Tusquets Editores tiene previsto publicar en septiembre "Cuervos", la undécima novela que el gran John Connolly ha escrito sobre el detective Charlie Parker. En el Reino Unido salió a finales de mes pasado la duodécima, "The wrath of angels".
Así que este verano, como iba un poco retrasado, ha habido que apretar. A Salinas me llevé "Los amantes", y a Conil "Voces que susurran".
John Connolly es lo más novedoso y, junto con el más clásico Philip Kerr, lo más sólido y apetecible que pueden leer los aficionados al género negro. Sus obras combinan el respeto, la obediencia, la comunión con la ortodoxia y la osadía de aventurarse por la senda mefistofélica abierta por "El ángel caído", de William Hjortsberg, a quien rinde homenaje con el nombre de uno de los principales secundarios de la saga.
El resultado es verosímil, no grotesco como le ocurre a Fred Vargas. Las diferencias están en que John Connolly integra los elementos irreales con naturalidad, que éstos siempre están supeditados a la historia, nunca al contrario, y que por supuesto no son atajos ni argucias para salir de embrollos argumentales.
En sus relatos hay víctimas, pero no hay héroes, lo más protectores o vengadores. Hay abogados, policías, camareros, traficantes, contrabandistas, alguna prostituta y el consiguiente chulo. Todos ellos, tipos duros y mujeres que no se achantan así como así, protagonizan diálogos ácidos y afilados. Hay matones, psicópatas, asesinos por encargo, en serie, o de niños. Y también hay otra categoría de seres. Unos apenas son percibidos como sombras o apariciones. Otros con más éxito logran alcanzar o volver a este mundo, ocupando o infectando algún cuerpo.
Su personal y original estilo también se aparta de, o aporta algo a, la lealtad al género. Independientemente de su relevancia, John Connolly se molesta en describir detalladamente cualquier personaje, en contarnos su historia, pese a que ésta no vaya a ir más allá de un par de páginas, y aunque la presentación ocupe más espacio que su presencia en la narración. Y lo mismo ocurre con los escenarios. Cada pueblo, local o paisaje reclama y merece su esfuerzo. John Connolly les hace el trabajo sucio a esos autores que van directos al grano. Sus retratos e imágenes se quedan en la memoria y son útiles para rellenar los huecos que dejan los otros.
Por otro lado, mientras la mayoría de los compañeros de John Connolly no plantean dilemas éticos, o éstos son sutiles y accesorios, o presumen de criaturas amorales, Charlie Parker está inmerso en disputas entre el bien y el mal en diferentes vertientes. Conceptos tales como la culpa, el pecado, redención, condena, remordimiento, venganza, incluso cielo e infierno, o ángeles y demonios tienen una presencia muy relevante en la saga, que por momentos orilla peligrosamente el maniqueísmo.
Aunque sus novelas soportan una lectura independiente, ni "Voces que susurran", ni menos aún "Los amantes" son las mejores elecciones para iniciarse en la obra de este autor. Lo recomendable, lo más respetuoso con el compromiso y el empeño de John Connolly, es leerlas por orden de publicación. Es así como se asiste al nacimiento de un mito y a la construcción del universo que lo rodea, como se garantiza su plena comprensión y la admisión de las venias.
Este consejo se convierte en advertencia para el caso de las primeras cuatro novelas. "Todo lo que muere", "El poder de las tinieblas", "Perfil asesino" y "El camino blanco" constituyen una unidad con un fascinante debut, dos meritorios episodios y un colofón colosal, que requiere del conocimiento de los antecedentes.
Completada esta tarea, John Connolly se enfrentó a una disyuntiva, y dudó. Primero se dejó llevar por las fantasías espectrales más oscuras, en "El ángel negro". Luego dio marcha atrás. Recuperó el equilibrio en "Los atormentados", y demostró con "Los hombres de la guadaña", historia protagonizada por los secundarios de lujo y en la que Charlie Parker tiene un papel residual, que era capaz de escribir un gran libro prescindiendo de lo irreal o espiritual.
Es con una lectura ordenada como, en definitiva, se obtiene la información capital sin la cual un lector novel de "Voces que susurran" es imposible que quede satisfecho, que obtenga respuesta a cuestiones fundamentales que John Connolly da por sobrentendidas o ya explicadas. Y peor será para uno que lo primero que lea sea "Los amantes" el cual, sin haberse empapado de la atmósfera y carente de contexto, concluirá que es inconsistente, si no ridícula.
Pero la lectura sistemática de la saga de Charlie Parker también delata que "Los amantes" es rutinaria y decepcionante. Una obra de transición, con la que John Connolly, atorado e indeciso, aprovecha para atar cabos que habían quedado sueltos, justificar alguna circunstancia secundaria, o solucionar la cuestión de la recuperación de su licencia de detective. Ni siquiera el desenlace es la coreografía precisa que los fieles esperamos, sino una versión capada en su mayor parte y resuelta con apatía.
Con "Voces que susurran" parece que definitivamente John Connolly se ha decidido por seguir la vía infernal y fabulosa, pero sin ahondar ni profundizar, más preocupado por contar una buena historia que por buscar la tensión o provocar emociones. Mucho más trabajada que la anterior y más comprometida que las demás, manteniendo las virtudes del conjunto, el problema de "Voces que susurran" está en que no tiene nada de original o sorprendente. Todo se ha leído ya anteriormente. Tanto los personajes como las localizaciones, las situaciones, los ambientes o los diálogos, son combinados afanosamente en una nueva fórmula para conformar infructuosamente una historia diferente, pero que suena igual.
Esto puede ser entendido de dos formas. Una que, lamentablemente, por unas razones u otras, John Connolly muestre unos tenues, pero preocupantes síntomas de agotamiento. Otra que sus seguidores estemos malacostumbrados y ya no nos resignemos con más de mismo, por mucho que sea igual de bueno que lo anterior.
Así que este verano, como iba un poco retrasado, ha habido que apretar. A Salinas me llevé "Los amantes", y a Conil "Voces que susurran".
John Connolly es lo más novedoso y, junto con el más clásico Philip Kerr, lo más sólido y apetecible que pueden leer los aficionados al género negro. Sus obras combinan el respeto, la obediencia, la comunión con la ortodoxia y la osadía de aventurarse por la senda mefistofélica abierta por "El ángel caído", de William Hjortsberg, a quien rinde homenaje con el nombre de uno de los principales secundarios de la saga.
El resultado es verosímil, no grotesco como le ocurre a Fred Vargas. Las diferencias están en que John Connolly integra los elementos irreales con naturalidad, que éstos siempre están supeditados a la historia, nunca al contrario, y que por supuesto no son atajos ni argucias para salir de embrollos argumentales.
En sus relatos hay víctimas, pero no hay héroes, lo más protectores o vengadores. Hay abogados, policías, camareros, traficantes, contrabandistas, alguna prostituta y el consiguiente chulo. Todos ellos, tipos duros y mujeres que no se achantan así como así, protagonizan diálogos ácidos y afilados. Hay matones, psicópatas, asesinos por encargo, en serie, o de niños. Y también hay otra categoría de seres. Unos apenas son percibidos como sombras o apariciones. Otros con más éxito logran alcanzar o volver a este mundo, ocupando o infectando algún cuerpo.
Su personal y original estilo también se aparta de, o aporta algo a, la lealtad al género. Independientemente de su relevancia, John Connolly se molesta en describir detalladamente cualquier personaje, en contarnos su historia, pese a que ésta no vaya a ir más allá de un par de páginas, y aunque la presentación ocupe más espacio que su presencia en la narración. Y lo mismo ocurre con los escenarios. Cada pueblo, local o paisaje reclama y merece su esfuerzo. John Connolly les hace el trabajo sucio a esos autores que van directos al grano. Sus retratos e imágenes se quedan en la memoria y son útiles para rellenar los huecos que dejan los otros.
Por otro lado, mientras la mayoría de los compañeros de John Connolly no plantean dilemas éticos, o éstos son sutiles y accesorios, o presumen de criaturas amorales, Charlie Parker está inmerso en disputas entre el bien y el mal en diferentes vertientes. Conceptos tales como la culpa, el pecado, redención, condena, remordimiento, venganza, incluso cielo e infierno, o ángeles y demonios tienen una presencia muy relevante en la saga, que por momentos orilla peligrosamente el maniqueísmo.
Aunque sus novelas soportan una lectura independiente, ni "Voces que susurran", ni menos aún "Los amantes" son las mejores elecciones para iniciarse en la obra de este autor. Lo recomendable, lo más respetuoso con el compromiso y el empeño de John Connolly, es leerlas por orden de publicación. Es así como se asiste al nacimiento de un mito y a la construcción del universo que lo rodea, como se garantiza su plena comprensión y la admisión de las venias.
Este consejo se convierte en advertencia para el caso de las primeras cuatro novelas. "Todo lo que muere", "El poder de las tinieblas", "Perfil asesino" y "El camino blanco" constituyen una unidad con un fascinante debut, dos meritorios episodios y un colofón colosal, que requiere del conocimiento de los antecedentes.
Completada esta tarea, John Connolly se enfrentó a una disyuntiva, y dudó. Primero se dejó llevar por las fantasías espectrales más oscuras, en "El ángel negro". Luego dio marcha atrás. Recuperó el equilibrio en "Los atormentados", y demostró con "Los hombres de la guadaña", historia protagonizada por los secundarios de lujo y en la que Charlie Parker tiene un papel residual, que era capaz de escribir un gran libro prescindiendo de lo irreal o espiritual.
Es con una lectura ordenada como, en definitiva, se obtiene la información capital sin la cual un lector novel de "Voces que susurran" es imposible que quede satisfecho, que obtenga respuesta a cuestiones fundamentales que John Connolly da por sobrentendidas o ya explicadas. Y peor será para uno que lo primero que lea sea "Los amantes" el cual, sin haberse empapado de la atmósfera y carente de contexto, concluirá que es inconsistente, si no ridícula.
Pero la lectura sistemática de la saga de Charlie Parker también delata que "Los amantes" es rutinaria y decepcionante. Una obra de transición, con la que John Connolly, atorado e indeciso, aprovecha para atar cabos que habían quedado sueltos, justificar alguna circunstancia secundaria, o solucionar la cuestión de la recuperación de su licencia de detective. Ni siquiera el desenlace es la coreografía precisa que los fieles esperamos, sino una versión capada en su mayor parte y resuelta con apatía.
Con "Voces que susurran" parece que definitivamente John Connolly se ha decidido por seguir la vía infernal y fabulosa, pero sin ahondar ni profundizar, más preocupado por contar una buena historia que por buscar la tensión o provocar emociones. Mucho más trabajada que la anterior y más comprometida que las demás, manteniendo las virtudes del conjunto, el problema de "Voces que susurran" está en que no tiene nada de original o sorprendente. Todo se ha leído ya anteriormente. Tanto los personajes como las localizaciones, las situaciones, los ambientes o los diálogos, son combinados afanosamente en una nueva fórmula para conformar infructuosamente una historia diferente, pero que suena igual.
Esto puede ser entendido de dos formas. Una que, lamentablemente, por unas razones u otras, John Connolly muestre unos tenues, pero preocupantes síntomas de agotamiento. Otra que sus seguidores estemos malacostumbrados y ya no nos resignemos con más de mismo, por mucho que sea igual de bueno que lo anterior.
Más información sobre John Connolly, "Los amantes" y "Voces que susurran"