domingo, 4 de diciembre de 2011

"Toro", de Joseph Smith


Lo que es imposible es imposible. Y desde la primera página ha sido imposible conectar con "Toro", aceptar su propuesta y, por eso, salvo en contados momentos, el aburrimiento ha sido una constante.

Reconozco la ausencia de paciencia. No ha tenido oportunidad alguna. En otras circunstancias el abandono hubiera acaecido en la décima página,  pero su corta extensión y la búsqueda de pegas, de argumentos objetivos que justificaran el disgusto motivaron la continuación de la lectura.

No se revienta nada diciendo que Joseph Smith elige el punto de vista del animal. Muy osado, cuestionable e indemostrable, sujeto a la empatía o aprecio por parte del lector.

"Toro" no se una fábula, ni Joseph Smith un remedo de Walt Disney. Está más cerca de la autora alemana que escribió aquella novela sobre ovejas irlandesas, con la diferencia que él va un paso más allá. Se toma muy en serio la misión, no asume anticipadamente y con deportividad, la derrota, ni bromea sobre el tema.

Esta falta de ironía, esa firme y utópica fe en una supuesta capacidad de ofrecer una versión rigurosa de algo incontrastable, legitima arremeter contra esta obra, entrar a saco sin compasión. Reírse de uno, en cambio, aparte de demostrar inteligencia, provoca indulgencia y neutraliza las críticas.

Con ese planteamiento, "Toro" tenía dos vías a seguir. Una lleva a la ciencia ficción, a presentar un mundo percibido de otra forma, regido por unas reglas lógicas según las cuales interpretarlo diferentes, y en el que el vocabulario usado es distinto. Ejemplos de esa construcción de un sistema perceptivo, racional y morfosemántico nuevo, y ser consecuente con él, serían "Crónicas marcianas", concretamente el cuarto cuento es una perfecta expresión, las novelas cyberpunk de William Gibson y, llevado al extremo, "Solaris", que se acerca a la otra opción, abrazar la poesía y el capricho, la libertad y la belleza, negar la posibilidad de reglas o límites, confiándolo todo a lograr un resultado tan hermoso como arbitrario.

Joseph Smith se queda, en cambio, a mitad de camino, el peor lugar posible. Su personaje combina unos naturales problemas con las reglas que rigen la perspectiva y la ordenación espacio-temporal con una asombrosa capacidad de pensamiento abstracto, trascendental y escatológico, en sentido teológico, y cierto talento lírico (véase página 90). Estas son licencias aceptables en el juego literario, y méritos reconocidos.

Desconcertantes son las constantes oscilaciones entre una incapacidad para el reconocimiento y la repentina precisión en la mención de conceptos recién descubiertos. "La pared curva que me rodea, la alta pendiente que se eleva a sus espaldas" ( página 141), es posteriormente identificada como "ruedo" (página 142). Casos similares ocurren con muchas otras nociones, por ejemplo "arma" (página 119), "portezuela" (página 122) o "bocado" (página 156). Al final, es lo que tiene el ocio, descubro una secuencia que se repite: desconocimiento, identificación e imprecisión. Lo que empieza siendo un velo, una ola, una medialuna, un tejido, una tela, es, por fin, reconocido con precisión como "capa", para posteriormente volver a ser una tela o sábana.

Pero una vez que se produce la revelación, ésta se desvanece cuando se lee que el toro es capaz de reconocer a un caballo "enjaezado" a la primera.

No es un problema de traducción. Sí es controvertida la traducción al entender que es lo mismo "tirar" que "estirar". Que una de las acepciones de tirar sea su equivalencia con estirar, extender, no supone que sean términos intercambiables. Cuando "tiras de" algo o alguien, entendido como atraer hacia sí o llevar tras de sí, no se puede canjear por "estirar de". Esto sería anecdótico si únicamente sucediera una vez, pero es que la expresión se repite veintiocho veces, de las cuales las dos primeras, que fueron las que captaron mi atención, más seis posteriores son utilizando el verbo estirar. Y en veinte de esas ocasiones lo que se repite es tira, o estira, "de mí" o "de mi..."

Se podría decir algo parecido de la iteración de otras locuciones, de las veces que el toro alza o baja la cabeza, las veces que se repiten las palabras "valla", "cercado", "sangre", "músculos", "cielo" o "suelo". Pero es normal, el mundo de un toro es pequeño, circular y redundante. Aburrido.

Injustamente, no cabe duda, destaco una sola frase que aúna la coherencia y belleza que deberían conducir la obra, pero que, lamentablemente, sólo aparecen esporádicamente: "Las estrellas no se han movido más de lo que crece la hierba en un día" (página 54).