Está claro que Ángel Vázquez es un escritor maldito. Allá donde se ve su nombre le acompaña esa etiqueta. Y aquéllos que de vez en cuando organizan algún acto para reivindicar su obra parecen encantados alentando ese malditismo. Llevados por el cariño y la simpatía malgastan las fuerzas anteponiendo al autor en vez de defender su obra.
Ángel Vázquez no es un personaje con una vida tan novedosa ni apasionante que justifique por sí misma la presencia de sus libros en las librerías. Eso es un hecho. Los que lo conocieron y lo apreciaron algún día ya no estarán para sostener su recuerdo, y sólo quedarán tres novelas y once cuentos. Lo importante es saber si la lucha por fomentar la lectura de sus textos, y superar esa imagen, es una causa justa.
Entre ese poquísimo que hay, más sencillo, y más barato, que encontrar "El cuarto de los niños y otros cuentos", editado en 2008 por el 1880 de las editoriales, Editorial Pre-textos, o "Fiesta para una mujer sola", recuperada por Rey Lear Editores hace un par de años, fue ir al mercado de segunda mano a por el Premio Planeta de 1962, "Se enciende y se apaga una luz", prácticamente regalado, y a por la considerada su mejor obra, "La vida perra de Juanita Narboni", publicada primero por Editorial Planeta en 1976, después por su filial Seix Barral en los ochenta, y descatalogada hasta que Ediciones Cátedra, en 2006 la incluyera en su catálogo con introducción y notas de Virginia Trueba.
Se habla de esta última como de una de las novelas más importantes del siglo XX. Comprobemos si eso es o no verdad. Las razones dadas para elevarla a esa categoría son fundamentalmente tres: Su original estructura, el testimonio ofrecido de la que fue la ciudad abierta de Tánger, y ser el excepcional ejemplo literario de una lengua extinta.
La originalidad de su estructura podría defenderse si la osada propuesta inicial se mantuviera con valentía y esfuerzo. Tanto la forma como la organización evolucionan suavizando su radicalidad. La sorprendente dislocación temporal rige apenas cuarenta páginas, un inteligente recurso limitado a la presentación y destinado a la rápida puesta en situación del lector por medio de significativas anécdotas extraídas de distintos momentos de la vida de su protagonista. A partir de ahí los párrafos se suceden ordenados cronológicamente, con un desarrollo ortodoxo. El monólogo interior en que consiste la obra también pasa de ser introspectivo, conceptual, elíptico y emocional, a más narrativo y convencional. Las frases cortas se alargan, los cambios constantes de tema se reducen y los pensamientos se van hilvanando. El monólogo se sustituye por diálogos, reales o imaginados, con personas o presencias, y desemboca en un penúltimo trance de paroxismo surrealista recopilatorio. Comparada con "Tiempo de silencio" es "El Principito".
El supuesto valor arqueológico de "La vida perra de Juanita Narboni" como vestigio de una lengua castellano-tangerina está sobrestimado. Sí hay alguna palabra intercalada, excepcionalmente una expresión. Pero está escrita un perfecto castellano colorido, enriquecido y aderezado con localismos, anglicismos y galicismos, una consecuencia lógica de la convivencia. Nada siquiera cercano a ser considerado un dialecto.
La visión que ofrece Ángel Vázquez del Tánger de la primera mitad del siglo XX es difusa y fragmentada. Los que no tenemos ni idea de cómo era aquella vida ni cuáles las circunstancias en esa ciudad abierta y cosmopolita prácticamente nos quedamos como estábamos. Ésta es la historia de una mujer, un personaje miserable, mezquino y ensimismado. El entorno es únicamente mostrado desde la perspectiva que otorga su estrechez de miras. La rendija proporciona pocas vistas, la protagonista se coloca delante y son escasos los momentos en que se puede ver qué hay detrás de ella.
No es necesario mirar a ningún otro sitio sino al frente. No hay que despistarse con el ambiente, ni obsesionarse con las herramientas utilizadas o los aspectos formales. Esta figura monumental constituye su principal patrimonio, el mérito fundamental. Un personaje central que, considerado una persona, se impone tedioso, insoportable, reiterativo y desquiciante. Sin embargo se descubre eficaz como metáfora de aquella España y de su presencia en dicho territorio: Condescendiente con los nativos, desdeñosa y desconocedora de su realidad, supuestamente superior moralmente, altiva y ridícula dándose aires de gran potencia colonial, presuntuosa por un lejano pasado imperial, en realidad empobrecida, acomplejada, cretina, ruin y sin futuro.
Definitivamente, el título, otorgado por benévolos, de Cumbre de la Literatura Española del siglo recién acabado le viene grande a "La vida perra de Juanita Narboni". Que sea una novela sin duda interesante y por supuesto salvable, con muchas virtudes y valores como tantas otras, no evita que sus doscientas sesenta y siete páginas sean también redundantes, pretas, fatigosas y desmoralizadoras.
Ángel Vázquez no es un personaje con una vida tan novedosa ni apasionante que justifique por sí misma la presencia de sus libros en las librerías. Eso es un hecho. Los que lo conocieron y lo apreciaron algún día ya no estarán para sostener su recuerdo, y sólo quedarán tres novelas y once cuentos. Lo importante es saber si la lucha por fomentar la lectura de sus textos, y superar esa imagen, es una causa justa.
Entre ese poquísimo que hay, más sencillo, y más barato, que encontrar "El cuarto de los niños y otros cuentos", editado en 2008 por el 1880 de las editoriales, Editorial Pre-textos, o "Fiesta para una mujer sola", recuperada por Rey Lear Editores hace un par de años, fue ir al mercado de segunda mano a por el Premio Planeta de 1962, "Se enciende y se apaga una luz", prácticamente regalado, y a por la considerada su mejor obra, "La vida perra de Juanita Narboni", publicada primero por Editorial Planeta en 1976, después por su filial Seix Barral en los ochenta, y descatalogada hasta que Ediciones Cátedra, en 2006 la incluyera en su catálogo con introducción y notas de Virginia Trueba.
Se habla de esta última como de una de las novelas más importantes del siglo XX. Comprobemos si eso es o no verdad. Las razones dadas para elevarla a esa categoría son fundamentalmente tres: Su original estructura, el testimonio ofrecido de la que fue la ciudad abierta de Tánger, y ser el excepcional ejemplo literario de una lengua extinta.
La originalidad de su estructura podría defenderse si la osada propuesta inicial se mantuviera con valentía y esfuerzo. Tanto la forma como la organización evolucionan suavizando su radicalidad. La sorprendente dislocación temporal rige apenas cuarenta páginas, un inteligente recurso limitado a la presentación y destinado a la rápida puesta en situación del lector por medio de significativas anécdotas extraídas de distintos momentos de la vida de su protagonista. A partir de ahí los párrafos se suceden ordenados cronológicamente, con un desarrollo ortodoxo. El monólogo interior en que consiste la obra también pasa de ser introspectivo, conceptual, elíptico y emocional, a más narrativo y convencional. Las frases cortas se alargan, los cambios constantes de tema se reducen y los pensamientos se van hilvanando. El monólogo se sustituye por diálogos, reales o imaginados, con personas o presencias, y desemboca en un penúltimo trance de paroxismo surrealista recopilatorio. Comparada con "Tiempo de silencio" es "El Principito".
El supuesto valor arqueológico de "La vida perra de Juanita Narboni" como vestigio de una lengua castellano-tangerina está sobrestimado. Sí hay alguna palabra intercalada, excepcionalmente una expresión. Pero está escrita un perfecto castellano colorido, enriquecido y aderezado con localismos, anglicismos y galicismos, una consecuencia lógica de la convivencia. Nada siquiera cercano a ser considerado un dialecto.
La visión que ofrece Ángel Vázquez del Tánger de la primera mitad del siglo XX es difusa y fragmentada. Los que no tenemos ni idea de cómo era aquella vida ni cuáles las circunstancias en esa ciudad abierta y cosmopolita prácticamente nos quedamos como estábamos. Ésta es la historia de una mujer, un personaje miserable, mezquino y ensimismado. El entorno es únicamente mostrado desde la perspectiva que otorga su estrechez de miras. La rendija proporciona pocas vistas, la protagonista se coloca delante y son escasos los momentos en que se puede ver qué hay detrás de ella.
No es necesario mirar a ningún otro sitio sino al frente. No hay que despistarse con el ambiente, ni obsesionarse con las herramientas utilizadas o los aspectos formales. Esta figura monumental constituye su principal patrimonio, el mérito fundamental. Un personaje central que, considerado una persona, se impone tedioso, insoportable, reiterativo y desquiciante. Sin embargo se descubre eficaz como metáfora de aquella España y de su presencia en dicho territorio: Condescendiente con los nativos, desdeñosa y desconocedora de su realidad, supuestamente superior moralmente, altiva y ridícula dándose aires de gran potencia colonial, presuntuosa por un lejano pasado imperial, en realidad empobrecida, acomplejada, cretina, ruin y sin futuro.
Definitivamente, el título, otorgado por benévolos, de Cumbre de la Literatura Española del siglo recién acabado le viene grande a "La vida perra de Juanita Narboni". Que sea una novela sin duda interesante y por supuesto salvable, con muchas virtudes y valores como tantas otras, no evita que sus doscientas sesenta y siete páginas sean también redundantes, pretas, fatigosas y desmoralizadoras.