Que un final abrupto y un tanto desalentador no empañe la magnífica impresión general de esta lectura.
Que una inesperada misiva no acabe revelando lo anodino que ha sido su paso por este mundo, o la ponzoña, aunque sea venial, del rastro dejado.
Que los recuerdos saludablemente reprimidos no se liberen nunca para desenmascararlo ante los demás o, lo que sería irremediable, ante sí.
"El sentido de un final", por algo mereció el Man Booker prize hace un par de años, es un espléndido ejemplo de esa literatura británica de larga tradición que combina, como ninguna, la frialdad y mojigatería en los comportamientos, la distancia y el miramiento en las relaciones, con la acidez, la agudeza en los juicios y opiniones.
El pueblo que domina el arte de conjugar la estricta compostura con el más virulento cinismo, capaz de soltar, impasible, irónicos vituperios, brinda obras donde las alusiones, anfibologías y perífrasis conviven con la brusquedad y la acritud. Donde la severidad no excluye al humor, ni el laconismo a la determinación.
Y sus escritores son, sobre todo, maestros elevando, con elegancia, lo doméstico, corriente y cotidiano a consideración, paradigma y enseñanza. No esperen en "El sentido de un final" grandes sorpresas, aventuras o misterios. Cualquier desconcierto, peripecia e intriga que pueda haber será sutil y consecuencia de la capacidad de indagación y sondeo de su autor.
Julian Barnes, lúcido y sarcástico, sugiere el carácter de sus personajes por medio de la descripción de rasgos físicos y vestuario. O induce su aspecto a través de las respuestas, los comentarios y las opiniones.
Caustico pero clemente, extrae de la realidad una existencia apática y vulgar, y la somete a examen. De su banal desarrollo, resuelto con una veintena escasa de sagaces páginas, extirpa un evento enquistado e inconcluso.
No desaprovecha la ocasión. Lo revive, lo interpreta, y lo convierte en la sibilina excusa que justificará una revisión total de comportamientos, relaciones y convicciones comunes.
Será la grieta por la que se viertan perspicaces reflexiones sobre el paso del tiempo, su fugacidad, el provecho que se le saca o su legítimo derroche. Sobre la evolución del carácter y la superación de etapas, de la arrogante juventud a la falaz madurez.
Más significativas serán las cavilaciones sobre la memoria, sus trampas y engaños, las saludables elipsis y sobre la inevitable y necesaria subjetividad del bagaje de cada cual. O las consideraciones acerca de los celos, los remordimientos o la culpa.
"El sentido de un final" se convierte en la oportunidad para absorberle el rédito a unas suculentas conjeturas. O para cavilar otras propias, con el riesgo que supone abrir puertas peligrosas, remover el inconsciente domador, y aspirar las miasmas que desprendan los fastidiosos recuerdos, las indómitas culpas y los ponzoñosos remordimientos.
El pueblo que domina el arte de conjugar la estricta compostura con el más virulento cinismo, capaz de soltar, impasible, irónicos vituperios, brinda obras donde las alusiones, anfibologías y perífrasis conviven con la brusquedad y la acritud. Donde la severidad no excluye al humor, ni el laconismo a la determinación.
Y sus escritores son, sobre todo, maestros elevando, con elegancia, lo doméstico, corriente y cotidiano a consideración, paradigma y enseñanza. No esperen en "El sentido de un final" grandes sorpresas, aventuras o misterios. Cualquier desconcierto, peripecia e intriga que pueda haber será sutil y consecuencia de la capacidad de indagación y sondeo de su autor.
Julian Barnes, lúcido y sarcástico, sugiere el carácter de sus personajes por medio de la descripción de rasgos físicos y vestuario. O induce su aspecto a través de las respuestas, los comentarios y las opiniones.
Caustico pero clemente, extrae de la realidad una existencia apática y vulgar, y la somete a examen. De su banal desarrollo, resuelto con una veintena escasa de sagaces páginas, extirpa un evento enquistado e inconcluso.
No desaprovecha la ocasión. Lo revive, lo interpreta, y lo convierte en la sibilina excusa que justificará una revisión total de comportamientos, relaciones y convicciones comunes.
Será la grieta por la que se viertan perspicaces reflexiones sobre el paso del tiempo, su fugacidad, el provecho que se le saca o su legítimo derroche. Sobre la evolución del carácter y la superación de etapas, de la arrogante juventud a la falaz madurez.
Más significativas serán las cavilaciones sobre la memoria, sus trampas y engaños, las saludables elipsis y sobre la inevitable y necesaria subjetividad del bagaje de cada cual. O las consideraciones acerca de los celos, los remordimientos o la culpa.
"El sentido de un final" se convierte en la oportunidad para absorberle el rédito a unas suculentas conjeturas. O para cavilar otras propias, con el riesgo que supone abrir puertas peligrosas, remover el inconsciente domador, y aspirar las miasmas que desprendan los fastidiosos recuerdos, las indómitas culpas y los ponzoñosos remordimientos.
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