miércoles, 17 de julio de 2013

"Nuestro hombre en La Habana", de Graham Greene



A una persona mayor hay determinadas cosas que no se le pueden pedir.

No se puede esperar que compartan aficiones que requieran grandes esfuerzos físicos.

Ni se les debe exigir que tengan aptitudes, siquiera inquietudes, en el manejo de las nuevas tecnologías.

Se ha de ser respetuoso con sus manías al tiempo que paciente con sus achaques. Escucharles, y aprovecharse de su experiencia. 

Siempre es recomendable la lectura de las obras de Graham Greene. Más ahora que los espías están, a su pesar, en los titulares de los media.

"Nuestro hombre en La Habana" es una novela con edad para jubilarse. Como tal, renquea y ya no tiene los reflejos ni la agilidad de un joven.

Pero, siendo uno comprensivo, comprueba que, con un estilo sencillo y sobrio, sin ardides ni artificios, se puede contar una historia alegórica e inteligente, construir unos personajes representativos, mantener el sentido del humor intacto y activa la capacidad de seducir e instruir.

La novela de Graham Greene es hija de otra época, no tan lejana mas sí radicalmente distinta. Un mundo todavía inocente aunque cruel. Un momento donde el tiempo transcurre calmo, permitiendo el disfrute, la rectificación, la complacencia, la farsa. Un territorio primitivo, visceral, a la vez que noble y caballeroso.

Un momento no fundamental mecánico y tecnológico, sino todavía humano, manual, artesano.

Y es en ese espacio donde se manejarían los mismos seres humanos que nos creemos que somos.

Seres tal vez insignificantes, pero orgullosos. Flexibles, pero firmes. Frívolos y triviales, pero osados y tercos.

Héroes capaces, incitados por las injusticias y alentados por sus valores, de controvertir las estructuras, resistirse a la capitulación, socavar el orden, embaucar al mando. Y reclamar su emancipación.

Demasiado optimista e ingenua resulta la propuesta de Graham Greene.

Dadas las circunstancias, me quedo con la alternativa más juiciosa. Que era un cínico despiadado el cual, en realidad, opinaba que, ante la sociedad y el poder, la conclusión a la que debe llegar el individuo es la misma que a la que llega Charlon Heston al final de "El planeta de los simios".