En 2011, César Pérez Gellida se trasladó con la familia a Madrid para poder dedicarse en exclusiva a su carrera de escritor.
Para que eso sea posible es necesario vender muchísimos libros.
Y, para vender tantos ejemplares, o impones a los lectores tu talento, o los complaces con obras acomodadas a sus gustos.
Ninguna de las opciones es asequible. El pucelano lo va a intentar por la ruta humilde. Tal como está la cosa, es lo más sensato y prudente.
"Memento mori" es la prueba de lo difícil, e ingrato, que es el oficio. No son suficientes el esfuerzo y la dedicación. Hay algo indefinible, esquivo, inasible y azaroso que convierte un relato corriente en cautivador y adictivo. Esta obra no lo tiene.
Tiene otras cosas, trabajo, planificación, diseño, investigación y compromiso. Mas el resultado es endeble, liviano e insustancial.
El autor está cómodo en el bosquejo de los elementos externos, afanoso en el desarrollo superficial, empecinado en confeccionar el producto más aparente y atractivo posible. Las tentaciones de ahondar son eludidas y, cuando no hay más remedio, las consecuencias son desastrosas.
Todo su afán, su valor primordial, es convertir la lectura de "Memento mori" en una experiencia completa, sugiriendo para ello una banda sonora. Aunque no es el primero, recuerdo a un matrimonio italiano que adjuntaba a su novela un disco compacto con piezas de música barroca para ambientar, sí es César Pérez Gellida el que más lejos ha ido, escogiendo concienzudamente canciones que se integran en la trama.
La historia está elaborada con esmero, manteniendo el equilibrio entre la cotidianeidad y la sofisticación, cuidando que ningún mecanismo chirriante quede sin la correspondiente gota de lubricante, y dejando una vía que permita secuelas. Pero sin buscar la trascendencia, ni pretender la originalidad. Ávido a la vez que cauteloso, sencillamente aprovecha fructíferas sendas abiertas anteriormente.
El autor está cómodo en el bosquejo de los elementos externos, afanoso en el desarrollo superficial, empecinado en confeccionar el producto más aparente y atractivo posible. Las tentaciones de ahondar son eludidas y, cuando no hay más remedio, las consecuencias son desastrosas.
Todo su afán, su valor primordial, es convertir la lectura de "Memento mori" en una experiencia completa, sugiriendo para ello una banda sonora. Aunque no es el primero, recuerdo a un matrimonio italiano que adjuntaba a su novela un disco compacto con piezas de música barroca para ambientar, sí es César Pérez Gellida el que más lejos ha ido, escogiendo concienzudamente canciones que se integran en la trama.
La historia está elaborada con esmero, manteniendo el equilibrio entre la cotidianeidad y la sofisticación, cuidando que ningún mecanismo chirriante quede sin la correspondiente gota de lubricante, y dejando una vía que permita secuelas. Pero sin buscar la trascendencia, ni pretender la originalidad. Ávido a la vez que cauteloso, sencillamente aprovecha fructíferas sendas abiertas anteriormente.
Sin ser objeto del esfuerzo necesario que los transforme en memorables, los personajes están dotados de la dosis justa de humanidad que los haga reconocibles, menoscabados por la imposición de ser ingeniosos en cada conversación, lo cual, además de lograrse con muy desigual éxito, es artificial y, en situaciones espinosas, trae como consecuencia diálogos grotescos.
Son simples vasallos de una supuesta protagonista efectiva, la ciudad de Valladolid, a la cual se le rinde un inocuo y vacuo homenaje, carente, salvo una testimonial y circunspecta dialéctica sobre el alcalde, del más mínimo y saludable análisis, osada denuncia, o perspicaz disección.
Mucho denuedo mal enfocado. Demasiados desvelos por arrebatar al lector distraen al escritor de sus compromisos reales y corrompen los resultados. Menos psicoanálisis norteamericano, y más respeto a la tradición europea, el noir concienciado socialmente.
E inaceptable es que la banda sonora de una novela que transcurre y honra a Valladolid no incluya, aunque sea con calzador, al grupo local más relevante en la actualidad, los amigos de "Los Coronas".
Son simples vasallos de una supuesta protagonista efectiva, la ciudad de Valladolid, a la cual se le rinde un inocuo y vacuo homenaje, carente, salvo una testimonial y circunspecta dialéctica sobre el alcalde, del más mínimo y saludable análisis, osada denuncia, o perspicaz disección.
Mucho denuedo mal enfocado. Demasiados desvelos por arrebatar al lector distraen al escritor de sus compromisos reales y corrompen los resultados. Menos psicoanálisis norteamericano, y más respeto a la tradición europea, el noir concienciado socialmente.
E inaceptable es que la banda sonora de una novela que transcurre y honra a Valladolid no incluya, aunque sea con calzador, al grupo local más relevante en la actualidad, los amigos de "Los Coronas".
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