Cuánto añoro a Felipe Benítez Reyes. A la espera de una novedad suya en prosa, me vengo conformando con Javier Calvo.
Algo hay en él, intangible y difícilmente explicable, que me hace pensar que su sitio no estaba en Mondadori, menos en Seix Barral, sino en Tusquets junto a "Juegos de la edad tardía", a la cual las primeras páginas de "El jardín colgante" evocan.
Lo mismo que lo hace merecedor, en mi particular dieta, de la condición de suplente del nostálgico mago de las palabras gaditano.
Lo mismo que lo hace merecedor, en mi particular dieta, de la condición de suplente del nostálgico mago de las palabras gaditano.
A primera vista puede parecer que poco tienen en común. Uno es un poeta, el otro un tipo con sentido común. No es que sean condiciones excluyente o incompatibles, es más bien que Felipe Benítez Reyes destaca por su sensibilidad y la brillantez de las imágenes que propone, mientras Javier Calvo posee un estilo eficaz y relativamente sobrio, en el que sobresale la incontestable sensatez de sus símiles.
Uno es temerario, el otro práctico. Uno escribe como desearía hacerlo yo, el otro escribe lo que me gusta leer.
El hecho de compararlos ya los vincula. Pero no es argumento suficiente. El nexo principal está en la compartida atmósfera que busco, y encuentro, en los libros de ambos. Un sutil ambiente de frivolidad e intrascendencia, una tenue y saludable propensión al esparcimiento, producto de una concepción del oficio como juego, espectáculo o entretenimiento, que se refleja en una superficial y aparente trivialidad, y en unos personajes premeditadamente dibujados con un puñado de nostalgia y afecto para que sean reconocibles y aceptados.
El inofensivo aspecto del entorno y los comediantes permite introducir soterradas reflexiones trascendentales o, centrándonos ya en el "El jardín colgante" , transmitir la furia e indignación que últimamente han germinado en Javier Calvo. Un enfado y un dolor que no se perciben, al menos con esta intensidad, ni en "Mundo maravilloso" ni en "Corona de flores", o no trascienden tan manifiestamente como el cinismo y escepticismo que supuran las páginas recién leídas.
Javier Calvo mantiene su estilo ameno, demuestra el dominio del lenguaje y del ritmo, y nos ofrece una lectura grata y asequible a cambio de tolerar solidarios su cara más descreída y audaz. Esta vez, preocupado por mantener el control y la calma, para hablar de nuestra desastrosa situación y de la hipocresía imperante, se distancia hasta el reciente pasado de la Transición y aprovecha, matando dos pájaros de un tiro, para exponer las vergüenzas comunes, los vicios y lacras endémicos.
Sin embargo, algo más tienen en común Felipe Benítez Reyes y Javier Calvo. Sus obras son irregulares. Mucho más las del lírico, quien, que cuando se adentra en los reinos de la prosa, evidencia que únicamente está cómodo si ha de recorrer distancias cortas. Cuando se ha aventurado a travesías más largas, se extravió por caminos literarios sucesión de momentos cumbres y abúlicos valles, incapaz de desarrollar un relato sostenido, de imaginar una historia ponderada.
Menos grave es el caso de Javier Calvo. Sus faenas son lucidas, artísticas tanto con el capote como con la muleta, las tandas son largas y ligadas con ambas manos, pero, tanto en "Mundo maravilloso" como en "Corona de flores" los toros fueron arrastrados sin desorejar por culpa de la espada. En "El jardín colgante" la estocada es mejor, hasta la bola y, aparentemente, en todo lo alto, aunque un poco tendida, colocada sin arriesgar, con profesionalidad pero cómodo, sin acabar de transmitir.
No es el único con ese problema.
El inofensivo aspecto del entorno y los comediantes permite introducir soterradas reflexiones trascendentales o, centrándonos ya en el "El jardín colgante" , transmitir la furia e indignación que últimamente han germinado en Javier Calvo. Un enfado y un dolor que no se perciben, al menos con esta intensidad, ni en "Mundo maravilloso" ni en "Corona de flores", o no trascienden tan manifiestamente como el cinismo y escepticismo que supuran las páginas recién leídas.
Javier Calvo mantiene su estilo ameno, demuestra el dominio del lenguaje y del ritmo, y nos ofrece una lectura grata y asequible a cambio de tolerar solidarios su cara más descreída y audaz. Esta vez, preocupado por mantener el control y la calma, para hablar de nuestra desastrosa situación y de la hipocresía imperante, se distancia hasta el reciente pasado de la Transición y aprovecha, matando dos pájaros de un tiro, para exponer las vergüenzas comunes, los vicios y lacras endémicos.
Sin embargo, algo más tienen en común Felipe Benítez Reyes y Javier Calvo. Sus obras son irregulares. Mucho más las del lírico, quien, que cuando se adentra en los reinos de la prosa, evidencia que únicamente está cómodo si ha de recorrer distancias cortas. Cuando se ha aventurado a travesías más largas, se extravió por caminos literarios sucesión de momentos cumbres y abúlicos valles, incapaz de desarrollar un relato sostenido, de imaginar una historia ponderada.
Menos grave es el caso de Javier Calvo. Sus faenas son lucidas, artísticas tanto con el capote como con la muleta, las tandas son largas y ligadas con ambas manos, pero, tanto en "Mundo maravilloso" como en "Corona de flores" los toros fueron arrastrados sin desorejar por culpa de la espada. En "El jardín colgante" la estocada es mejor, hasta la bola y, aparentemente, en todo lo alto, aunque un poco tendida, colocada sin arriesgar, con profesionalidad pero cómodo, sin acabar de transmitir.
No es el único con ese problema.
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