Me he quedado atascado decidiendo cómo explicar que he leído "El síndrome E".
Pero no creo que tenga que justificarme. Y, por supuesto, no me voy ha disculpar. Son cosas que pasan, y que seguirán pasando.
Pero no creo que tenga que justificarme. Y, por supuesto, no me voy ha disculpar. Son cosas que pasan, y que seguirán pasando.
No es malo sucumbir de vez en cuando a la curiosidad. Y uno nunca pierde la esperanza. La misma que un día me animó a descubrir al magnífico Lawrence Norfolk, a través de "El diccionario de Lemprière".
Tampoco es mi intención perder el tiempo ahondando en la explicación de sus defectos y limitaciones. No se molesta en profundizar Franck Thilliez, me voy a preocupar yo.
Al menos, "El síndrome E" sí se lee rápido, algo exigido a este tipo de novelas. El lector pasa raudo las páginas gracias a que el autor vuela ligero, e irrespetuoso, rozando apenas la superficie de la historia, los personajes, los escenarios, paisajes o instituciones, sin esmerarse, tropezar o hundirse en ningún asunto. Únicamente se distrae explicando lo obvio.
Didáctica, si acaso, resulta únicamente la descripción de un aspecto bochornoso de la historia más o menos reciente de Canadá.
Lo que no es, en ningún caso es entretenida. En quinientas setenta páginas, en la edición de Círculo de Lectores, sólo hay dos momentos y pico de tensión, pero no hay ningún giro argumental, ninguna sorpresa, ni demostración de capacidad o talento alguno por parte de los protagonistas, salvo la tenacidad.
El argumento, convencional y previsible, se desarrolla de forma rutinaria y anodina. Por el sencillo, y paciente, método de la decantación las pistas van apareciendo sucesivamente. Simplemente preguntando y asumiendo, qué menos, un poco de riesgo.
La resolución es un hastiado trámite, asombroso por la carencia de intensidad. Y el giro por el cual la víctima deviene en verdugo, de tan absurdo y ridículo, debe encerrar un mensaje cuyo significado nos está vedado.
Donde definitivamente ha errado Franck Thilliez ha sido con los personajes. Las personalidades de los protagonistas están construidas a base de tópicos agotados, principalmente la de ella, y, en el caso de él, las aportaciones novedosas son tan absurdas como asombrosas.
Si a estos dos amargados llaneros solitarios, carentes, como todo el libro, de sentido del humor, se les rodea de unos superiores apenas bosquejados, unos compañeros que son meras sombras, y de unas fuerzas del orden extranjeras evitadas o caricaturizadas, lo menos que puede ocurrir es que la mayoría de las situaciones donde concurran que se planteen sean grotescas.
Después de esto, queda claro que no habrá una entrada sobre "Gataca", la continuación, cuya apresurada publicación, justificada por el ingenioso anzuelo lanzado al final, fue la que captó la atención de este incauto, y no la portada del estilo del cual tanto está abusando Ediciones Destino para aprovechar el tirón sueco, pero que en este caso tiene sentido.
Más información sobre "El síndrome E" y Franck Thilliez.
Tampoco es mi intención perder el tiempo ahondando en la explicación de sus defectos y limitaciones. No se molesta en profundizar Franck Thilliez, me voy a preocupar yo.
Al menos, "El síndrome E" sí se lee rápido, algo exigido a este tipo de novelas. El lector pasa raudo las páginas gracias a que el autor vuela ligero, e irrespetuoso, rozando apenas la superficie de la historia, los personajes, los escenarios, paisajes o instituciones, sin esmerarse, tropezar o hundirse en ningún asunto. Únicamente se distrae explicando lo obvio.
Didáctica, si acaso, resulta únicamente la descripción de un aspecto bochornoso de la historia más o menos reciente de Canadá.
Lo que no es, en ningún caso es entretenida. En quinientas setenta páginas, en la edición de Círculo de Lectores, sólo hay dos momentos y pico de tensión, pero no hay ningún giro argumental, ninguna sorpresa, ni demostración de capacidad o talento alguno por parte de los protagonistas, salvo la tenacidad.
El argumento, convencional y previsible, se desarrolla de forma rutinaria y anodina. Por el sencillo, y paciente, método de la decantación las pistas van apareciendo sucesivamente. Simplemente preguntando y asumiendo, qué menos, un poco de riesgo.
La resolución es un hastiado trámite, asombroso por la carencia de intensidad. Y el giro por el cual la víctima deviene en verdugo, de tan absurdo y ridículo, debe encerrar un mensaje cuyo significado nos está vedado.
Donde definitivamente ha errado Franck Thilliez ha sido con los personajes. Las personalidades de los protagonistas están construidas a base de tópicos agotados, principalmente la de ella, y, en el caso de él, las aportaciones novedosas son tan absurdas como asombrosas.
Si a estos dos amargados llaneros solitarios, carentes, como todo el libro, de sentido del humor, se les rodea de unos superiores apenas bosquejados, unos compañeros que son meras sombras, y de unas fuerzas del orden extranjeras evitadas o caricaturizadas, lo menos que puede ocurrir es que la mayoría de las situaciones donde concurran que se planteen sean grotescas.
Después de esto, queda claro que no habrá una entrada sobre "Gataca", la continuación, cuya apresurada publicación, justificada por el ingenioso anzuelo lanzado al final, fue la que captó la atención de este incauto, y no la portada del estilo del cual tanto está abusando Ediciones Destino para aprovechar el tirón sueco, pero que en este caso tiene sentido.
Más información sobre "El síndrome E" y Franck Thilliez.