Uno va a la librería, se aproxima a la estantería y lo primero que cree ver es un ejemplar de Stefan Zweig. Cuando lo tiene entre sus manos se da cuenta de que no. Es de Arthur Schnitzler, la cuarta edición. Y por la solapa descubre que, aunque casi veinte años mayor, fue un contemporáneo suyo, también austriaco, también de Viena, también judío. Y presume que eran de la misma cuadrilla y se los imagina en una tertulia compartiendo sus escritos con una pizca de nata montada en los bigotes.
Quien se acerque a este cuento, que es lo que "Relato soñado" es, por concepción, estructura, desarrollo de la historia, diseño de los personajes e intenciones didácticas y moralistas, con la esperanza de encontrar algo similar a Stefan Zweig verá satisfechas sus expectativas. Lo cual, por otro lado, sirve de disuasoria advertencia para los que lo aborrecen, que abundan.
Los hay que consideran a la acomodada burguesía europea de finales del XIX y primer tercio del XX un fenómeno que habría que extirpar de la memoria, mientras otros lo consideran, no por nostalgia, atractivo, estético, estimulante y digno de análisis. No todo va a ser novela social. El compromiso se puede manifestar de diferentes maneras, o tener distintos objetivos.
Los gustos cambian. Donde unos ven precisión, profundidad y matices, otros ven afectación, manierismo y parsimonia. Los estilos, los argumentos, los planteamientos pasan de moda. Pero la inteligencia, la perspicacia o el sentido común no.
"Relato soñado" es, no por culpa de la impoluta traducción de Miguel Sáenz, un relato desigual donde lo más contemporáneo es lo más clásico y tradicional. Sin embargo, lo más osado o transgresor, los episodios sicalípticos y carnavalescos que inspiraron a Stanley, Tom y Nicole, o los recursos oníricos, son lo que peor ha envejecido.
Dispar también su avance. A un comienzo esperanzador, preciso, conciso, que vaticina un lúcido estudio sobre la fragilidad de la condición humana, sierva de sus miedos y anhelos, le suceden unas escenas eróticas manidas, propias de un viejo verde, llenas de recurrentes imágenes de disfraces y máscaras, bajo los cuales se esconden deseos, traumas y obsesiones.
Recupera Arthur Schnitzler la sagacidad con el sustancioso sueño y las reflexiones que provoca, acerca de la tolerancia con los impulsos propios y, en cambio, la severidad de juicios y condenas ajenas inmisericordes, consecuencia de los prejuicios, las inseguridades y temores. Pero la resolución y la moraleja final son conformistas y decepcionantes. Intenta a lo largo del relato combatir y cuestionar los convencionalismos y ataduras sociales, mas no logra liberarse de ellos ni proponer alternativa.
Quien se acerque a este cuento, que es lo que "Relato soñado" es, por concepción, estructura, desarrollo de la historia, diseño de los personajes e intenciones didácticas y moralistas, con la esperanza de encontrar algo similar a Stefan Zweig verá satisfechas sus expectativas. Lo cual, por otro lado, sirve de disuasoria advertencia para los que lo aborrecen, que abundan.
Los hay que consideran a la acomodada burguesía europea de finales del XIX y primer tercio del XX un fenómeno que habría que extirpar de la memoria, mientras otros lo consideran, no por nostalgia, atractivo, estético, estimulante y digno de análisis. No todo va a ser novela social. El compromiso se puede manifestar de diferentes maneras, o tener distintos objetivos.
Los gustos cambian. Donde unos ven precisión, profundidad y matices, otros ven afectación, manierismo y parsimonia. Los estilos, los argumentos, los planteamientos pasan de moda. Pero la inteligencia, la perspicacia o el sentido común no.
"Relato soñado" es, no por culpa de la impoluta traducción de Miguel Sáenz, un relato desigual donde lo más contemporáneo es lo más clásico y tradicional. Sin embargo, lo más osado o transgresor, los episodios sicalípticos y carnavalescos que inspiraron a Stanley, Tom y Nicole, o los recursos oníricos, son lo que peor ha envejecido.
Dispar también su avance. A un comienzo esperanzador, preciso, conciso, que vaticina un lúcido estudio sobre la fragilidad de la condición humana, sierva de sus miedos y anhelos, le suceden unas escenas eróticas manidas, propias de un viejo verde, llenas de recurrentes imágenes de disfraces y máscaras, bajo los cuales se esconden deseos, traumas y obsesiones.
Recupera Arthur Schnitzler la sagacidad con el sustancioso sueño y las reflexiones que provoca, acerca de la tolerancia con los impulsos propios y, en cambio, la severidad de juicios y condenas ajenas inmisericordes, consecuencia de los prejuicios, las inseguridades y temores. Pero la resolución y la moraleja final son conformistas y decepcionantes. Intenta a lo largo del relato combatir y cuestionar los convencionalismos y ataduras sociales, mas no logra liberarse de ellos ni proponer alternativa.
"Relato soñado" es similar a alguna de las obras de Stefan Zweig. Similar formal y contextualmente, muy distinta en intenciones, preocupaciones, objetivos y, sobre todo, en los resultados.
Arthur Schnitzler, éste al menos, es más burdo, menos fino, con menos recursos que el Stefan Zweig de "Novela de ajedrez" o de "Mendel el de los libros", también que el de "Amok", "Los ojos del hermano eterno" y "Carta de una desconocida", mucho más profundo, más actual, más poliédrico y menos obvio. Más centrado en las personas, en sus ideas y comportamientos éste, más obsesionado por los instintos el otro.
Arthur Schnitzler, éste al menos, es más burdo, menos fino, con menos recursos que el Stefan Zweig de "Novela de ajedrez" o de "Mendel el de los libros", también que el de "Amok", "Los ojos del hermano eterno" y "Carta de una desconocida", mucho más profundo, más actual, más poliédrico y menos obvio. Más centrado en las personas, en sus ideas y comportamientos éste, más obsesionado por los instintos el otro.
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