Estaba convencidísimo de haber leído alguna de las historias del comisario Montalbano. A Andrea Camilleri seguro, que de eso se encarga mi señora, que no sé que zuna tiene con él.
He repasado la relación de sus obras, intentando recordar entre los títulos, y sólo tengo claro que he leído al menos dos:
"La concesión del teléfono", una simpática, sencilla y nada novedosa crónica folclórica de la Sicilia, la misma Sicilia, siempre Sicilia, esta vez de finales del siglo XIX, representada en Vigàta, la misma Vigàta, siempre Vigàta.
Y esa evocadora, alegórica, sugerente, leyenda mediterránea que es "El beso de la sirena". Ninguna de las dos con il dottor Montalbano como protagonista, ninguna publicada por Ediciones Salamandra, sino por Ediciones Destino, con quien se reparte el pastel Camilleri en castellano.
Si bien "El beso de la sirena" va aparte, es diferente, un cuento mitológico, una aventura, un reto, una deuda, Andrea Camilleri parece que, invariablemente, pretende ser grato y bienintencionado, generar un fondo de optimismo, con un estilo ameno, escueto, que garantiza una lectura fluida y una sonrisa en los labios.
Este Andrea Camilleri de "La edad de la duda" casa con el recuerdo que tengo de "La concesión del teléfono", en cuanto al dibujo benévolo, irónico pero cariñoso de unos personajes arquetípicos e identificables, los tipos italianos que uno busca y encuentra en la literatura desde Guareschi, o en el cine desde el Fellini de "Dolce vita" o "Amarcord". Los hombres son torpes unos, otros despistados, apasionados, un tanto violentos, como contrapunto está el sensato, la mayoría rijosos, todos galantes e infantiles. Las mujeres son pacientes, maternales, sabias, y nunca falta la rotunda, incluso voraz, para saciar las fantasías.
Lo que no cuadra con mi memoria es un protagonista tan descreído, subversivo, saboteador, zampón y voluptuoso. Serán los años, que no pasan en balde ni para un enemigo de las frases hechas. Son esos años precisamente, esa edad de la duda a la que se refiere el título, los que explican y dignifican su papel en la forzada anécdota amorosa en la que, con torpeza, lo involucra el autor.
Aunque no me ha sorprendido la trama sencilla pero eficaz, entretenida, resuelta con credibilidad y premura, tampoco tenía formada la opinión de que los libros detectivescos de Andrea Camilleri no eran más que un modesto remedio para aquéllos a los que les guste Lorenzo Silva y se hayan leído completa la saga de Bevilacqua y Chamorro. Ambos, Camilleri y Silva, ofrecen historias reales, con escenarios y personajes reconocibles, pero las del segundo están más trabajadas en cuanto al argumento, tienen más enjundia y mejor ligados los ingredientes.
"La concesión del teléfono", una simpática, sencilla y nada novedosa crónica folclórica de la Sicilia, la misma Sicilia, siempre Sicilia, esta vez de finales del siglo XIX, representada en Vigàta, la misma Vigàta, siempre Vigàta.
Y esa evocadora, alegórica, sugerente, leyenda mediterránea que es "El beso de la sirena". Ninguna de las dos con il dottor Montalbano como protagonista, ninguna publicada por Ediciones Salamandra, sino por Ediciones Destino, con quien se reparte el pastel Camilleri en castellano.
Si bien "El beso de la sirena" va aparte, es diferente, un cuento mitológico, una aventura, un reto, una deuda, Andrea Camilleri parece que, invariablemente, pretende ser grato y bienintencionado, generar un fondo de optimismo, con un estilo ameno, escueto, que garantiza una lectura fluida y una sonrisa en los labios.
Este Andrea Camilleri de "La edad de la duda" casa con el recuerdo que tengo de "La concesión del teléfono", en cuanto al dibujo benévolo, irónico pero cariñoso de unos personajes arquetípicos e identificables, los tipos italianos que uno busca y encuentra en la literatura desde Guareschi, o en el cine desde el Fellini de "Dolce vita" o "Amarcord". Los hombres son torpes unos, otros despistados, apasionados, un tanto violentos, como contrapunto está el sensato, la mayoría rijosos, todos galantes e infantiles. Las mujeres son pacientes, maternales, sabias, y nunca falta la rotunda, incluso voraz, para saciar las fantasías.
Lo que no cuadra con mi memoria es un protagonista tan descreído, subversivo, saboteador, zampón y voluptuoso. Serán los años, que no pasan en balde ni para un enemigo de las frases hechas. Son esos años precisamente, esa edad de la duda a la que se refiere el título, los que explican y dignifican su papel en la forzada anécdota amorosa en la que, con torpeza, lo involucra el autor.
Aunque no me ha sorprendido la trama sencilla pero eficaz, entretenida, resuelta con credibilidad y premura, tampoco tenía formada la opinión de que los libros detectivescos de Andrea Camilleri no eran más que un modesto remedio para aquéllos a los que les guste Lorenzo Silva y se hayan leído completa la saga de Bevilacqua y Chamorro. Ambos, Camilleri y Silva, ofrecen historias reales, con escenarios y personajes reconocibles, pero las del segundo están más trabajadas en cuanto al argumento, tienen más enjundia y mejor ligados los ingredientes.
Y es que lo más chocante es lo livianas que son las intenciones de Andrea Camilleri. Agradar con un retrato costumbrista y sensiblero, poco más. La superficialidad general de "La edad de la duda" se evidencia en cualquiera de las ocasiones en las que el autor intenta ahondar o transcender. Sea cual sea la oportunidad, romántica o social, fracasa y únicamente es capaz de ofrecer unas reflexiones vanas, ridículamente correctas y superfluas.
Al final va a resultar que, en realidad, hasta ahora no había leído nada del comisario Montalbano. Debo de haberlo confundido con otro comisario, tal vez con el veneciano Brunetti. Perdón, a los cuatro. A Montalbano, a Brunetti, a Andrea Camilleri y a Donna Leon.
Con el que, sin duda, no es posible este equívoco es con Aurelio Zen.
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