Después de buscar información acerca de esta mujer con la que iniciar este comentario sobre sus dos obras publicadas hasta ahora en España, ambas por Ediciones Destino, la conclusión a la que te conducen todas las reseñas, que parecen copiadas de la de la página de la editorial (Planetadelibros.com/Andrea Maria Schenkel), es a pensar que Andrea Maria Schenkel es una sencilla y familiar ama de casa que decidió escribir un libro el cual, pese a ser publicado por una pequeña editorial, fue un éxito en Alemania y reconocido con diversos premios (el Deutscher Krimi Preis 2007 o el Friedrich-Glauser 2007 a la primera obra) cuyos exóticos y sónoros nombres hacen presumir un gran prestigio. Muy atractivo.
Después de leer las dos novelas se confirma que el género negro se ha convertido en un saco demasiado grande donde cabe cualquier cosa que incluya uno o varios asesinatos.
La distancia, argumental o estética, no de calidad, entre Andrea Maria Schenkel y, por ejemplo, Walter Mosley, es lo suficientemente grande como para considerar que son paisanos de aldeas, pueblos o incluso comarcas distintas, cada una con su propio paisaje y folclore, de una misma provincia cuyo nombre no debería ser, en este caso, el mismo que el de su capital, la novela negra.
"Tannöd, lugar del crimen" tiene cadáveres. Sí, unos cuantos. También tiene un misterio, un asesino por descubrir, pero no por ello es una novela negra, ni tampoco pertenece a la comarca de las novelas detectivescas. Es, nunca mejor dicho, una novela rural, de un pueblo alejado, una novela fronteriza con otros géneros. La intriga no proviene de la historia, bastante sencilla, sino de su inteligente estructura.
Es un mosaico, un puzzle, y las teselas forman el relato de un asesinato múltiple ocurrido en una granja, remedo de un crimen real ocurrido en 1922 y trasladado por la autora a mediados de los años 50. Las piezas están desordenadas en lo temporal, por lo que hay que ir descubriendo la secuencia de los acontecimientos ocurridos en un período de cuatro días, y también en lo subjetivo, al utilizarse la primera persona en los testimonios de los vecinos, la tercera en el relato de los hechos y al saberse en unos casos quién habla mientras en los otros no se indica la persona que protagoniza los actos.
El resultado es que, de una forma extrañamente natural y, a la vez, efectiva se presentan todas la circunstancias que concurren, todas las posibilidades, proporcionando la última pieza la solución. Pero los acontecimientos delictivos son una herramienta, una excusa para mostrar la vida de la Alemania rural de la posguerra, que se está recuperando de la guerra, una vez que los hombres han terminado de llegar después de haber estado presos. El que los hechos reales en los que se basa ocurrieran más de treinta años antes de cuando son situados en la obra indica el retroceso que la guerra supuso para esa gente. Prácticamente se volvió a la Edad Media, con las vidas dedicadas a la agricultura, trabajando el campo a destajo con escasos medios y con el único consuelo, guía y temor que otorga la religión. Un mundo rural que, treinta años después, vuelve a sentir la presión del atractivo ejercido por la ciudad y trabajo más cómodo en las fábricas.
Después de leer las dos novelas se confirma que el género negro se ha convertido en un saco demasiado grande donde cabe cualquier cosa que incluya uno o varios asesinatos.
La distancia, argumental o estética, no de calidad, entre Andrea Maria Schenkel y, por ejemplo, Walter Mosley, es lo suficientemente grande como para considerar que son paisanos de aldeas, pueblos o incluso comarcas distintas, cada una con su propio paisaje y folclore, de una misma provincia cuyo nombre no debería ser, en este caso, el mismo que el de su capital, la novela negra.
"Tannöd, lugar del crimen" tiene cadáveres. Sí, unos cuantos. También tiene un misterio, un asesino por descubrir, pero no por ello es una novela negra, ni tampoco pertenece a la comarca de las novelas detectivescas. Es, nunca mejor dicho, una novela rural, de un pueblo alejado, una novela fronteriza con otros géneros. La intriga no proviene de la historia, bastante sencilla, sino de su inteligente estructura.
Es un mosaico, un puzzle, y las teselas forman el relato de un asesinato múltiple ocurrido en una granja, remedo de un crimen real ocurrido en 1922 y trasladado por la autora a mediados de los años 50. Las piezas están desordenadas en lo temporal, por lo que hay que ir descubriendo la secuencia de los acontecimientos ocurridos en un período de cuatro días, y también en lo subjetivo, al utilizarse la primera persona en los testimonios de los vecinos, la tercera en el relato de los hechos y al saberse en unos casos quién habla mientras en los otros no se indica la persona que protagoniza los actos.
El resultado es que, de una forma extrañamente natural y, a la vez, efectiva se presentan todas la circunstancias que concurren, todas las posibilidades, proporcionando la última pieza la solución. Pero los acontecimientos delictivos son una herramienta, una excusa para mostrar la vida de la Alemania rural de la posguerra, que se está recuperando de la guerra, una vez que los hombres han terminado de llegar después de haber estado presos. El que los hechos reales en los que se basa ocurrieran más de treinta años antes de cuando son situados en la obra indica el retroceso que la guerra supuso para esa gente. Prácticamente se volvió a la Edad Media, con las vidas dedicadas a la agricultura, trabajando el campo a destajo con escasos medios y con el único consuelo, guía y temor que otorga la religión. Un mundo rural que, treinta años después, vuelve a sentir la presión del atractivo ejercido por la ciudad y trabajo más cómodo en las fábricas.
De "El expediente de Josef Kalteis" se puede decir que, pese a las diferencias existentes, se trata de una novela muy similar a la anterior al compartir una misma estructura o, por el contrario, que, tras una apariencia similar, las diferencias son notorias. Gana la segunda opción.
La semejanza en la estructura afecta a la originalidad pero no a la eficacia, que tiene en este caso un destino distinto. El enigma no consiste en saber quién es el asesino, conocido desde el título, sino en construir su personalidad, conocer las motivaciones y razones por medio de unas piezas esta vez sí ordenadas temporalmente pero hacia atrás, hacia el principio, hacia lo relevante, el porqué. Se trata, por ello, de una novela no resuelta, abierta a interpretaciones, menos caótica que la primera. No más organizada sino con un orden más sencillo, con tres partes entremezcladas, pero bien definidas.
Y más negra también, por su ambientación urbana, por el criminal y por el tipo de delitos que comete. Pero no es el objetivo la descripción de la vida en el Munich nazi. Si así fuera no quedaría totalmente al margen el componente político que en aquellos años treinta, y más en la cuna del régimen, lo dominaba todo y se imponía en cualquier aspecto de la vida y el pensamiento. Más bien la misión es la de mostrar lo fácil que lo tiene el mal, lo irracional y absurdo de su comportamiento, confrontándolo a la indefensión de las víctimas, a la corrupción de la inocencia por la ciudad y sus peligros. Todo plenamente vigente.
No creo que nadie llegue engañado a leer estas obras. No son novelas de género, pero no son vendidas como tales. Son atractivas, como lo son los frutos del mestizaje.
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