Europa Press, Madrid 19 de octubre de 2011, miércoles:
"Las cuatro esquinas", de Manuel Longares, ha sido galardonado con el Premio Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid. El jurado ha querido homenajear la obra de un escritor con una gran trayectoria literaria.
Reconocen, por tanto, al autor y al conjunto de su obra. Si es así, lo respeto, pero conste que lo hacen por medio de una obra menor. Una obra menor en la que Manuel Longares, sin duda, demuestra, no sólo oficio sino maestría escribiendo. También frialdad y distanciamiento con los personajes y sus vivencias.
Y es que a Manuel Longares se le nota demasiado su preocupación por escribir bien, muy bien, descuidando otros aspectos. No tanto la historia, que también, como la elección de la voz adecuada. Rígido, petulante, orgulloso y seguro de sí, sacrifica el fondo en favor de la forma. Sus páginas supuran una obsesión por batir a Proust en a ver quién la tiene más larga (página 120). El tamaño no importa. Más le valdría emular la capacidad de éste para emocionar, para transmitir sensaciones, sentimientos y no conformarse con ofrecer una pizca de humor.
"Las cuatro esquinas" son cuatro relatos. Según el prólogo, esta vez llamado propuesta, uno por cada etapa de la vida, infancia, juventud, madurez y vejez. También por cada una de las últimas veintenas de nuestra historia inmediata.
El nivel es desigual mas ordenado, señalando un patente declinar. La calidad de los relatos decae y la causa no es que unos periodos sean más relevantes que otros. Todos son literariamente interesantes; los primeros años del franquismo, duro, revanchista y vengativo, el embrionario antifranquismo, inocente e iluso, la prudente, timorata y conciliadora transición o el desolador y polarizado momento actual.
Sorprendentemente, cuanto más hacia atrás tiene que ir el autor, mientras los recuerdos son el fundamento de la historia, los dos primeros relatos están anclados a la realidad y son representativos de los momentos en los que están situados. En cambio, a medida que se acerca a la actualidad, cuando se atisba libertad, el mundo se agranda y mayor es también el margen que se le da a la imaginación y a la creatividad, más anecdóticos son los cuentos y menor su capacidad de reflejar una época.
Además de un título, Manuel Longares les otorga, en dicha propuesta inicial, un rasgo definitorio. Así, el primero, "El principal de Eguilaz", el más logrado y mejor resuelto, el único que conmueve en alguna medida y en el que lo contado se impone a cómo se cuenta, está protagonizado, según su autor, por la miseria, tanto física como moral, y sobre todo por el miedo producido por la consiguiente inseguridad.
Sobre la inocencia trataría el segundo, "El silencio elocuente". También acierta Manuel Longares reflejando y destacando la hipocresía que presidía los años sesenta, y lo hace usando el tono y ritmos adecuados, con viveza, gracia y cariño, pero sin terminar de cerrar bien la historia, por lo que el resultado final no es redondo.
"Delicado" pretende hablar de la perfidia y de los ochenta. Ni lo uno ni lo otro. Habría que ampliar mucho el objetivo para ver deslealtad o traición en el relato, la misma que pueda encontrarse cualquier otra historia, pero nunca decir que lo protagoniza. Y los acontecimientos históricos mencionados conectan al relato más con los setenta. Los verdaderos vínculos con la década siguiente son la materialización de la expresión confundir la libertad con el libertinaje, literario en este caso, y el homenaje al inolvidable protagonista de "El misterio de la cripta embrujada" y "El laberinto de las aceitunas".
"Terminal" presenta como únicos nexos con la actualidad estar datado en el verano de 2008 y un par de menciones al gobierno socialista. Salvados esos detalles, podría transcurrir en cualquier tiempo y lugar. Y, por hablar de la muerte de un imaginado personaje relevante y terminar con una reflexión sobre la pervivencia del legado de un artista, por extensión de cualquier persona, no se puede pretender que un cuento esté protagonizado por la transcendencia, como era la intención de Manuel Longares, si el estilo empleado es frívolo, cuando no caricaturesco, y se desperdician además evidentes oportunidades para profundizar y conmover.
Acabo como empecé. Una obra menor, muy bien escrita pero decepcionante. Y es que cuando uno oye cuatro cuentos y espera encontrar de nuevo un ramo de girasoles ciegos.
Y es que a Manuel Longares se le nota demasiado su preocupación por escribir bien, muy bien, descuidando otros aspectos. No tanto la historia, que también, como la elección de la voz adecuada. Rígido, petulante, orgulloso y seguro de sí, sacrifica el fondo en favor de la forma. Sus páginas supuran una obsesión por batir a Proust en a ver quién la tiene más larga (página 120). El tamaño no importa. Más le valdría emular la capacidad de éste para emocionar, para transmitir sensaciones, sentimientos y no conformarse con ofrecer una pizca de humor.
"Las cuatro esquinas" son cuatro relatos. Según el prólogo, esta vez llamado propuesta, uno por cada etapa de la vida, infancia, juventud, madurez y vejez. También por cada una de las últimas veintenas de nuestra historia inmediata.
El nivel es desigual mas ordenado, señalando un patente declinar. La calidad de los relatos decae y la causa no es que unos periodos sean más relevantes que otros. Todos son literariamente interesantes; los primeros años del franquismo, duro, revanchista y vengativo, el embrionario antifranquismo, inocente e iluso, la prudente, timorata y conciliadora transición o el desolador y polarizado momento actual.
Sorprendentemente, cuanto más hacia atrás tiene que ir el autor, mientras los recuerdos son el fundamento de la historia, los dos primeros relatos están anclados a la realidad y son representativos de los momentos en los que están situados. En cambio, a medida que se acerca a la actualidad, cuando se atisba libertad, el mundo se agranda y mayor es también el margen que se le da a la imaginación y a la creatividad, más anecdóticos son los cuentos y menor su capacidad de reflejar una época.
Además de un título, Manuel Longares les otorga, en dicha propuesta inicial, un rasgo definitorio. Así, el primero, "El principal de Eguilaz", el más logrado y mejor resuelto, el único que conmueve en alguna medida y en el que lo contado se impone a cómo se cuenta, está protagonizado, según su autor, por la miseria, tanto física como moral, y sobre todo por el miedo producido por la consiguiente inseguridad.
Sobre la inocencia trataría el segundo, "El silencio elocuente". También acierta Manuel Longares reflejando y destacando la hipocresía que presidía los años sesenta, y lo hace usando el tono y ritmos adecuados, con viveza, gracia y cariño, pero sin terminar de cerrar bien la historia, por lo que el resultado final no es redondo.
"Delicado" pretende hablar de la perfidia y de los ochenta. Ni lo uno ni lo otro. Habría que ampliar mucho el objetivo para ver deslealtad o traición en el relato, la misma que pueda encontrarse cualquier otra historia, pero nunca decir que lo protagoniza. Y los acontecimientos históricos mencionados conectan al relato más con los setenta. Los verdaderos vínculos con la década siguiente son la materialización de la expresión confundir la libertad con el libertinaje, literario en este caso, y el homenaje al inolvidable protagonista de "El misterio de la cripta embrujada" y "El laberinto de las aceitunas".
"Terminal" presenta como únicos nexos con la actualidad estar datado en el verano de 2008 y un par de menciones al gobierno socialista. Salvados esos detalles, podría transcurrir en cualquier tiempo y lugar. Y, por hablar de la muerte de un imaginado personaje relevante y terminar con una reflexión sobre la pervivencia del legado de un artista, por extensión de cualquier persona, no se puede pretender que un cuento esté protagonizado por la transcendencia, como era la intención de Manuel Longares, si el estilo empleado es frívolo, cuando no caricaturesco, y se desperdician además evidentes oportunidades para profundizar y conmover.
Acabo como empecé. Una obra menor, muy bien escrita pero decepcionante. Y es que cuando uno oye cuatro cuentos y espera encontrar de nuevo un ramo de girasoles ciegos.