternativas.

Sólo se añora alguna confirmación. Y, por supuesto, una secuela.

Sinopsis y un poco de información sobre Milo J. Krmpotic´