lunes, 24 de septiembre de 2012

"Un buen detective no se casa jamás", Marta Sanz.


Éste estuvo a punto de ser el juicio de únicamente las primeras ciento treinta y nueve páginas. Luego casi lo fue de doscientas y pico. Definitivamente, gracias a la fuerza de voluntad y el orgullo, es la opinión de las trescientas catorce.

Que tampoco hubiera pasado nada. Los hay por ahí, muy estimados y seguidos, que se pronuncian sobre una obra larguísima que obviamente no he leído entera, y lo hacen con mucho criterio. 

En su momento, "Black, black, black" dejó sensaciones contrarias. Marta Sanz demostraba que sabía escribir, pero aquello no era, aunque formalmente lo aparentaba y como tal se publicitó, una espléndida novela negra. Espléndida puede, negra lo dudo, imposible espléndida y negra a la vez, salvo que el adjetivo espléndida sea una cáscara vacía, abierta para que el lector la llene con los significados que estime oportuno. 

Nos quedamos con lo primero, con que sabe escribir. La fe en su talento prevalece y por eso se le ha dado la oportunidad a "Un buen detective no se casa jamás". La conclusión esta vez es que las virtudes se agrandan hasta lo desmesurado y los defectos se agravan.

En Editorial Anagrama sabían que era imposible hacer lo mismo con "Un buen detective no se casa jamás" sin mentir y ganarse una plaza eterna en el averno del descrédito. Han optado por una fórmula más ambigua, ofrecerla como una moderna novela detectivesca, siendo el calificativo moderna la gatera por donde colarla dentro de dicha categoría.

De esta maquinación comercial y publicitaria Marta Sanz no tiene ninguna culpa, pero sí es responsable de un ímprobo afán de escribir, sin tener tan claro sobre qué concretamente. Así como en "Black, black, black" ideó un relato más o menos acorde con el género, en "Un buen detective no se casa jamás" no se toma la molestia de disimular, de diseñar una historia digna, simplemente demuestra un mínimo de originalidad e ingenio al estructurarla de tal forma que, en una narración anodina y plana, haya algo de suspense que justifique su inclusión en el género.

Marta Sanz es acaparadora, avasalladora, desmoralizante y devastadora con el ánimo y la paciencia del lector.

No desaprovecha nada, cualquier pretexto le viene bien para desahogarse, explayarse barroca, exponer su dominio del vocabulario, abrumar con la amplitud de sus conocimientos literarios, cinematográficos o generales, con la abundancia de sugerentes y estimulantes imágenes, símiles o alusiones. No le interesa el argumento, se ocupa y divierte creando personajes ciclópeos en un recorrido tan ínfimo.

Invade desmedida espacios que no son suyos. Tan importante como la exhibición o la demostración del talento son la participación y la colaboración del lector. Por egoísmo hurta gozos ajenos, asume tareas que no son suyas. Tanto en el dibujo de los personajes como en el transcurrir del relato, Marta Sanz lo aclara todo y lo ilustra demasiado, no dando posibilidad a la imaginación, a la especulación o a la interpretación.

Y ello repercute letalmente en el ritmo. Las situaciones, las conversaciones se eternizan. La más mínima variación en la escena, cada gesto, cada frase ha de ser necesariamente diseccionada y analizada. Los obstáculos al fluir natural se incrementan por culpa de un subterfugio exasperante e innecesario, de lo cual el narrador es consciente (página 243).

Marta Sanz es una gran escritora cuyo único pecado es el exceso. Debería tomárselo con calma, no ser tan ambiciosa y fundamentalmente buscar el equilibrio. El equilibrio entre los personajes y la historia. Y el equilibrio entre ella y sus lectores, sobre los cuales no debe imponerse, a los cuales debe respetar, reconocerles su espacio.