miércoles, 11 de julio de 2012

"La juguetería errante", de Edmund Crispin.

Editorial Impedimenta estaba castigada. Después de las decepciones que supusieron "La hija de Robert Poste" o, anteriormente y en mayor medida, "Botchan" decidí mantenerme alejado de la tentación que son sus libros.

Serán los más bonitos que se pueden encontrar en una librería, pero su lectura fue perniciosa para mi estabilidad. Me generaron dudas sobre mi sentido del humor, aptitud y sensibilidad, al ser incapaz de percibir la perspicacia y ternura de una de las más hilarantes y entretenidas novelas japonesas de todos los tiempos, ni de degustar la considerada la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del siglo XX.

Más marginado te sientes cuando compruebas que una va por la decimoctava edición y el otro por la duodécima, sin que te consuele la certeza de que sus tiradas no son las del Premio Planeta. Únicamente te alivias pensando que la población esta envejeciendo, que la gente es muy curiosa, o que la mayor parte de los libros son comprados para regalo. A eso se agarra Editorial Impedimenta, y no tiene rival.

Ahí tenemos, por ejemplo, "La juguetería errante", una preciosidad. Cómo voy a culpar a mi mujer de haber picado, o a hacerle responsable del fin de la cuarentena con ocasión de mi santo. No había libro más elegante en toda la librería. Además el fajín decía que es un auténtico clásico de la novela de detectives inglesa, considerado una cumbre indiscutible del género. Causa furor. Ya va por la quinta edición, cuando mi ejemplar es de la tercera edición, y no hace ni quince días.

¿Y después de leerlo, qué? Pues mejor. A diferencia de Stella Gibbons o Natsume Soseki, sí se merece otra oportunidad Edmund Crispin. Tengo curiosidad por ver cómo evolucionan las aventuras de Gervase Fen y se me ha pasado el enfado con la editorial, aunque sigo pensando que sus libros son manifiestamente más atractivos por fuera que por dentro.

No es un acontecimiento editorial, el descubrimiento de un supuesto clásico de la novela detectivesca. Si en España, hasta ahora, apenas se podían encontrar tres títulos suyos, "Muerte en el colegio", "Enterrado por gusto" y "El caso de la mosca dorada", éste último incluido en la reputada colección Selecciones del Séptimo Círculo de Alianza Emecé, no será porque se trate de un postergado dichosamente rescatado.

A tenor de lo visto con "La juguetería errante", estamos más bien ante un autor popular, cuya imaginación se manifiesta en la tan original como confusa trama, cuya cultura se constata por la ingente cantidad de citas literarias y referencias mitológicas e históricas, reto superado para José C. Valés*, y, por encima de todo, cuya inteligencia se demuestra con su sentido del humor, principal mérito de la obra.

*Una pregunta, querido José C: ¿Pesadillesca? (página 140) Falta una nota a pie de página más, que justifique el uso de ese palabro, tal vez por la existencia de otro semejante en la versión original. 

"La juguetería errante", es fundamentalmente una perspicaz y deliciosa sátira que, al contrario de lo que se pueda presumir al transcurrir en Oxford, no se ceba con el mundo académico. Estudiantes y profesores son tratados con igual desconsideración que el resto de los miembros de la sociedad. Sí es Edmund Crispin incisivo con sus disidentes juicios literarios, transmitidos por diversos medios, el menos sutil pero más ocurrente de los cuales es un provocador juego en el que los protagonistas evocan al cura y al barbero en la biblioteca de Alonso Quijano.

El problema está en que como novela de misterio, que es lo que se supone que es según el marchamo con el que se vende, apenas tiene interés. Las razones que motivan el crimen son enrevesadas. Las circunstancias de su comisión se ofrecen como caso de habitación cerrada cuando en absoluto lo son. Las indagaciones en sí son fastidiosas e irrelevantes. La resolución encuentra al lector indiferente, cautivado por la ciudad y los personajes.

Y no le favorece nada a la intriga, pero sí en cambio le da valiosa singularidad al conjunto, el aire de irrealidad que abarca a todo el libro. Una atmósfera onírica activada por la solitaria entrada nocturna en la ciudad, alentada primero por el singular descubrimiento del cadáver, después por la desaparición del escenario del crimen con aquél dentro, sostenida por las rupturas de la cuarta pared (páginas138 y 282) y por los excesos característicos.

Ah, una advertencia para terminar: Mucho cuidado con la palabra considerado/considerada en cualquier reseña relativa a un libro/novela. Es una elusión de responsabilidad de dicha opinión, y un indicio alarmante de estar ante un bulo arteramente liberado para su propagación.