viernes, 11 de enero de 2013

"La marca del meridiano", de Lorenzo Silva.


Quien hace tiempo que cruzó la marca del meridiano, es el propio Lorenzo Silva.

¿Qué fue de aquél joven críptico que escribía sobre la construcción de lóbregas catedrales?

¿Dónde está, siquiera, el responsable de crear al personaje que, llevado al cine, posibilitó conocer a María Valverde?

Han sido muchas las oportunidades dadas a la pareja Bevilacqua y Chamorro, a sus investigaciones en los archipiélagos, tanto el balear como el canario, en la Alcarria o en los territorios de la antigua Corona de Aragón. Demasiadas.

Recopilando, salvo el episodio anterior a éste, todo lo demás. Incluso aquel volumen formado con cuatro retales, leído en la playa de Salinas, confirmación de una decepción que se venía fraguando, desencadenante de una decisión.

Lo que era una despedida amistosa, una resolución tan frágil que un bienintencionado presente ha bastado para el reencuentro, la irritante lectura de "La marca del meridiano" la ha transformado en una sentencia firme.

Éste último capítulo en ningún aspecto mejora la saga. Si acaso la empeora.

Su protagonista sigue siendo un relamido - quién, en la vida real, sigue utilizando la expresión estoy en ascuas (página 276) - hasta el empalago. Y el peor de los ególatras, el modesto, mas encantado de conocerse, de escucharse y de tener un apellido que le permita corregir a sus interlocutores y aleccionarles con la manida historia de sus orígenes. El paso de los años lo está amargando, por lo que se parece cada vez más al taciturno y detestable Kurt Wallander, del cual lo distancia el beneficio de una ironía intrínseca.

Salvo alguno de los perdedores, el resto del elenco es tediosamente correcto, educado y amable. Los diálogos son artificiales y ridículamente didácticos. A falta de discusiones o disputas, ni siquiera debates, dada la buena crianza de los intervinientes, los intercambios de pareceres son teatrales e impostados. Las escasas muestras de agudeza quedan recluidas a los interrogatorios.

"La marca del meridiano" está muy lejos de ser la absorbente novela policíaca que dice la contraportada.

Una novela policíaca que se precie ha de tener, como sí al menos ocurría en ocasiones anteriores, un argumento mucho más trabajado. Si, en cambio, se sustituye la perspicacia por la persistencia, la sorpresa por la rutina, y la intuición por la tecnología, el resultado es una precisa, escrupulosa, pero nada apasionante, descripción de los trámites burocráticos y de los límites competenciales de los cuerpos policiales.
 
Y para que fuera absorbente, Lorenzo Silva debería haber prescindido de todas esas chorradas. Lugares comunes revueltos con más o menos ingenio y mala baba (página 160). Ese cúmulo de obviedades, reflexiones superficiales, juicios tan ciertos como pusilánimes, proposiciones políticamente impecables, tibias, cordiales, inofensivas, que constituyen su principal preocupación y magro patrimonio.

La única gran verdad de "La marca del meridiano" es que una vez cruzada la línea, es difícil dar marcha atrás.

Que una vez probadas las mieles del éxito, es humano acomodarse, limitarse a redactar aduladoras crónicas costumbristas, corteses y lucrativos retratos de nuestras miserias.

Que una vez perdido el crédito, éste no se recobra jamás.

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