lunes, 26 de diciembre de 2011

"Las crónicas de la señorita Hempel", de Sarah Shun-lien Bynum


La unidad del catálogo de una editorial es inversamente proporcional al tamaño de la misma.

La intervención de más personas en el proceso de selección de las obras que han de publicarse, más la asunción de nuevos intereses, contribuyen a que se difuminen los criterios originales que dirigieron la labor editorial.

Un poco de envidia sana es inevitable, pero lo normal es que se celebren los triunfos ajenos cuando son merecidos. Sinceramente, yo me alegro si a el/la/los/las responsable/s de Libros del Asteroide les va cada vez mejor. Sólo pido que no sea, por favor, a costa de perder la seguridad actual de saber que, al abrir un libro suyo, encontraremos una novela elegante, inteligente, sencilla e intemporal.

Por eso le he pedido a los Reyes Magos "Los amigos de Eddie Coyle" y me han regalado, por mi cumpleaños, "Trifulca a la vista".

Con una escritura formal y ortodoxa, aparentemente inocente, en realidad afilada gracias a una adjetivación precisa, Sarah Shun-lien Bynum logra que esas características le sean aplicables a "Las crónicas de la señorita Hempel".

Esta obra es como una hermosa rapaz, con una agudeza visual sobrehumana, que al principio aletea con fuerza para alcanzar altura suficiente desde la que después controlar el entorno y atisbar a sus presas, dando vueltas y vueltas, manteniéndose con algún, ya esporádico, batir de alas, sin decidirse a atacar, prefiriendo descubrir y disfrutar la belleza del paisaje.

La autora comienza autoafirmándose, arremetiendo, demoledora y cáustica, contra todos los que la rodean, mostrando en ese primer capítulo unas intenciones que no va a mantener, un tono insostenible. A partir de ahí se tranquiliza y, sin perder nunca la fina ironía, el humor, esa acidez se edulcora y se imponen otros sentimientos, la nostalgia y la ternura.

Leer "las crónicas de la señorita Hempel" es leer una versión revisada, actualizada y refrescante de John Irving. También una versión desleída, rebajada.

La técnica narrativa de Sarah Shun-lien Bynum es la vista anteriormente en "Libertad para los osos", "La epopeya del bebedor de agua", "Hotel New Hampshire", "El mundo según Garp" u "Oración por Owen". Esa que se enseña en los talleres literarios, mas sin la profundidad, complejidad, el desarrollo ni el recorrido de las obras mencionadas; capítulos cerrados y rematados, que funcionarían perfectamente como relatos, cuyo conjunto conforma un collage, una historia quebrada, inconexa, con saltos temporales y, aparentemente, sin objetivo definido, salvo causar una impresión general abierta a interpretaciones.

Además incluye esas referencias autobiográficas que en un autor novel resultan fastidiosas, debilitan sus méritos y provocan dudas sobre su capacidad creativa, y que sólo se le perdonan al más obsesivo y autoreferido de los autores, que ha demostrado, a lo largo de su carrera, una imaginación pletórica, además del valor terapéutico de la literatura.

Como se publicita, Sarah Shun-lien Bynum es una meritoria promesa a seguir, y "Las crónicas de la señorita Hempel" no desentona ni desmerece el catálogo de Libros del Asteroide. Cumple los requisitos para su inclusión, gusto, juicio, facilidad de lectura, pero un escalón por debajo de otra obras escritas por autores consagrados.

Más información sobre "Las crónicas de la señorita Hempel"

lunes, 19 de diciembre de 2011

"La resurrección de los muertos", de Wolf Haas


Por muy difícil y forzado que sea en algunos casos, parece obligado y necesario etiquetar las novelas para ponerlas a la venta. Encasillarlas para saber en qué colección publicarlas. Catalogarlas para escoger en qué estantería de la librería colocarlas. Clasificarlas para decidir a qué público ofrecérselas. Y a qué otros lectores negárselas.

"La resurrección de los muertos" no es una novela policiaca, aunque aparezcan agentes de la autoridad. Tampoco es una novela detectivesca, a pesar de que uno de estos policías, tras abandonar el Cuerpo, sea contratado por una agencia privada. Y, sobre todo, no es una novela negra; no es urbana, es rural; tensión hay por momentos, pero no diálogos mordaces y cortantes; hay armas, una pistola, pero no llega a ser disparada. En realidad hay dos, la otra es la de un surtidor de gasolina, y esa sí es utilizada.

También hay dos cadáveres, cuya muerte en extrañas circunstancias debe ser resuelta. Pero no es esto lo importante, es más bien una anécdota, la excusa utilizada como hilo conductor para, en verdad, alcanzar logros mayores, un ejercicio literario interesante y, yo al menos no había leído algo parecido, y si lo he leído pasóseme, novedoso.

Novelas sobre crímenes acaecidos en pueblos, con paisajes alpinos al fondo, y que ofrezcan un catálogo de personajes pintorescos no son una originalidad. También se han escrito ya multitud de historias contadas desde el punto de vista de personas con problemas del tipo que sea, con limitaciones en la comprensión o la comunicación.

Se sorprenderán, pues, si les digo que la originalidad de la propuesta literaria de Wolf Haas se cimenta en un protagonista peculiar y en una narración por boca de un desconocido con un tenue, pero persistente, problema de dispersión, falta de concentración y concreción.

"La resurrección de los muertos" está contada de una forma desenfadada, frívola, dispersa e inconexa. La historia avanza con dificultades, incapaz de orientarse, dando rodeos y entreteniéndose con cualquier anécdota, probando la resistencia y la paciencia del lector, el cual debe saber que hay una razón por la que esto es así. Aunque escrita en tercera persona, esta voz es sin duda la de su protagonista. En concreto, podría ser ese informe que durante el relato no redacta y que, al parecer, finalmente escribe. Una forma original y muy eficaz de presentar las características de la personalidad del personaje.

Porque el personaje se las trae. Todavía no tengo claro si compartir la opinión de su ex jefe en la policía o pensar que tenía algún talento. Genio o inútil. Seguramente ni tanto ni tan calvo, un tipo corriente con muchos pequeños defectos, sin grandes virtudes pero con las capacidades suficientes para resolver un caso que, después de casi diez meses, de maduro que estaba, casi se resolvía sólo. Con todas las evidencias delante, se plantea la duda entre pensar que estaba ciego para no verlas, o que fue la tenacidad la que le hizo estar ahí y dar con la clave necesaria para comprenderlas. 

Un personaje muy auténtico, relativo y nada categórico, que, como las personas en la vida real, provoca opiniones diversas y contrarias, brillantemente complementado por una narración envolvente. Y poco más.

Ésas han sido columnas más que suficientes para sostener una obra. Ahora bien, desconfío que lo sean para una saga. Ediciones Siruela ya ha publicado una segunda investigación del detective austriaco Brenner, "El triturador de huesos". Repetido, lo original se convierte en rutinario, y lo que ha servido esta vez no será igual de eficiente las sucesivas. Por tanto, Wolf Haas ha de ofrecer otras cosas, ha de ofrecer más. Ha de, por ejemplo, tomarse su tiempo y desarrollar también el resto de los personajes, o ha de plantear un caso complejo y elaborado, claro que, entonces, aparece el problema de si su criatura será capaz de resolver un crimen complicado de una forma convincente.

En cualquier caso, después del fiasco de "El grito" o de las sucesivas decepciones con Fred Vargas, Ediciones Siruela recupera parte del prestigio que apenas había sostenido "El crimen en el Barrio del Once".

Más información sobre "La resurrección de los muertos" y Wolf Haas

miércoles, 14 de diciembre de 2011

"El año del wolfram", de Raúl Guerra Garrido


De vez en cuando el azar puede dar buenos resultados. Pero, en la búsqueda de libros de segunda mano, para evitar caer en una ruinosa deriva caprichosa, hay que establecer ciertos criterios. Retos, más bien.

Algunos son sentimentales, recopilar las primeras lecturas, "Los Hollister", "Puck", "Los Cinco", "Los tres investigadores", la serie "Harry Dickson" o las novelas de Agatha Christie. Actualmente estoy con la cabal colección "Tus libros" de Anaya.

Otros, encaminados a satisfacer las necesidades o inquietudes lectoras, son, por ejemplo, reunir las obras ganadoras del Premio Nacional de Narrativa, del Premio de la Crítica, o, en ciencia-ficción, los premios Hugo y Nébula. O completar colecciones míticas y prestigiosas. En novela negra, las colecciones "Crimen & Cía" de Versal o "Esfinge" de Noguer publicaron títulos y autores clásicos del género. "Áncora y Delfín", de Editorial Destino, es una referencia fundamental para entender la literatura española de buena parte del siglo XX, resumida en los Premio Nadal y sus finalistas. 

Ediciones Cátedra incluye en su catálogo obras publicadas hace.... !Cómo pasa el tiempo! veintitantos años, cuyas ediciones anteriores se pueden encontrar a un precio económico. Esos libros, si son merecedores de una edición comentada, no deben ser malos. De esta forma, hace poco más de un año saboreé "Luna de lobos", de Julio Llamazares, y ahora descubro a Raúl Guerra Garrido por medio de "El año del wolfram". Ojalá que la buena racha continúe con "Gramática parda" de Juan García Hortelano y con "La fuente de la edad", de Luis Mateo Díez.

Qué malos son los prejuicios. Reconozco la manía que le tengo a Editorial Planeta. No sé las veces que lo habré tenido delante y nunca se me hubiera pasado por la cabeza comprarlo, con ese título extraño, "El año del wolfram", y la disuasoria vitola de Finalista del Premio Planeta de 1984.

Sin embargo es sorprendentemente bueno. No llega a ser una obra maestra pero sí es un gran libro, que aúna calidad y entretenimiento. Mejor que "Luna de lobos" no sé, más acorde con mis gustos, seguro.

¿Por qué las comparo? No porque su lectura se explique por la misma anécdota, sino porque, en un sentido amplio, comparten un escenario, una orografía, los montes de León. Porque las dos historias son coetáneas, transcurren durante la posguerra.

También porque algunos personajes y tramas son comunes. En cambio, los tratamientos, los puntos de vista, son muy distintos, ofreciendo panoramas complementarios; más poético, pesimista y rabioso el de Julio Llamazares; más amplio, prosaico, objetivo, resignado, incluso optimista, el de Raúl Guerra Garrido

"El año del wolfram" tiene un poco de todo: Tragedia romántica, comedia, aventuras, tesoros legendarios, ancianas brujas que preparan pócimas mágicas y lanzan conjuros, intrigas internacionales, política local y las secuelas de la guerra, el hambre, maquis y civiles.

Es singular la sensación que produce su lectura. Agradable, pero chocante. El uso de un lenguaje llano, pleno de dichos y refranes, la presencia constante del humor y la inclusión de elementos maravillosos contrarrestan la no elusión de ningún asunto, el planteamiento explícito, riguroso y objetivo, con lo que el resultado es bienintencionado, cándido.

A ello contribuye que la crudeza utilizada en las descripciones de las situaciones y en el dibujo de los personajes no se corrompa con ensañamiento. Se necesita fortaleza y temple para no arremeter, para ser comprensivo con los defectos de un pueblo recién salido de una guerra, debilitado, cuyos hijos no le llegan a los talones de sus padres. Un mundo cerrado y pequeño, con rescoldos todavía sin apagar pero que, mayoritariamente, vive el presente, busca únicamente la subsistencia o, mejor todavía, el enriquecimiento rápido al precio que sea. Un terreno moralmente agotado y sensible a las tentaciones, a las promesas de desahogo y felicidad.

Quitando el hecho de que un berciano supiera, en 1945, quién era Superman (página 18), lo más inesperado de "El año del wolfram" es la actualidad y vigencia de sus mensajes. Eso, junto con lo bien escrito que está, usando una sintaxis ágil y, a la vez, exigente, lo convierten en un libro que se mantiene joven y lozano. 

Más información sobre "El año del wolfram" y Raúl Guerra Garrido

domingo, 4 de diciembre de 2011

"Toro", de Joseph Smith


Lo que es imposible es imposible. Y desde la primera página ha sido imposible conectar con "Toro", aceptar su propuesta y, por eso, salvo en contados momentos, el aburrimiento ha sido una constante.

Reconozco la ausencia de paciencia. No ha tenido oportunidad alguna. En otras circunstancias el abandono hubiera acaecido en la décima página,  pero su corta extensión y la búsqueda de pegas, de argumentos objetivos que justificaran el disgusto motivaron la continuación de la lectura.

No se revienta nada diciendo que Joseph Smith elige el punto de vista del animal. Muy osado, cuestionable e indemostrable, sujeto a la empatía o aprecio por parte del lector.

"Toro" no se una fábula, ni Joseph Smith un remedo de Walt Disney. Está más cerca de la autora alemana que escribió aquella novela sobre ovejas irlandesas, con la diferencia que él va un paso más allá. Se toma muy en serio la misión, no asume anticipadamente y con deportividad, la derrota, ni bromea sobre el tema.

Esta falta de ironía, esa firme y utópica fe en una supuesta capacidad de ofrecer una versión rigurosa de algo incontrastable, legitima arremeter contra esta obra, entrar a saco sin compasión. Reírse de uno, en cambio, aparte de demostrar inteligencia, provoca indulgencia y neutraliza las críticas.

Con ese planteamiento, "Toro" tenía dos vías a seguir. Una lleva a la ciencia ficción, a presentar un mundo percibido de otra forma, regido por unas reglas lógicas según las cuales interpretarlo diferentes, y en el que el vocabulario usado es distinto. Ejemplos de esa construcción de un sistema perceptivo, racional y morfosemántico nuevo, y ser consecuente con él, serían "Crónicas marcianas", concretamente el cuarto cuento es una perfecta expresión, las novelas cyberpunk de William Gibson y, llevado al extremo, "Solaris", que se acerca a la otra opción, abrazar la poesía y el capricho, la libertad y la belleza, negar la posibilidad de reglas o límites, confiándolo todo a lograr un resultado tan hermoso como arbitrario.

Joseph Smith se queda, en cambio, a mitad de camino, el peor lugar posible. Su personaje combina unos naturales problemas con las reglas que rigen la perspectiva y la ordenación espacio-temporal con una asombrosa capacidad de pensamiento abstracto, trascendental y escatológico, en sentido teológico, y cierto talento lírico (véase página 90). Estas son licencias aceptables en el juego literario, y méritos reconocidos.

Desconcertantes son las constantes oscilaciones entre una incapacidad para el reconocimiento y la repentina precisión en la mención de conceptos recién descubiertos. "La pared curva que me rodea, la alta pendiente que se eleva a sus espaldas" ( página 141), es posteriormente identificada como "ruedo" (página 142). Casos similares ocurren con muchas otras nociones, por ejemplo "arma" (página 119), "portezuela" (página 122) o "bocado" (página 156). Al final, es lo que tiene el ocio, descubro una secuencia que se repite: desconocimiento, identificación e imprecisión. Lo que empieza siendo un velo, una ola, una medialuna, un tejido, una tela, es, por fin, reconocido con precisión como "capa", para posteriormente volver a ser una tela o sábana.

Pero una vez que se produce la revelación, ésta se desvanece cuando se lee que el toro es capaz de reconocer a un caballo "enjaezado" a la primera.

No es un problema de traducción. Sí es controvertida la traducción al entender que es lo mismo "tirar" que "estirar". Que una de las acepciones de tirar sea su equivalencia con estirar, extender, no supone que sean términos intercambiables. Cuando "tiras de" algo o alguien, entendido como atraer hacia sí o llevar tras de sí, no se puede canjear por "estirar de". Esto sería anecdótico si únicamente sucediera una vez, pero es que la expresión se repite veintiocho veces, de las cuales las dos primeras, que fueron las que captaron mi atención, más seis posteriores son utilizando el verbo estirar. Y en veinte de esas ocasiones lo que se repite es tira, o estira, "de mí" o "de mi..."

Se podría decir algo parecido de la iteración de otras locuciones, de las veces que el toro alza o baja la cabeza, las veces que se repiten las palabras "valla", "cercado", "sangre", "músculos", "cielo" o "suelo". Pero es normal, el mundo de un toro es pequeño, circular y redundante. Aburrido.

Injustamente, no cabe duda, destaco una sola frase que aúna la coherencia y belleza que deberían conducir la obra, pero que, lamentablemente, sólo aparecen esporádicamente: "Las estrellas no se han movido más de lo que crece la hierba en un día" (página 54).

martes, 29 de noviembre de 2011

"La sirvienta y el luchador", Horacio Castellanos Moya

Después de probar la absoluta ausencia de mérito y talento literario cualquier cosa que venga después parece una maravilla. Pero sería injusto decir que la buena impresión general que me ha dejado "La sirvienta y el luchador" sea consecuencia únicamente de una desigual comparación.

Más desequilibrada por cuanto Horacio Castellanos Moya lo pone todo en un estupendo comienzo. De las cuatro partes y un epílogo en que se divide, que en realidad son tres, un epílogo y un bis, las primeras cuarenta y siete páginas son brutales, de buenas y por duras. La segunda, que va hasta la mitad de la obra, mantiene el nivel aunque el tono cambia, la furia se apaga y se relaja. Y a partir de ahí la cosa decae, si bien lo hace desde muy alto, y la pendiente es muy tendida.

El inicio es impactante. Rápidamente introduce al lector en un mundo cruel y feroz, real a la vez que simbólico, bestialmente poético. Lo salpica con miasmas y otros fluidos secretados por organismos corrompidos física y moralmente. Lo sume en un ambiente y una dinámica de violencia irracional e impune, de agresión individual indiscriminada, en los estertores de un ejercicio abusivo del poder, ya caduco y replicado con más violencia.

Ese era el universo del luchador. Después viene la sirvienta y su realidad.

Y ésta es la cara cándida, humilde y sumisa de la misma moneda. El extremo opuesto de esa sociedad. De su encuentro surge un diálogo interrumpido e inacabado, porque su continuación en la cuarta parte, que es realmente el epílogo, es incompleta. Lo que asoma, a tenor de la importancia que le otorga el autor con el título, como una especie de reverso pútrido, oscuro y crepuscular de "El beso de la mujer araña", un estimulante y necesario ajuste de cuentas, se queda en una oportunidad perdida, un filón desperdiciado.

Horacio Castellanos Moya opta por rellenar el amplio espacio que hay entre ellos, con el exhaustivo abanico sociológico de opciones, de decisiones adoptables en esas circunstancias. Y esta exposición es objetiva y didáctica. Una elección respetable.

El problema es que la rabiosa novela naturalista se convierte en una académica parábola. Se quiebra la armonía entre realidad y alegoría. Se sacrifica aquélla por el deseo de ofrecer todos los perfiles de forma que su presencia esté justificada.

La trama se supedita a la moraleja, es retorcida y sometida a una sucesión de coincidencias sorprendente hasta para los personajes, eso que únicamente son sabedores parciales. Como consecuencia, la historia pierde sutileza, capacidad de sugestión y niega oportunidades a la evocación o interpretación, con lo que el resultado es evidente, convencional y, a la vez, artificial, porque, por un lado se le notan las costuras y se le acaba viendo el armazón y, por otro, hay un desequilibrio entre el vocabulario, las imágenes, el ambiente y la fabulosa serie de acontecimientos.

Todo esto son puntillosas matizaciones estéticas. Lo relevante es que hay una historia trabajada encaminada hacia un objetivo, hay un ritmo sostenido, hay personajes atractivos, hay emoción y, sobre todo, hay compromiso.

En conclusión, hay mucha literatura y mucha pedagogía sobre una realidad que, aunque algunos indicios, posteriormente confirmados, permiten situarla en El Salvador de finales de los setenta, principios de los ochenta, es un mal endémico del continente y, con sus variantes locales, de la condición humana.

Más información sobre Horacio Castellanos Moya y "La sirvienta y el luchador"

miércoles, 23 de noviembre de 2011

"El cocinero", de Martin Suter


De Martin Suter leí hace un par de años "El diablo de Milán". No me dijo nada. Mucho misterio impostado esclarecido de una forma mediocre. Otra vez se la habían colado a Anagrama. O ésta nos la había vuelto a colar a nosotros, ofreciendo de nuevo algo que no casaba con su línea editorial, con la seriedad y el alto nivel medio de su catálogo.

Me recordaba el caso de Phillip Kerr, que después de la fantástica "Una investigación filosófica" perpetró aquella broma de mal gusto titulada "El infierno digital". Entonces Anagrama tragó, engañó y luego, tácitamente, reconoció su error abandonándolo en su travesía por el desierto creativo. Mi lealtad fue un par de novelas más allá, hasta "Esaú", aquella sobre... el Yeti. No pude más. Después, esperé pacientemente su vuelta a lo que sabía hacer, el reencuentro con los orígenes, las andanzas de Bernie Gunther.

Martin Suter no era merecedor de ningún crédito. Cuando se me puso delante "Lila, Lila" a buen precio, leí la sinopsis, vi que esa historia me sonaba y pasé de largo. Ha tenido que caerme en las manos "El cocinero" para que le de una segunda oportunidad. No habrá una tercera.

Anagrama, por boca de Alexandre Fillon, uno de esos personajes mitológicos creados por las editoriales para estas ocasiones, situados en lejanos y evocadores parajes como Livres Hebdo, dotados de dudosos poderes y cuya existencia, por su propia naturaleza fabulosa, es de imposible demostración, osó presentarlo como el sucesor de Ruth Rendell o Patricia Highsmith.

De la primera cualquiera puede ser su sucesor. Martin Suter lo es, y muy digno, manteniendo la tradición de insultar la inteligencia del lector perlando el texto con innecesarias pistas supuestamente imprescindibles para desentrañar una trama predecible. Respecto a Patricia Highsmith, tal vez se refieran a la posibilidad de que se conocieran durante los últimos años que ésta pasó en Suiza, se tomaran aprecio y, por eso, ella lo mencionara en su testamento. Si así fuera, seguro que ese legado no incluía el talento para crear memorables personajes, complejos y con calado psicológico pero reales, ni el secreto para construir y desarrollar historias originales, en la que éstos son probados.

Lumen es más sincera. "Una novela sobre amor, sexo, inmigración y gastronomía". Así es presentada "El cocinero" en la página de la editorial y por el fajín publicitario verde vistoso que abraza a cada ejemplar. Y de esta forma la destripa, contándolo todo, desvelando sus más insondables secretos. Tan superficial e insustancial como el comentario es el libro.

La relación amorosa planteada en un principio no es tal. Amor y sexo son confundidos, lo que hay no es más que deseo. De este vínculo unidireccional, artificial y disparatadamente sostenido, surgirán sin ningún tipo de explicación, alterando sus objetivos y naturaleza, dos simples y convencionales uniones ahora sí felizmente correspondidas, tan originales y grotescas como las que salen de la cabeza de Federico Moccia.

Al menos el aspecto gastronómico sí es respetado y está trabajado. También tomado prestado. Es el punto colorista y exótico necesario, el añadido con el que, de algún modo, lastrar una historia liviana que puede ser arrastrada por los vientos del tedio o el hastío en cualquier momento.

Queda la inmigración. No veía un maniqueísmo tan ridículo e pueril desde las dos primeras entregas de Harry Potter, las únicas con las que perdí el tiempo. Si superficial es el entorno que envuelve al presunto mensaje que se propone, banal, hueco y convencional es el planteamiento de una Europa frívola e irrespetuosa con otras culturas, una Europa que disfraza de desprecio su incomprensión e ignorancia de tradiciones, problemas y conflictos ajenos, que básicamente son considerados extravagancias corruptibles y explotables, oportunidades de negocio.

La inocencia del grupo que finalmente se junta para urdir la exigua venganza, y me importa un bledo si estropeo alguna sorpresa, cosa que dudo porque aquí todo es previsible, evoca a mis lecturas de "Los tres investigadores", "Los Cinco" o "Los Hollyster". Y esta sensación de estar leyendo, en realidad, una novela juvenil se refuerza con el uso repetido de ese extraño e infantil recurso de iniciar los capítulos adelantando lo que va a ocurrir, colocándose el narrador como un ser con poderes premonitorios y a los personajes como inermes víctimas de la predestinación.

Muy calvinista, muy suizo.

Si aún te quedan ganas de saber más sobre "El cocinero" y Martin Suter

viernes, 18 de noviembre de 2011

"Honrarás a tu padre", de Gay Talese


En dos partes claramente se dividen las seiscientas páginas de "Honrarás a tu padre". Dos partes muy bien escritas, mas sometidas a una pasmosa, y en más de un caso discutible, traducción. Una primera mitad entretenida aunque ya sabida, la otra original a la vez que tediosa.

Las primeras trescientas páginas satisfacen las expectativas y cumplen sobradamente con lo prometido. Una enciclopédica, e inofensiva, recopilación de anécdotas sobre el crimen organizado. Un  ameno y completísimo, aséptico también, tratado sobre sus orígenes, desarrollo, apogeo, persecución y declive.

Toda esta información suena conocida. Nada que no se haya ofrecido en "El Padrino""Uno de los nuestros" o "Casino", por ejemplo. Gay Talese, indirectamente, lo reconoce a través del protagonista (página 349). La diferencia de "Honrarás a tu padre", con respecto a otras obras fruto de la creatividad de cineastas y escritores, está en que ésta confirma que es verdad lo imaginado, sospechado o inventado por las demás.

Lo que sí sorprende y se agradece es la fluidez con que es presentada, el ritmo sostenido y la eficacia en el complicado manejo de los constantes saltos, tanto temporales, hacia delante y hacia atrás, como espaciales, de un continente a otro o entre los estados de la Unión. También el afrontar la narración desde los puntos de vista de los protagonistas, el hijo, su mujer y, en menor medida, el padre, siendo, con diferencia, el más sustancioso el femenino. Y todo para formar un conseguido edificio, firme y homogéneo.

La segunda mitad, es mucho más convencional y lineal, señalando así las diferencias entre los buenos y los malos tiempos, el cénit y el ocaso, lo emocionante y lo rutinario. Da una imagen más real de los mafiosos, el tedioso día a día, su decadencia; se trata de acabar con la interesadamente dada por Hollywood, llena de acción y violencia, y que omitía la parte aburrida y monótona. En algún momento la lectura resulta lenta o pesada, pero es porque se deleita en los detalles necesarios para proporcionar un visión auténtica de la sufrida vida doméstica, tanto del núcleo principal como de la familia política, y del contexto, de los cambios sociales, de principios y valores que se produjeron en la América de los sesenta, la emancipación de la mujer, la aparición de nuevas ideas, laicas, pacifistas o antimilitaristas, o la mezcla e integración de los distintos grupos étnicos. A tenor de lo que dice el autor en el epílogo, ésta era una de sus fundamentales preocupaciones.

PERO.

Sí. Hay un gran pero, basado en lo delicado del tema y disfrazado de un distanciamiento inexcusable para mantener la rigurosa objetividad periodística. Esa frialdad no impide al lector tener un conocimiento completo de las personalidades de los personajes, pero sí lograr la empatía que sí alcanzó Gay Talese con las personas reales. Y, con el pasar de las hojas, es percibida como pudor, respeto y deferencia hacia ellos.

Gay Talese deja que los protagonistas se expliquen y justifiquen, contando lo que ha salido a la luz por la prensa o por las causas juzgadas. Pero fundamentalmente les consiente que callen. No los pone en ningún aprieto, no muerde, no incide, ni logra que le cuenten nada que no quieran decir, algo que los pueda comprometer ante la justicia, u otras instancias. La historia esta llena de grandes silencios, enormes espacios oscuros sin explorar, numerosas cuestiones que quedan sin explicar.

Vale que insistir o tensar la cuerda, tratándose de la gente de que se trata, pueda ser, lógicamente, arriesgado, pero al menos ofrecer voces alternativas que puedan contradecir o refutar. O un poco de sarcasmo, sino de humor. Y no que el tramo final derive, gracias a los alegatos del abogado defensor, hacia la hagiografía. Al menos el juez mantiene la cordura.

Y es también por eso que los más valiosos son los capítulos tratados desde el punto de vista de la mujer, al ser éste más natural, espontáneo y sincero, al no tener nada que ocultar.

Más información sobre "Honrarás a tu padre" y Gay Talese

jueves, 10 de noviembre de 2011

"Tarántula", de Thierry Jonquet



Después de leerla, no sorprende que esta historia llena de pasión, personajes atormentados, comportamientos obsesivos, situaciones extremas y la imprescindible cuota de ambigüedad, llamara la atención de Pedro Almodóvar. No he visto la película, así que no sé lo que ha hecho con ella. Como siempre ocurre con el manchego, hay división de opiniones.

Por mi parte agradecerle que proporcionara la excusa para la reedición por Ediciones B, Círculo de Lectores y Edicions Bromera, ésta última en catalán, de "Tarántula" y, con ello, la ocasión de descubrir Thierry Jonquet, autor al que no conocía y que, por lo que he comprobado, no tiene mucho predicamento en nuestro país, ni de las editoriales la atención que, leído lo leído, creo que se merece.

Se habla de Thierry Jonquet como de un autor de novela negra. Lo será, no sé, ya he dicho que no tenía el gusto. Lo que sí puedo decir es que "Tarántula" no se una novela de género.

Dudo que la intención del autor fuera, siquiera, aparentar una novela de intriga. Desde el primer momento te das cuenta de que estás ante algo bien distinto, por mucho que luego aparezcan ladrones, atracos a sucursales bancarias, policías muertos, secuestros y disparos. Lo propio del momento. Pero no es eso lo relevante.

Tampoco la estructura, aunque no sea lineal, tiene como objetivo forzar la sorpresa final. Aunque sirve para proporcionar prudentemente la información, más bien es una consecuencia natural y lógica, el diseño necesario para un propósito superior, el de trascender esta envoltura coherente con su época, un mero recurso que apenas es continente y soporte de una enseñanza moral mucho más relevante.

Por ello, en realidad, esta historia está más cerca de la mitología clásica, mantenida por las posteriores leyendas y sagas heroicas sobre personajes equívocos, tan crueles y vengativos como generosos y compasivos; poderosos y, a la vez, indefensos ante sus pasiones, maldecidos y condenados a sufrir las consecuencias de sus actos; omnipotentes, mas sometidos al azar y la casualidad, instrumentos necesarios para mantener el equilibrio.

Conforme con esa tradición, pero adaptándola a este tiempo, construye un relato conciso, elegante e intemporal, para lo cual prescinde de cualquier tipo de adorno o distracción. Esta economía requiere el aprovechamiento de las oportunidades disponibles, en este caso las descripciones, no sólo de los personajes, sino también de paisajes, entornos o escenarios para, con habilidad, explicar las circunstancias e integrar información. De este modo crea un pequeño y claustrofóbico mundo onírico, te introduce en una pesadilla cuyos elementos tienen todos un significado. Quizá alguna de las imágenes usadas resulte tópica y chirríe por simple, por obvia.

La intención de ser claro y directo, la preeminencia del fondo sobre la veracidad de la forma, la austeridad de recursos, los limitado de los espacios, la misma simbología, la épica, el trágico destino y la rigidez de los personajes tienen más en común con lo teatral que con lo cinematográfico.

En cualquier caso el resultado es eficaz y el mensaje comprendido. Lo que no se comprende es lo ignorado que es, y la poca trascendencia que ha tenido aquí, Thierry Jonquet

Más información sobre Thierry Jonquet y "Tarántula"

viernes, 4 de noviembre de 2011

"Las tres balas de Boris Bardin", de Milo J. Krmpotic´


La entrada anterior se cerró con una reivindicación en favor de las historias sencillas y humildes. La casualidad ha querido que la siguiente lectura sea un perfecto y conseguido ejemplo. Claro que la probabilidad ha sido adulterada, considerando la talla del ejemplar escogido.

En este otro extremo, en las antípodas del mismo grupo editorial, al amparo del pequeño y aparentemente residual sello Caballo de Troya, está "Las tres balas de Boris Bardin". El apellido no sé si será algún tipo de homenaje por parte de Milo J. Krmpotic´, pero seguro que no es un cifrado aviso de lo que hay en su interior. Poco que ver con el onírico, enigmático, minoritario y no suficientemente reconocido John Franklin Bardin.

Es éste un relato carente de todo subjetivismo, de cualquier concesión a la retórica, la reflexión, siquiera a la opinión. Es una historia pura, libre de adornos, desnuda. Es más incluso. Un concentrado, el resultado de sucesivas destilaciones, necesarias hasta lograr el elixir cuyos componentes son los fundamentales, básicos e imprescindibles.

Los ingredientes irrenunciables. El dolor y el placer, el sexo más explícito y una violencia descarnada; el amor y el odio, representados como amistad o miedo, como fraternidad o venganza, como soledad. Sentimientos simplemente expuestos, pero no explicados ni, por supuesto, maquillados o justificados.

Esa síntesis y concreción exige un compromiso al lector. No sólo el esfuerzo requerido a los no familiarizados con el dialecto platense, a los cuales se nos socorre con un incompleto glosario de argentinismos. También lo obliga a participar en la construcción de la historia. Se le proporcionan unos sólidos cimientos y una firme estructura, y se le permite al cliente que imagine y decida los acabados, que rellene los huecos, los comienzos y los finales, los antes y después, los precedentes y las consecuencias de un relato diáfano y lleno de posibilidades y preguntas, como la vida.

Como la vida, este cuento extenso y moderno está lleno de incomunicación, desconocimiento, de resquicios abiertos a la especulación, de dudas. Cual escultura de Pablo Gargallo, muestra el valor y la importancia de los huecos, de los vacíos, materializados en silencios y omisiones, en prudencia y concisión.

Todo ello está al servicio de, o fundamentado en, una propuesta estética legítima, la que escoge mostrar la vida con crudeza y el mayor realismo posible, sin ornato ni banda sonora. Sin juicios, no ya un narrador o director de escena.

La consecuencia que, a cambio, hay que asumir es que estos pequeños bocados no sacian. Pero, por coherencia con los pareceres propios, no se puede denunciar que la historia y los personajes estén malbaratados. Qué va. El gusto que deja es mucho más estimulante, avivando la especulación, la recreación de las escenas y la invención de distintas posibilidades y alternativas.

Sólo se añora alguna confirmación. Y, por supuesto, una secuela.

Sinopsis y un poco de información sobre Milo J. Krmpotic´ 

sábado, 29 de octubre de 2011

"Hotel DF", de Guillermo Fadanelli


Desesperan y acomplejan este tipo de novelas, tan arrogantes y evidentemente pretenciosas.

Desesperan por el agotador, continuado e infructuoso esfuerzo que exigen, es como nadar contra corriente, y acomplejan por la frustración con la que premian su lectura.

Hay que ser un genio para prescindir del argumento durante casi trescientas páginas y lograr que la cosa funcione. A la narrativa se le llama así por algo. El que fracasa en el intento queda como un osado inconsciente, y los que lo leen dudan si son más estúpidos por no comprender lo leído o por la voluntaria y consciente pérdida de tiempo. Ya que Guillermo Fadanelli no engaña.

Las sospechas se confirmarán. Por mucho que el desarrollo esté salpicado con gotas de agudeza, detalles de ingenio, granos de maíz que, cual pita caleyera, va picando el lector, quien alimenta con ellos su esperanza y justifica la tarea, éstos no son más que cebos que perpetúan el embeleco, y definitivamente se ratifica que lo propuesto al comienzo es lo mismo que se va a encontrar en el nudo y con lo que se corona el desenlace.

No escribe mal Guillermo Fadanelli. Todo lo contrario. "Hotel DF" está llena de pequeñas y repetidas muestras de talento. En la corta distancia es hábil, muy certero en sus observaciones, una avalancha de greguerías eficaces, brillantes, dignas de ser recordadas y citadas en ocasión propicia. Así logra que se prorrogue la esperanza.

El problema está cuando la unidad de medida se amplía. Entonces esas virtudes se envuelven en un código y una lógica particular y distinta, un lenguaje de signos privado, que constituyen un mundo errático, sin fronteras definidas, poblado por personajes desnudos, desollados, dados la vuelta como calcetines. La experiencia se convierte en un extenuante e incómodo paseo solitario a través de una espesa niebla con periódicos claros que permiten atisbar luces o reconocer espacios, rodeado de ruidos que a veces se interrumpen, consintiendo la comprensión de una palabra, frase o conversación.  

No es que no esté clara cuál es la intención y el objetivo del autor. Una explicación, las claves, el modelo, la aspiración están en las páginas 168 y 271. También se pueden encontrar algunas pistas en las reflexiones sobre el arte de las páginas 225 y 226. La duda se plantea ante un resultado tan confuso y farragoso.

Un collage, una mixtura a la que le falta un tronco que la vertebre y la sostenga, que ansía, sin necesidad de bastidor, y por eso se cae, conformar un retrato. De cerca se percibe buena mano en las pinceladas, una interesante elección de colores, pero al alejarse lo que se ve no es Lincoln, tampoco José Doroteo Arango Arámbula, que sería lo propio, o por lo menos Paulina Rubio. Si el propósito era mostrar un mural actual de Diego Rivera renacido, éste se queda incomprensible, cojo e incompleto. Hasta las grandes pinturas del mexicano tenían argumento y no sencillamente cuatro hilos conductores, cuatro señuelos que persigues inútilmente.


Son más eficaces obras sencillas, humildes, o aquellas que cuentan una historia y a partir de ella construyen un producto más complejo, con una simbología abierta y la posibilidad de varias interpretaciones, al menos una comprensible.


Más información sobre "Hotel DF" y Guillermo Fadanelli

sábado, 22 de octubre de 2011

"El ángel caído", de William Hjortsberg


De vuelta con el tema. En el extremo opuesto a las mencionadas en la anterior entrada está la que, sin duda, edita los ejemplares más cuidados, la más preocupada por la calidad de sus productos. Editorial Valdemar  compensa un nostálgico y minoritario catálogo no teniendo que pagar derechos de autor, y justifica sus precios con la oferta de unos objetos hermosos, y cotizados en el mercado de segunda mano.

Su labor es arqueología o ecología literaria. La mejor forma, en algún caso la única, de tener en la biblioteca determinados títulos, o de que sean lo suficientemente atractivos para estar en una biblioteca. Clásicos y otros que no llegan a tales, libros todos que deben ser leídos para saber de dónde venimos y cómo hemos llegado hasta aquí, literariamente hablando, y para descubrir, que sólo unos pocos se mantienen vigentes, más o menos reconocidos, que los grandes también escriben piezas menores, que hay obras más grandes que los autores que pusieron toda su genialidad en ellas, o que la mayoría fueron relevantes o populares en su momento pero apenas son ahora amenas curiosidades superadas.

Sea como sea, la propuesta es lo suficientemente amplia para que cada cual encuentre en él algún volumen ignorado que se ajuste a sus gustos y le sorprenda.

Publicada en 1978, "El ángel caído" es todavía joven para saber qué lugar ocupará en la historia. Probablemente nunca llegará a ser un clásico, entendido como una referencia o punto de partida a partir del  cual la literatura se desarrolla siguiendo un nuevo camino, pero sí, y eso explica su presencia en el índice de la colección "Gótica", una de esas deliciosas rarezas tan originales que constituyen por sí mismas un subgénero.

William Hjortsberg escribió una estupenda y ortodoxa novela negra, de ritmo vertiginoso y lectura fácil, con mucho diálogo afilado, descripciones breves y las reflexiones justas. En la que aparecen los personajes esperados, abogados engolados, secretarias neumáticas, taxistas sedientos de acción, maîtres arrogantes, músicos desencantados, policías escépticos, taquilleras aburridas, representantes de artistas felones, borrachos bien informados apostados en la barra del mismo bar, y millonarios sin escrúpulos con hijas consentidas. Por supuesto, también un detective sarcástico y tenaz. Todos ellos en ambientes de bares y locales de jazz llenos de humo, restaurantes franceses de moda y despachos pequeños con puertas de cristal esmerilado, un rótulo pintado en ellas y grandes mesas, que esconden botellas de bourbon en sus cajones.

Una novela que homenajea a Nueva York y aprovecha todos los escenarios que ésta proporciona, Central Park, el edifico Crhysler, el Waldorf, la Navidad en Times Square, los túneles del metro y sus estaciones abandonadas, la calle 42, los locales de jazz, Harlem, Broadway y el parque de atracciones de Coney Island.

Si esto se combina con transmutación de almas, ritos satánicos, vudú, misas negras, trucos de magia, sacrificios, pactos diabólicos y cartomancia, y se integra coherentemente el resultado es una historia única, sencilla y original.

William Hjortsberg  fue también el responsable del guión que dio lugar, ocho años más tarde, a la mítica película "El corazón del ángel" ("Angel heart") protagonizada por el ídolo caído Mickey Rourke y la deseada Lisa Bonet. Más allá de compartir un comienzo y una trama básica, hay diferencias entre la novela y la película, consecuencia unas de la necesidad de decorados más variados, vistosos y oportunos como los que proporciona Nueva Orleans, y otras, lógicas, del obligado uso de lenguajes, simbología y ritmos distintos.

la conclusión es que la novela es más sobria o académica, pero desarrolla y, sobre todo, explica mejor la historia. Porque mucho Robert de Niro pelando huevos duros, mucho Mickey Rourke sudoroso y con gafas ridículas y mucha Lisa Bonet lavándose el pelo con la camiseta mojada, pero por más que vi la película tres veces nunca entendí bien lo que hizo Johnny Favorite.

Más información sobre "El ángel caído" y William Hjortsberg

martes, 18 de octubre de 2011

"Las cinco muertes del barón airado", de Jorge Navarro


Comencemos con una denuncia. Le ha tocado a Seix Barral, ya que el libro se me deshace entre las manos. Esta editorial, al igual que Mondadori con su colección Roja & Negra, se ha unido al grupo que pretende que paguemos a precio de libro cosido libros encolados. Esta protesta estaba reservada para cuando me topara con la colección de novela negra de RBA, el caso más escandaloso porque, si Seix Barral ahorra además en cola, la otra lo hace en papel ofreciendo unos ejemplares mínimamente más grandes que los de bolsillo. Hay más editoriales, pero su humildad y la necesidad de austeridad les absuelve; sólo me quejo de las que tienen un prestigio y una capacidad de venta que hacen esta política vergonzosa.

Para una vez que creo entender el significado de las citas con las que los autores suelen adornar, como prólogo, sus obras, no voy a perder la oportunidad, porque en el caso de "Las cinco muertes del barón airado" son ilustrativas.

La primera, de Soledad Puértolas, es una advertencia de lo que uno va a encontrar; la combinación de realidad y ficción, la amalgama de acontecimientos históricos y fabulosos, la mezcla de personajes inventados y reales, la atribución a éstos de comportamientos, ideas y palabras ciertas o falaces, con la única intención de que el resultado sea plausible. Objetivo conseguido.

Jorge Navarro quería escribir una novela y lo ha hecho. Sabía que podía y lo ha demostrado. Una obra modesta, honrada, amena y nada pretenciosa en sus dos primeros tercios, y que evidencia mucho trabajo de hemeroteca y esfuerzo para recrear acertadamente un momento, su elenco, la geografía, los ambientes y las circunstancias sociales y políticas que lo conformaron.

La segunda cita, de Cristóbal Serra, es una muestra de inseguridad, una disculpa anticipada e innecesaria ante el temor de caer en el folletón. Si "En manos del diablo", de Anne Marie Garat, es un desbordante homenaje a dicho género, Jorge Navarro no puede evitarlo al situar su historia en una época en la que éste está en boga, al estructurar la trama necesariamente como un enredo, al trabajar con unos personajes inevitablemente tópicos que suenan a eso, y al dibujar con ironía sus pasiones y obsesiones, bordeando en algún momento la caricatura, pero a la vez contenido por el respeto al trabajar con figuras históricas.

Cuando lleva dos tercios escritos Jorge Navarro se da cuenta de que lo que está haciendo es meritorio pero no suficiente; necesita una justificación, encontrar o demostrar el sentido de su obra. Es entonces cuando la obra da un giro, se oscurece, la narración se adereza con una serie de reflexiones tanto existenciales como sociales, unas más obvias, pequeñas y huecas que las otras, y finalmente el autor no es capaz de cerrar la historia sino que la deja languidecer y apagarse. Y es consciente, a la vista de algunos argumentos (páginas 308 y 325), excusas más bien, aplicables válidamente al narrador y al autor.

"Las cinco muertes del barón airado" no es ni mucho menos una novela redonda. Es una novela entretenida que, no sabiendo a dónde ir, se cae en el último tramo. Tampoco es ambiciosa, simplemente tenía la ilusión de escribir y esto lo logra con algo más que dignidad, con eficacia incluso, en su mayor parte. El problema está más en la concepción que en la capacidad narrativa de Jorge Navarro. Por ahora prueba que cuando tenga una idea bien rematada nos ofrecerá un producto atractivo y de calidad. Algo se atisba.

Quiero cerrar con dos objeciones.

Página 120: "Gerbex prohibía a sus discípulos que se abstuvieran de coger los pinceles si no estaban satisfechos de lo que veían a lápiz". Prohibir que se abstenga alguien es lo mismo que exigir que se haga algo, y no creo que eso sea lo que Jorge Navarro quería decir en este caso.

Página 164: "Rita, que desde la muerte de su madre, le ayudaba a cuidar la finca y la casa rectoral, estaba caída en el suelo, desnuda...". ¿A quién ayudaba Rita? A su madre muerta no, por supuesto. Dando marcha atrás, al primero que nos encontramos es al barón. No veo al barón en la huerta o limpiándole la casa al cura. Tenemos que ir a la página anterior para entender que es a su padre, el masovero, a quien asiste. Me parece una interpretación muy amplia y discutible de la regla sobre el uso de los pronombres, con la que no estoy de acuerdo.

Más información sobre "Las cinco muertes del barón airado"

miércoles, 12 de octubre de 2011

"Purga", de Sofi Oksanen.


Demasiado ruido para no tantas nueces.

No llego a decir que me la hayan vuelto a colar, porque no está mal, pero apenas justifica la expectación previa, las eufóricas noticias sobre su publicación, la pugna por sus derechos en la feria de Frankfurt, en la que salió victoriosa Ediciones Salamandra, o los calificativos hinchados. Sin todo eso, "Purga" sería una novela más, que pasaría por las librerías sin pena ni gloria, llamando seguro la atención en determinados círculos, aunque incapaz la fuerza del boca-oído de elevarla a la notoriedad. 

No sé si lo será, pinta no tiene, pero a Sofi Oksanen le sobran aptitudes para ser una gran surfista. Tiene instinto, sabe dónde y cómo colocarse para coger una ola y mantenerse en la cresta. Elige unos temas preocupantes, merecedores, por supuesto, de denuncia, y a la vez, eso es lo importante, en boga y políticamente correctos; los aprovecha, escribe algo digno, nada más, se agarra fuerte y deja que la corriente de opinión, la publicidad, el mercado y la moda la alcen, que ya sabrá ella mantenerse a base de imagen, declaraciones y poses.

Mas por muy grande que sea la ola siempre se acaba en la orilla. ¿Y qué quedará? Aunque todavía es pronto, no le auguro que sea un grano de arena más grande que los demás.

El compromiso es importante, no suficiente. "Purga" denuncia y señala el trato y el olvido sufrido por un pueblo, el estonio, a lo largo del siglo pasado, cuáles han sido las circunstancias en las que ha tenido que vivir, describe cómo éste se ha comportado y cuáles las alternativas elegidas por sus ciudadanos ante las sucesivas ocupaciones. Se preocupa por su futuro, por el modo en que intenta adaptarse, cerrar heridas, y alcanzar una normalidad como país independiente. Es sólo la música de fondo, el paisaje, un contexto mucho más atractivo, real y mejor desarrollado que el núcleo.

El tema principal es una cuestión atávica y universal, aquí circunscrita a los últimos ochenta años de historia de territorios que formaron parte de la antigua U.R.S.S, el mal trato dado a la mujer, su dominación, marginación, humillación, explotación y violación; también la declaración y demostración de su fuerza, resistencia, valentía, sacrificio y de su capacidad de amar. Eso está muy bien y de actualidad. Otra cosa son los méritos literarios y el resultado.

A la obra le cuesta arrancar y se nota demasiado el ascendiente teatral, del cual únicamente se libera plenamente durante la segunda de las cinco partes en que se divide, con diferencia la más lograda, cuando se abre el plano, el escenario se muestra más amplio, la historia se agranda, unos personajes que amenazaban con caer en el maniqueísmo se muestran por fin complejos, la redacción es precisa y el ritmo constante.

La estructura elegida, un recurso literario legítimo, esconde bajo la superficial intención de presentar de forma paralela dos historias, otras soterradas y ambas fallidas, la de camuflar su origen teatral y la de alcanzar un clímax final sorprendente, para lo cual en determinados momentos es inconsecuente y, por lo tanto, tramposa.

Con unos temas tratados tan duros y conmovedores, choca que el resultado sea frío y distante. Entre las causas están tanto la teatralidad, de nuevo, como el abrir muchos frentes que, al ser tratados alternativamente, no logran la empatía del lector. Únicamente cuando se centra y mantiene en uno de los hilos narrativos, desarrollándolo, es uno persuadido por la obra.

El uso del lenguaje teatral tiene también sus virtudes, como la existencia de varios niveles de lectura e interpretación, o la propuesta de unas imágenes eficaces algunas e impactantes, brutales y faltas de sutileza otras.

No estoy enfadado, ni me siento estafado, simplemente estoy decepcionado. Y la decepción siempre es directamente proporcional a la ilusión depositada en una lectura. Cada libro es él y sus circunstancias, y si en algo éstas le benefician también es justo que le lastren. Seguro que si la hubiera leído sin condicionamiento previo alguno mi opinión sería distinta, si no más favorable sí más comprensiva. Pero en cualquiera de los casos hubiera dicho que las últimas veinte páginas son prescindibles, no sorprenden, no aportan casi nada, y lo poco que añaden podría haber sido incluido de otro modo a lo largo de la obra. 


Sinopsis y más información sobre Sofi Oksanen

lunes, 3 de octubre de 2011

"El grito", de Antonio Montes.


No me creo que esto fuera lo mejor que se presentó el pasado 2010 al Premio Café Gijón. Qué afortunado Antonio Montes, que se ve publicado por Ediciones Siruela. Qué engañados los demás.

Más altos que los gritos con los que se abre y se termina esta novela fueron mis aullidos, los berridos que solté en algunos momentos, concretamente a la altura de la página 174, o después al leer la 193 y 194. Luego uno se curte.

El tema de "El grito" es triste, un fallecimiento y el posterior velatorio en casa, la presencia de los familiares y las visitas de los vecinos, los pésames y las costumbres, las conversaciones y los pensamientos. Una tradición muerta en las ciudades pero que aún languidece en el mundo rural. Por el clima y las pistas que salpican el texto nos damos cuenta de que Antonio no ha salido de su pueblo. Hay una pátina de intemporalidad y sólo la mención de teléfonos móviles y de ordenadores domésticos sitúa la historia en el presente. La cosa va desde el amanecer hasta el atardecer y no tenemos que quedarnos toda la noche en vela, gracias a Dios y a una relación fraternal cuya presencia rechina y cuyo único sentido, tarde lo comprendemos, es permitir cerrar de alguna forma con un final tramposo y ni tan sorprendente ni tan ingenioso como desea. Aunque puede que sea yo, que para entonces tenía ya atravesada la historia, formada una opinión y no quería más que acabara, por favor, como fuera.

El desarrollo es deprimente. Porque a nadie le gusta enfrentarse a, verse reflejado en, un espejo que sólo muestre tus defectos, y porque, una vez te pones, a cualquiera le duele ver desperdiciada lo que en principio es una buena idea, más si aquello se transforma en un cruel y errático tormento.

Lo que pretende ser una demanda se convierte en el mayor de los delitos denunciados.

Un compendio de lugares comunes, frases manidas, de las que echamos mano cuando no tenemos nada que decir o cuando no queremos decir lo que pensamos. Una colección de todas las mezquindades y bajezas reconocibles y reales, nuestros defectos y miserias, que cuando nos son mostrados nos avergüenzan. Lo peor de nosotros.

El producto es decepcionante, superficial y ridículo. La cosa ya se anuncia mal desde bien pronto. En ese pueblo el aire cuando hace frío casi se puede masticar (página 13) y cuando es caliente casi se puede masticar (página 36); conclusión, allí el aire casi es masticable. Si en ambos casos la expresión estuviera en boca o, al menos, pensamiento de los personajes su uso estaría justificado, porque indicaría un latiguillo que viene bien en cualquier circunstancia, pero es que en la primera ocasión es el autor, como narrador omnisciente no como miembro de la comunidad, el que la utiliza.

Los diálogos breves, que mayormente reflejan tópicos, los gobierna, mas cuando los párrafos se extienden pierde el control y resultan artificiales. De las novedosas formas de presentar los diálogos (únicamente los diálogos, no los recuerdos ni los pensamientos) que están ofreciéndonos últimamente los escritores hispanos, y que parece ser una de sus principales preocupaciones, la formulada por Antonio Montes sería la más incomoda, al retrasar y zancadillear la lectura. Prefiero las propuestas de Ernesto Mallo o la de Pérez Andújar. Y qué audaz y moderno al prescindir de los signos de interrogación.


"Una historia que combina magistralmente el más hilarante humor negro con momentos de conmovedora ternura." Los momentos de conmovedora ternura no he sabido verlos, y el hilarante humor (por ejemplo páginas 122, 199, 205, 211 o 243, supongo), cuando lo he encontrado, no tenía ya el ánimo para chistes.

Hasta nunca, Antonio Montes. Premio Café Gijón, este es el primer palo de la cruz.

Sinopsis y más información sobre Antonio Montes

jueves, 29 de septiembre de 2011

"En manos del diablo", de Anne-Marie Garat.


"El grupo editorial Norma anuncia el cierre de sus áreas de ficción y no ficción".

Traducido, adiós a La otra orilla, Parramón y Verticales de bolsillo. Si ya era posible encontrar sus ejemplares en librerías de saldos, prepárate para el alud. En otra ocasión, hace un par de años, aproveché para hacerme, a un precio ridículo, con algunos libros interesantes, la mayoría de la colección la orilla negra, como los fronterizos "La memoria de los muertos" y "Mexicali city blues" de Gabriel Trujillo Muñoz, "Avaricia" de Frank Norris, el ágil "Cien dólares, baby" de Robert B. Parker, o "Hollywood Station", "Campo de cebollas" y "Los nuevos centuriones" de Joseph Wambaugh, uno de los básicos del género, los dos últimos títulos editados por Verticales de bolsillo. Para hacer fondo de armario.

Lamentando el final de una editorial con gusto y preocupación por la presentación externa de su productos, aunque éstos soporten mal el uso y el manoseo, como homenaje cuasi póstumo me he atrevido con una obra apartada para cuando encontrara un hueco. O me sirvo de esta excusa o tendría que esperar a que Umberto Eco hiciera la versión pulida, porque quién tiene tiempo ahora para enfrentarse a más de mil trescientas páginas. >1300.

Pensándolo, es lo mismo cuatro novelas de trescientas y pico páginas que una de mil trescientas treinta y cinco. Hay que ser osado con estos mastodontes, más si son buenos. Si es malo siempre se puede devolver a la estantería y a otra cosa.

Si Charles Dickens, Robertson Davies y John Irving ejemplifican una lineal evolución de la narrativa más ortodoxa y formal, Anne-Marie Garat, al escribir "En manos del diablo", da dos pasos atrás, acertados y necesarios para recuperar una tipo de literatura sacrificada en nombre de la moderna brevedad, y que no se debe olvidar.

A veces, para construir una gran historia hay que explicar convenientemente el contexto, para crear unos personajes sólidos, da igual que sean protagonistas, secundarios o con una aparición puntual, es necesario tomarse su tiempo, y para plasmar sentimientos y pasiones no basta con adjetivarlas, hay que demostrarlas siendo reiterativo, como circulares y repetitivas son nuestras obsesiones.

Anne-Marie Garat es una nostálgica. Con "En manos del diablo" rinde homenaje al folletín, al cual reivindica respetuosamente y que es el marco más apropiado para lo que se quiere contar y para reflejar el momento en que transcurre. Es considerada con la tradición.

Las historias, tanto la principal como las accesorias, son las propias del género. Las de amor abarcan los primeros amores, los imposibles, los clandestinos, los no correspondidos, los abusos y, como lógico diezmo al presente y a la normalidad, los amores prohibidos. La aventura e intriga que constituye el tronco narrativo es real y nada exagerada, está perfectamente integrada en el entorno histórico, la necesaria parte de conjura y conspiración está justificada, e incluye elementos clásicos, como paisajes exóticos, enfermedades tropicales, espionaje o rivalidades políticas.

Los personajes, todos ellos trabajados, son, revisados y actualizados, los típicos de un folletín. No presentan, a pesar de la variedad, ninguna novedad; muertos añorados, tías maternales, padres desapegados, madres autoritarias, hijas sumisas, hijos calaveras, nobles diletantes, burgueses industriosos, amas de llaves leales, cocineras orgullosas, criadas enamoradizas, palafreneros silenciosos, institutrices hermosas, contables cuadriculados, médicos absortos, notarios rijosos, coroneles crueles, policías irónicos, anarquistas idealistas, políticos medrosos, periodistas audaces, artistas tolerantes y representantes amanerados.

Pero, si bien tiene aspecto de novela de principios del XX, es de comienzos del siglo XXI, y eso se nota. En la sintaxis que, por momentos sorprendente, achacada a la traducción, se demuestra luego sistemática. En los inesperados cambios de puntos de vista. En la cariñosa ironía con la que detalla los avances de la época, señalando la inocencia crepuscular de una sociedad. En el uso del pasado para enfrentarnos al presente, indicando desigualdades y carencias económicas, sociales y de género todavía no resueltas totalmente. En las situaciones novedosas a las que somete a los personajes, las reflexiones que surgen y el anacrónico interés por las sensaciones. Y en la distante perspectiva desde la que es observada y juzgada una época, la misma desde la que seremos, algún día, observados y juzgados nosotros.

Como colofón a su monumentalidad, un epílogo de ciento treinta páginas, que incluye, además de referencias a una posible continuación materializada en "Nacida de las tinieblas", cambios de registro, uno más moderno acorde con un salto temporal, y otro hacia la abstracción poética y el surrealismo, consecuencia de la guerra y homenaje a los movimientos artísticos de la época que huían así de la realidad.

Buscaré ansioso "Nacida de las tinieblas" entre los saldos. Sólo son mil treinta y dos páginas.

Sinopsis y más información sobre Anne-Marie Garat 

viernes, 23 de septiembre de 2011

"Los lobos" vs "Historia de un alemán"

Sin duda el Nazismo es uno de los fenómenos más trascendentales de la historia, un acontecimiento que no sólo no debe ser olvidado, sino que hay que tenerlo siempre fresco en la memoria colectiva, como fuente continua que puede ser de importantes lecciones para el futuro.

Personalmente considero más interesante que la ideología en sí conocer cuáles fueron las circunstancias en las que germinó. Antes que las conocidas consecuencias, la 2ª Guerra Mundial y el Holocausto, prefiero comprender cuál era el escenario en el que se encontraba el pueblo más culto de Europa para que una parte abrazara esos postulados, alzara a sus líderes hasta el poder y aplaudiera la chiflada deriva mientras el resto fuera incapaz de evitarlo.

Tenía muchas ganas de leer a Hans Hellmut Kirst, escritor que gozó de una notable popularidad en los años 50 y 60 gracias a unas novelas en las que pretendía poner en evidencia el régimen nazi. Sentía curiosidad por obras como "La noche de los generales", "Las noches de los cuchillos largos" o la satírica serie antibelicista 08/15, una trilogía alargada, dada su popularidad, con dos secuelas. Editorial Almuzara recupera "Los lobos", anteriormente editada en 1970 por Ediciones Destino, en su prestigiosa colección "Áncora y Delfín", y de la cual se dice que es una alegoría de la astuta resistencia del pueblo alemán.

Una vez leída, la primera sensación es agradable, debida a la simpatía que despiertan los personajes principales, la ironía que rezuma, su fácil lectura, el buen ritmo, el optimismo general de la obra, y a su, aunque abierto, final feliz.

Pero, a poco que lo dejas reposar, surge la indignación cuando al reflexionar te es revelado que lo leído está más cerca de la ciencia-ficción que de un testimonio histórico riguroso. Kirst le ofreció a la sociedad alemana de posguerra lo que necesitaba para calmar su mala conciencia, la existencia de una sociedad que se enfrentaba al régimen, de una resistencia interna real, inteligente y eficaz, capaz de burlar al y burlarse del Tercer Reich.

Las intenciones de Kirst son manifiestamente alegóricas. Crea un Macondo teutón, un pequeño pueblo fronterizo, en el que sus conciudadanos representan a cada uno de los estamentos sociales, políticos y religiosos y reflejan las diferentes opciones personales, valientes, cobardes, activas o pasivas, todos los comportamientos posibles que, supuestamente, tuvieron lugar. Y, ciertamente, la mayor parte de las descripciones, aunque edulcoradas, son objetivas y no hay ausencias relevantes.

Temporalmente este microcosmos es enfrentado a tres momentos, las tres partes en que se divide la novela, correspondientes con los periodos previos a los acontecimientos más importantes, la llegada al poder de Hitler, quien es apenas mencionado, el estallido de la guerra y su final. De los tres episodios, únicamente el primero es verosímil, el que muestra a unas personas que se dan cuenta de lo equivocados y peligrosos que son los que ansían el poder y de la necesidad de actuar con mucha prudencia, nunca enfrentándose o manifestando abiertamente su oposición. El resto es increíble; una segunda parte en la que los nazis, más ocupados en luchas intestinas, no actúan, a pesar de sus sospechas, contra los focos antagonistas por falta de pruebas, y soportan pacientemente los actos de sabotaje, y un final en el que los judíos no sólo no mueren sino que participan en la huida organizada de los prisioneros de guerra a través de la frontera, en la que también colaboran médicos, funcionarios, policías y la nobleza.

Sólo faltan las risas enlatadas para estar ante una aguda, mas bondadosa, sit-com, una "Plaza de España" a la alemana. Los que se indignaron ante la supuesta frivolidad de "Malditos bastardos" tal vez tengan más motivos, por diferentes razones, para molestarse si leen "Los lobos".


En las antípodas está esa maravilla escrita por Sebastian Haffner, "Historia de un alemán", una joya que estuvo, a punto de perderse, olvidada en un cajón más de cincuenta años.

Con una lucidez e inteligencia deslumbrante, también con un distanciamiento y frialdad frutos del pesimismo, consciente de que su futuro es la emigración forzada, explica apoyado en sus recuerdos y experiencias cuáles son los factores sentimentales, económicos y sociales que confluyen y constituyen los cimientos de la aparición de un pensamiento aberrante y cómo éste cautiva, envenena y aliena a los alemanes.

Y lo explica de una forma tan racional que con vergüenza concluyes que realmente lo más lógico para la mayoría era adoptar con fervor esas ideas, o como mucho, si tenías un mínimo de sentido común, mantenerte al margen temeroso, y que sólo los mentalmente más resistentes, sensibles y en su fuero interno valientes, mantuvieron la cordura y no cayeron en la trampa.

Desde la distancia resulta increíble e injustificable el comportamiento general de aquella sociedad. Este libro, además de denunciarlo, es capaz de explicarlo, revelando que fue el resultado de la conjunción de diversas circunstancias, entre otras una 1ª Guerra Mundial cuya derrota, salvo por los que la sufrieron en el frente, no fue, por culpa de la propaganda, percibida ni entendida, y por lo tanto tampoco asumida, un antisemitismo endémico latente, una situación económica durísima, con una inflación desatada y las consiguientes devaluaciones, un alto índice de paro y unas potencias vencedoras exigiendo el pago de la deuda de guerra.

Además de sagaz está bien escrita, con ecuanimidad y rigor. Únicamente se permite una licencia literaria, que a lo mejor no es tal, al reunir en el grupo de cuatro amigos las diferentes posturas adoptables ante lo que estaba ocurriendo, la entusiasta asunción, la permisividad y comprensión por parte de monárquicos y nacionalistas, la confrontación abierta de los socialdemócratas y comunistas que serán purgados, y la resistencia pasiva de los que simplemente no están de acuerdo, los cuales son invitados a aceptar el nuevo régimen o relevados de sus cargos. Especialmente aleccionadora es la explicación de cómo van poco a poco tomando el poder por medio del terror impune.

Difícilmente se puede encontrar un libro más perspicaz, brillante, no ya recomendable, imprescindible, una lectura obligatoria, que debería estar en los programas educativos, da igual si de Literatura, Historia,  Economía, Ética, o de Educación para la Ciudadanía.

Más información sobre: "Los lobos" e "Historia de un alemán"

viernes, 16 de septiembre de 2011

"Schlumpf, Erwin: Homicidio" o "El inspector Studer", de Friedrich Glauser

Esta es la historia de un liguero.

Y es que esta historia es como un liguero. Liguero, no hay palabra más vulgar, como "Schlumpf, Erwin: Homicidio". Menudo título, los propios editores lo reconocen: Vale, de acuerdo, no lo tenemos claro, si queréis también podéis llamarla "El inspector Studer". Cuánto título para tan poco libro.

Editorial Acantilado es especialista en bajar del altillo cajas llenas de, normalmente, agradables sorpresas; preciosos vestidos vintage obra de Stefan Zweig, elegantes y confeccionados con buenos paños, o brillantes alhajas talladas por el ojo preciso de ese cronista magistral que fue Eugeni Xammar.

En este caso la caja olvidada provenía de un pariente lejano que hace muchos años emigró a Suiza y que, en su momento, les envió con recuerdos de aquellas tierras dentro. La abrieron y publicaron este liguero.

Como un liguero, "Schlumpf, Erwin: Homicidio" es un objeto pintoresco, simpático. También anticuado, pasado de moda. No cabe duda que para una sociedad reprimida y timorata como la suiza de entreguerras los relatos de Friedrich Glauser fueran excitantes, apasionantes. Ahora, en la era del algodón blanco, no provocan más que cierta gracia.

Como un liguero, la anécdota contada en "El inspector Studer" es ridícula y superficial, malograda ocasión para ahondar en otras cuestiones. Un suceso provinciano exiguo y anodino, reflejo de un pueblo muy educado y neutral, con un, al parecer, sutil sentido del humor, mas pazguato, comparado con lo apasionante que fue ese periodo un poquito más al norte. No es que sea preferible el recorrido histórico de Alemania al que adoptó Suiza, todo lo contrario, pero a toro pasado y desde el punto de vista literario, sí es palpitante o aleccionador uno y mortecino el otro.

Como un liguero, artificioso, lleno de cintas y adornos para disimular su prosaica función, esta historia está llena de postizos y trampas dispuestos fingidamente con la única intención de complicar artificialmente la trama y su resolución. A Glauser le gustó su idea y, para estirarla, hizo que el inspector Studer estuviera encantado en la villa de Gerzenstein, con sus carteles y la música saliendo por las ventanas, y que, aún sabiendo todos desde el primer momento quién era el culpable, justificara sus permanencia con entrevistas, interrogatorios y búsqueda de pruebas.

Si Editorial Acantilado dejó de apostar por Friedrich Glauser por qué vamos a hacerlo los demás. Le dio dos oportunidades; en 2001 publicaron "El reino de Matto" y dos años después la que nos ocupa. No ha habido una tercera ocasión. En esa caja proveniente de los Alpes quedan otros objetos, tal vez un sombrero típico, unos tirantes, nada aprovechable.

Si al menos hubiera un reloj de cuco, igualmente pintoresco, simpático, anticuado, ridículo, pero capaz de sorprendente si te pilla desprevenido.

Más información sobre: Friedrich Glauser y "Schlumpf, Erwin: Homicidio"

sábado, 10 de septiembre de 2011

"Asesino Cósmico", de Robert Juan-Cantavella


Francisco Casavella lo sabía. Antes de morir tuvo tiempo de trasmitírselo a Javier Calvo. El secreto de Editorial MondadoriMercedes Cebrián yEdmundo Paz Soldán, fueron los encargados de contárselo a Robert Juan-Cantavella. "Si quieres que esta gente te publique, tu libro ha de estar escrito en presente de indicativo"

Es un criterio acertado, que le da elegancia y precisión a la narración. Debería ser lo lógico.

Pero vamos a lo que estamos. ¿Qué decir de "Asesino Cósmico"? Como la propia novela, puedo contar mucho y no decir nada.

Suena demasiado duro, más cuando no es una mala lectura. Simpática e ingeniosa, deja no obstante una pregunta fundamental sin responder.

Hay libros que es muy difícil recomendar. Cómo recomendar una novela que comienza como novela histórica en un entorno fantástico, pasa a ser la novela de ciencia-ficción que se presume, para transformarse en novela de terror gótico, mutar después en libro de caballería con retazos de explícito erotismo, un poquito de gore y pinceladas de western, y vuelta a empezar con el añadido de momentos surrealistas. Todo en el marco de una novela simbólica e intemporal.

Aunque nominalmente está situada en un futuro cercano, esto es relativo ya que es el mañana de un mundo imaginario, que incluye más elementos de nuestro pasado que novedades, que recuerda, más por fuentes comunes que por una ascendendencia directa, a creaciones anteriormente leídas de Fernando Aramburu o Javier Tomeo.

Salvo el manejo de unos elementos ajenos y el resultado obtenido, nada hay original en "Asesino Cósmico". Y esa es su pretensión, mostrar que está todo inventado en las artes narrativas, la tía literatura y su sobrino el cine, que lo que queda es recrear y revisar historias ya contadas.

Esta demostración se convierte en un gran homenaje a sus gustos e influencias, con una intención lúdica o paródica. Es un derroche, sí, de imaginación, que se aprovecha de referencias literarias y cinematográficas, de la iconografía, la nomenclatura y la imaginería tradicional de cada género.

"Asesino Cósmico" prueba que un escritor es la consecuencia de sus lecturas, y es paradigma de que  éste siempre escribe la novela que le hubiera gustado leer. Un deseo llevado al extremo, en el que no sólo el argumento cambia de un género a otro, sino que los personajes saltan a su vez de una historia a otra y las historias tan pronto son contadas por un personaje como lo son por otro, como se materializan reales.

Si bien se reconocen méritos narrativos, mucha imaginación y gran empeño por cerrar certeramente una estructura complicada, hay que señalar que esto no es suficiente. He buscado y no he encontrado, no me atrevo a asegurar que no la haya, una clave que me permitiera entender e interpretar la obra como una metáfora de algo más allá de una simple chanza, que excusase el mayúsculo esfuerzo. Una respuesta a una sencilla pregunta ¿Y? 

Cómo recomendar, por tanto, lo que únicamente es una gran broma, me temo que muy privada, íntima, que puede hacer o no gracia independientemente del sentido del humor o la inteligencia del lector.

Más información: "Asesino Cósmico", Robert Juan-Cantavella y asesinocosmico.blogspot.com

martes, 6 de septiembre de 2011

"Crimen en el Barrio del Once", de Ernesto Mallo


"Crimen en el Barrio del Once" tiene sus cosas buenas y sus cosas peores. Bastantes cosas muy buenas pero unas pocas, al menos cuatro, regulares.

Para Ernesto Mallo la trama no es lo importante. Esto no es un demérito, todo lo contrario. La realidad pocas veces supera a la ficción. La mayoría de las ocasiones la vida es sencilla. La precipitación y la inexperiencia a la hora de cometer un crimen, mas si el autor es alguien sin valor e incapaz movido únicamente por la rabia y la desesperación, suponen dejar tras de sí numerosas pruebas y pistas que permitirán una rápida inculpación y resolución.

Eso es lo normal, como demuestra la Sexta por las mañanas.

"Crimen en el Barrio del Once" no tiene pretensiones de intrigar ni sorprender y, por lo tanto, tampoco tentaciones de trampear y engañar. Mejor una historia franca, bien contada y mejor resuelta que enredos artificiales. No importa que atinemos lo que va a pasar, eso no significa que sea previsible. Previsible es cuando se quiere desconcertar  y no se consigue. Esta obra es lógica y consecuente, con la austeridad propia del género negro clásico, con un ritmo adecuado y una interesante, ágil, rigurosa forma de presentar los diálogos.

Ésta es una novela sobre personas, preocupada por argüir cuándo, cómo y porqué se hacen determinadas cosas y se desencadenan acontecimientos inusuales. Por eso, si se ha acertado al elegirlas y dibujarlas, hay que ser cuidadoso con lo que se pone en su boca, para no estropearlo.

El pecado, venial, de Ernesto Mallo es la falta de sutileza en algunos momentos.

Con la mujer de Giribaldi se le va la mano. La responsabiliza con la representación de una clase social, deposita en ella tanto significado que el valor metafórico desaparece y sólo queda un borrón grotesco. Véase la página 62.

Cuando profundiza en la cuestión amorosa, para explicar y justificar los comportamientos posteriores del protagonista, un par de diálogos penalizan a los intervinientes y ridiculizan sus interacciones. Páginas 34 y 103.

La dictadura militar argentina es una situación tan trágica y terrorífica que se impuso a todo y a todos, una presencia constante que condicionaba las conversaciones, las conductas, las decisiones. No es necesario que se destaque, se evidencia por si misma. Eso está bien reflejado; con el discurrir normal del relato, la inmoralidad, la arbitrariedad o la vileza se descubren perfectamente integrados. El problema está en la inclusión quimérica de un discurso ideológicamente irreprochable e incuestionable pero a la vez, y parcialmente por eso, increíble e innecesario, en boca del personaje más logrado. Página 149.

Sólo son cuatro detalles. La opinión general es que es buena, merecedora del premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón en 2007. Si Ediciones Siruela, como parece, se decide a publicar una segunda novela suya y la encuentro a buen precio, con gusto insistiré.

Más información sobre: Ernesto Mallo y Sinopsis