Mala oportunidad ésta, la de "La cola de la serpiente", un cuento varias veces revisado, actualizado, forzadamente estirado a solicitud de Tusquets Editores, para poder ser ofrecido como producto independiente, según explica su autor en la disculpa final.
La peor elección posible para hablar de Leonardo Padura, cuyos libros eran hasta ahora, junto con los de John Connolly mas por razones distintas, bazas seguras, firmes asas a las que agarrarse con confianza. Sirva, sin embargo, este mal ejemplo para explicar las virtudes de la serie del primero teniente posteriormente librero Mario Conde.
"Resultaba evidente que el argumento tenía un tratamiento demasiado estricto, mientras varios personajes y situaciones pedían a gritos un mayor desarrollo y la escritura un mayor desenfado, más a tono con la forma del resto de las obras..." (página 184)
Querido y admirado Leonardo Padura: Resultaba, y sigue resultando evidente que es un texto artificialmente engordado hasta alcanzar un tamaño equiparable al de piezas anteriores. Tarea fácil, porque una de sus virtudes es la de no necesitar demasiado espacio, una sorprendente concisión compatible con la dispersión y la reflexión. Sus historias, como la realidad la mayoría de las veces, son sencillas, y es jugando con la estructura y su desarrollo como consigue intrigar y entretener. En el caso que ocupa la historia es elemental y su estructura cuatro varillas de bambú comparada que con la de, por ejemplo, "Adiós, Hemingway". Un escenario del crimen exótico y artificial más un par de pistas falsas, un poco de droga desaparecida por ahí, un retorno tardío a China por allá, que apenas desvían del recto camino hacia una natural resolución. Los casos en sí no son el fundamental patrimonio de Leonardo Padura. Y él lo sabe.
No son más que la excusa para hablar de Cuba, tanto de la Cuba actual como de la del pasado más o menos reciente. Con la claridad y la rotundidad que proporciona la objetividad, manteniéndose dentro de los cómodos límites marcados por la prudencia y matizándolo con sutil ironía, presenta la resignada vida cotidiana de La Habana, sus carencias, problemas de abastecimiento, penurias y el magro consuelo de fiestas organizadas a poco que haya con qué; la decadencia de una ciudad, un país, donde la lucha por sobrevivir, la tensión de ir al día, sorprendentemente no pueden con la generosidad, la solidaridad y el humor. Algo de eso se expone en "La cola de la serpiente", cuando los continuos cortes de electricidad echan a la gente a la calle, más para soportar el calor que para protestar, cuando la entrada en cualquier comercio es un ingenuo acto de fe, o cuando la única vía para abastecerse de alcohol sea, arriesgando la salud, la clandestina. Pero la circunscripción al Barrio Chino, siendo un complemento enriquecedor de la visión global que de La Habana tengan lectores repetidores, como metonimia resulta exigua.
Es imposible que Leonardo Padura no demuestre en "La cola de la serpiente" el valiente dominio de la sintaxis y la soberanía sobre el vocabulario. Es incluso didáctico, véase íngrimo (página 106). Sin alcanzar la riqueza exhibida en "La neblina del ayer", alguna descompensada dosis hay de las golosas, barrocas y exuberantes descripciones de los que son, junto con el beisbol, los únicos placeres que les quedan a los cubanos, las mujeres y la comida.
Gran culpa de lo superficial que resulta el dibujo del protagonista, Mario Conde, está en lo poco que hay de una parte muy importante, los personajes que comparten su vida, aquéllos tan bien trabajados en "Pasado perfecto". De sus amigos, sólo el más importante, quien lo escucha, lo fustiga, lo consuela, su otra mitad, por el que vive, El Flaco Carlos, testimonio de la personalidad, del sentir y del destino de un pueblo, es una comparecencia imprescindible e irrenunciable. El resto, Andrés o El Conejo, son simplemente mencionados, y Candito el Rojo, una aparición testimonial. Más presencia, lógicamente, tienen las mujeres, iconos de la tentación, el deseo o la estabilidad.
Decepcionante, denunciable, y ejemplarizante es el tratamiento que tiene uno de los personajes más interesantes, Josefina, la madre de El Flaco. El trato dado a esa mujer por parte de Leonardo Padura es el resumen más evidente de lo que es "La cola de la serpiente", un relato escrito ya creado el personaje de Mario Conde y publicadas (...) sus dos primeras historias (página 183). Se abstiene de perder el tiempo con unos personajes y un ambiente que da por hecho le son familiares al lector y que son los principales atractivos, sus más relevantes activos.
Sin ellos la historia está descapitalizada, reducida a una anécdota, un boceto con cierto interés para quienes puedan llenar los muchos vacíos con los conocimientos de lecturas anteriores, decepcionante y con alto riesgo disuasorio, para los que se inicien en la saga.
Querido y admirado Leonardo Padura: Resultaba, y sigue resultando evidente que es un texto artificialmente engordado hasta alcanzar un tamaño equiparable al de piezas anteriores. Tarea fácil, porque una de sus virtudes es la de no necesitar demasiado espacio, una sorprendente concisión compatible con la dispersión y la reflexión. Sus historias, como la realidad la mayoría de las veces, son sencillas, y es jugando con la estructura y su desarrollo como consigue intrigar y entretener. En el caso que ocupa la historia es elemental y su estructura cuatro varillas de bambú comparada que con la de, por ejemplo, "Adiós, Hemingway". Un escenario del crimen exótico y artificial más un par de pistas falsas, un poco de droga desaparecida por ahí, un retorno tardío a China por allá, que apenas desvían del recto camino hacia una natural resolución. Los casos en sí no son el fundamental patrimonio de Leonardo Padura. Y él lo sabe.
No son más que la excusa para hablar de Cuba, tanto de la Cuba actual como de la del pasado más o menos reciente. Con la claridad y la rotundidad que proporciona la objetividad, manteniéndose dentro de los cómodos límites marcados por la prudencia y matizándolo con sutil ironía, presenta la resignada vida cotidiana de La Habana, sus carencias, problemas de abastecimiento, penurias y el magro consuelo de fiestas organizadas a poco que haya con qué; la decadencia de una ciudad, un país, donde la lucha por sobrevivir, la tensión de ir al día, sorprendentemente no pueden con la generosidad, la solidaridad y el humor. Algo de eso se expone en "La cola de la serpiente", cuando los continuos cortes de electricidad echan a la gente a la calle, más para soportar el calor que para protestar, cuando la entrada en cualquier comercio es un ingenuo acto de fe, o cuando la única vía para abastecerse de alcohol sea, arriesgando la salud, la clandestina. Pero la circunscripción al Barrio Chino, siendo un complemento enriquecedor de la visión global que de La Habana tengan lectores repetidores, como metonimia resulta exigua.
Es imposible que Leonardo Padura no demuestre en "La cola de la serpiente" el valiente dominio de la sintaxis y la soberanía sobre el vocabulario. Es incluso didáctico, véase íngrimo (página 106). Sin alcanzar la riqueza exhibida en "La neblina del ayer", alguna descompensada dosis hay de las golosas, barrocas y exuberantes descripciones de los que son, junto con el beisbol, los únicos placeres que les quedan a los cubanos, las mujeres y la comida.
Gran culpa de lo superficial que resulta el dibujo del protagonista, Mario Conde, está en lo poco que hay de una parte muy importante, los personajes que comparten su vida, aquéllos tan bien trabajados en "Pasado perfecto". De sus amigos, sólo el más importante, quien lo escucha, lo fustiga, lo consuela, su otra mitad, por el que vive, El Flaco Carlos, testimonio de la personalidad, del sentir y del destino de un pueblo, es una comparecencia imprescindible e irrenunciable. El resto, Andrés o El Conejo, son simplemente mencionados, y Candito el Rojo, una aparición testimonial. Más presencia, lógicamente, tienen las mujeres, iconos de la tentación, el deseo o la estabilidad.
Decepcionante, denunciable, y ejemplarizante es el tratamiento que tiene uno de los personajes más interesantes, Josefina, la madre de El Flaco. El trato dado a esa mujer por parte de Leonardo Padura es el resumen más evidente de lo que es "La cola de la serpiente", un relato escrito ya creado el personaje de Mario Conde y publicadas (...) sus dos primeras historias (página 183). Se abstiene de perder el tiempo con unos personajes y un ambiente que da por hecho le son familiares al lector y que son los principales atractivos, sus más relevantes activos.
Sin ellos la historia está descapitalizada, reducida a una anécdota, un boceto con cierto interés para quienes puedan llenar los muchos vacíos con los conocimientos de lecturas anteriores, decepcionante y con alto riesgo disuasorio, para los que se inicien en la saga.