Esta es la historia de un liguero.
Y es que esta historia es como un liguero. Liguero, no hay palabra más vulgar, como "Schlumpf, Erwin: Homicidio". Menudo título, los propios editores lo reconocen: Vale, de acuerdo, no lo tenemos claro, si queréis también podéis llamarla "El inspector Studer". Cuánto título para tan poco libro.
Editorial Acantilado es especialista en bajar del altillo cajas llenas de, normalmente, agradables sorpresas; preciosos vestidos vintage obra de Stefan Zweig, elegantes y confeccionados con buenos paños, o brillantes alhajas talladas por el ojo preciso de ese cronista magistral que fue Eugeni Xammar.
En este caso la caja olvidada provenía de un pariente lejano que hace muchos años emigró a Suiza y que, en su momento, les envió con recuerdos de aquellas tierras dentro. La abrieron y publicaron este liguero.
Como un liguero, "Schlumpf, Erwin: Homicidio" es un objeto pintoresco, simpático. También anticuado, pasado de moda. No cabe duda que para una sociedad reprimida y timorata como la suiza de entreguerras los relatos de Friedrich Glauser fueran excitantes, apasionantes. Ahora, en la era del algodón blanco, no provocan más que cierta gracia.
Como un liguero, la anécdota contada en "El inspector Studer" es ridícula y superficial, malograda ocasión para ahondar en otras cuestiones. Un suceso provinciano exiguo y anodino, reflejo de un pueblo muy educado y neutral, con un, al parecer, sutil sentido del humor, mas pazguato, comparado con lo apasionante que fue ese periodo un poquito más al norte. No es que sea preferible el recorrido histórico de Alemania al que adoptó Suiza, todo lo contrario, pero a toro pasado y desde el punto de vista literario, sí es palpitante o aleccionador uno y mortecino el otro.
Como un liguero, artificioso, lleno de cintas y adornos para disimular su prosaica función, esta historia está llena de postizos y trampas dispuestos fingidamente con la única intención de complicar artificialmente la trama y su resolución. A Glauser le gustó su idea y, para estirarla, hizo que el inspector Studer estuviera encantado en la villa de Gerzenstein, con sus carteles y la música saliendo por las ventanas, y que, aún sabiendo todos desde el primer momento quién era el culpable, justificara sus permanencia con entrevistas, interrogatorios y búsqueda de pruebas.
Si Editorial Acantilado dejó de apostar por Friedrich Glauser por qué vamos a hacerlo los demás. Le dio dos oportunidades; en 2001 publicaron "El reino de Matto" y dos años después la que nos ocupa. No ha habido una tercera ocasión. En esa caja proveniente de los Alpes quedan otros objetos, tal vez un sombrero típico, unos tirantes, nada aprovechable.
Si al menos hubiera un reloj de cuco, igualmente pintoresco, simpático, anticuado, ridículo, pero capaz de sorprendente si te pilla desprevenido.
Y es que esta historia es como un liguero. Liguero, no hay palabra más vulgar, como "Schlumpf, Erwin: Homicidio". Menudo título, los propios editores lo reconocen: Vale, de acuerdo, no lo tenemos claro, si queréis también podéis llamarla "El inspector Studer". Cuánto título para tan poco libro.
Editorial Acantilado es especialista en bajar del altillo cajas llenas de, normalmente, agradables sorpresas; preciosos vestidos vintage obra de Stefan Zweig, elegantes y confeccionados con buenos paños, o brillantes alhajas talladas por el ojo preciso de ese cronista magistral que fue Eugeni Xammar.
En este caso la caja olvidada provenía de un pariente lejano que hace muchos años emigró a Suiza y que, en su momento, les envió con recuerdos de aquellas tierras dentro. La abrieron y publicaron este liguero.
Como un liguero, "Schlumpf, Erwin: Homicidio" es un objeto pintoresco, simpático. También anticuado, pasado de moda. No cabe duda que para una sociedad reprimida y timorata como la suiza de entreguerras los relatos de Friedrich Glauser fueran excitantes, apasionantes. Ahora, en la era del algodón blanco, no provocan más que cierta gracia.
Como un liguero, la anécdota contada en "El inspector Studer" es ridícula y superficial, malograda ocasión para ahondar en otras cuestiones. Un suceso provinciano exiguo y anodino, reflejo de un pueblo muy educado y neutral, con un, al parecer, sutil sentido del humor, mas pazguato, comparado con lo apasionante que fue ese periodo un poquito más al norte. No es que sea preferible el recorrido histórico de Alemania al que adoptó Suiza, todo lo contrario, pero a toro pasado y desde el punto de vista literario, sí es palpitante o aleccionador uno y mortecino el otro.
Como un liguero, artificioso, lleno de cintas y adornos para disimular su prosaica función, esta historia está llena de postizos y trampas dispuestos fingidamente con la única intención de complicar artificialmente la trama y su resolución. A Glauser le gustó su idea y, para estirarla, hizo que el inspector Studer estuviera encantado en la villa de Gerzenstein, con sus carteles y la música saliendo por las ventanas, y que, aún sabiendo todos desde el primer momento quién era el culpable, justificara sus permanencia con entrevistas, interrogatorios y búsqueda de pruebas.
Si Editorial Acantilado dejó de apostar por Friedrich Glauser por qué vamos a hacerlo los demás. Le dio dos oportunidades; en 2001 publicaron "El reino de Matto" y dos años después la que nos ocupa. No ha habido una tercera ocasión. En esa caja proveniente de los Alpes quedan otros objetos, tal vez un sombrero típico, unos tirantes, nada aprovechable.
Si al menos hubiera un reloj de cuco, igualmente pintoresco, simpático, anticuado, ridículo, pero capaz de sorprendente si te pilla desprevenido.
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