Si Mariano José Larra, que siempre tuvo una opinión un poquito pesimista sobre sus conciudadanos y fue un tanto escéptico en cuanto al futuro de la patria, levantara la cabeza estaría henchido de orgullo y ahíto tras tener que tragarse el papel en el que escribió sus infundios y libelos.
En este páramo investigador y científico, y más que lo va a ser con los próximos recortes en I+D (si de verdad existió para ese concepto una partida presupuestaria) que es España, todavía hay gente que, contra viento y la tradicional molicie, lucha por satisfacer las inquietudes propias y ajenas.
"Livingstone nunca llegó a Donga" es un verdadero brote verde cultural que, en este crudo invierno que estamos pasando, aparece entre los títulos de la colección "Breviarios" de la comprometida y cada vez más grande Rey Lear Editores. Y una alegría es la valentía de ésta por promocionar un género tan extraño a nuestras letras como es el de la divulgación científica. Este país es un territorio escaso en escritores que se desenvuelvan cómodos en dicho género. Tenemos filósofos, divagadores y especuladores, los últimos de cualquier tipo, pero no tenemos nada semejante al ameno Oliver Sacks o a la sorprendente Dava Sobel, y lo más parecido al llorado Carl Sagan es J.J. Benítez.
A partir de ahora podremos presumir de tener nuestro propio Marvin Harris. Y tal vez con el tiempo sean los americanos los que tengan que decir que suyo es el predecesor de Alfonso Vázquez, quien con toda seguridad está destinado a convertirse, gracias a contribuciones como este estudio sobre el pueblo dongolés, que no es más que una madura confirmación de lo que ya se intuía en trabajos anteriores (véase "Teoría del majarón malagueño"), en una referencia dentro de la comunidad socio-músico-médico-económico-psico-antropológica mundial.
Sin el apoyo de las universidades españolas, para las cuales es un total desconocido, no así para los bares de la Calle de Julián Romea y alrededores en Madrid, donde es una celebridad, Alfonso Vázquez ha sido capaz, gracias a la escasa financiación, a la vista del magro pero jugoso resultado, proporcionada por la Fundación Sigurd Tolvasson y la Universidad de New Beckham, de redactar un profundo y meticuloso tratado, que abarca todos los campos científicos y artísticos, y proporcionar un exhaustivo conocimiento de Donga.
"Livingstone nunca llegó a Donga" está recomendado para aquellos que deseen satisfacer sus comprensibles incertidumbres y cultivarse por fin sobre la relevancia de esa civilización en el concierto mundial y la transcendencia de su influencia en la cultura global del planeta.
De una forma afable, al estilo marcado por Nigel Barley en "El antropólogo inocente" y su secuela "Una plaga de orugas" pero sin derivas anecdóticas poco científicas, mucho más riguroso y conciso, preciso y comprometido con el pormenor metódicamente comprobado, adjuntando ilustraciones didácticas, gráficos aclaratorios y elocuentes fotografías, Alfonso Vázquez inunda al lector con información imprescindible para entender cómo esa gente ha pasado desapercibida hasta ahora, y porqué podemos estar tranquilos si los mantenemos a una distancia prudencial.
Esta obra desvela datos relevantes y conmovedores: La existencia de una Ruta Africana del Camino de Santiago que, desde Ciudad del Cabo a Tánger, enlazaría con la Vía de la Plata y supondría la entrada en la península de la endémica siesta, el origen de la denominación de determinado tipo de roedores como Hamsters, el papel jugado en la Gran Guerra y su fundamental contribución en el éxito del desembarco de Normandía, o las aportaciones de la rica y variada gastronomía dongoleña a la dieta mundial. Sólo queda sin demostrar la aseveración hecha en el título.
Gracias Alfonso Vázquez por este pequeño divertimento que conecta con la, sí más rica y abundante, tradición humorística hispana, de la cual pasa a formar parte dignamente. Seguro que habría sido una delicia para Tip, genio irreverente, esta muestra de humor puro pero fino, elegante, absurdo a la vez que inteligente, una diversión necesaria. Y sin duda le hubiera otorgado al libro, al autor y a los ciudadanos de Donga, en donde creo que pasó más de un verano llamado por sus costumbres y benigno clima, el título de Más bonito que un San Luis.
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