Ante el primer volumen publicado por una pequeña y nueva editorial, Jekill & Jill Editores, la querencia es ser benévolo y condescendiente. Y esa era por supuesto mi intención, más si son mañicos. No ha sido necesario.
"Un día me esperaba a mí mismo" es un gran libro. Sólido, profundo, elaborado, muy original en su planteamiento y doblemente eficaz, tanto por su estructura, planteada como una compilación documentada de recuerdos y testimonios, como por su contenido.
Un libro refinado, por fuera y, fundamentalmente, por dentro; que habla de amor y de poesía, del amor por la poesía, mas también de muchas otras cosas, de la amistad, de las ganas de vivir, de la guerra, del arrojo, de la resignación y del fin de una época, de la pérdida de la inocencia que para la humanidad supuso la Gran Guerra.
Miguel Ángel Ortiz Albero pone en boca de Guillaume Apollinaire sus propios versos, creando una figura mítica con un habla hermoso y épico. Y con esta naturalidad conviven prosa y una poesía comprensible al estar integrada en el contexto, con lo que resulta una forma provechosa de acercarse e interesarse por el personaje real y su obra.
Una poesía amplia que abarca diversos temas, según las necesidades, agrupados en dos fundamentales, el amor y la guerra, y que evoluciona. "Ese ritmo, que marcaban antes las calles y los barrios de París, sus casas y sus sótanos, era ahora el ritmo de las detonaciones, las esquirlas y el zumbido de las balas, el de las ramas tronchadas y el silencio de los ramales". (página 74-75)
Los poemas amorosos, en algunos casos explícitamente sexuales, son el instrumento para mantener la cordura o la demostración de que definitivamente se ha enloquecido de deseo, el mecanismo para evadirse o para anclarse a la realidad y recordar porqué se está luchando. Los poemas de guerra comprenden materias como el compañerismo, la valentía, el heroísmo o el horizonte, como esperanza o como destino final.
Y todo en un marco narrativo sobrio e impecable, que describe la candidez de la sociedad previa a la contienda, los inhumanos campos de batalla, un mundo donde las brújulas no indican el norte y los mapas señalan lugares que ya no existen, y la enumeración de los elementos sociales intervinientes, incluso los que alientan, manejan y se benefician, los que tienen tratos con cualquiera sin casarse con nadie y que no eluden los sacrificios pero se avergüenzan de las consecuencias. La prosa además demuestra que el amor desaparece por causas físicas, que el desamor puede ser diagnosticado como secuela.
Es cierto que este texto tiene difícil de ubicación en las líneas editoriales de las grandes editoriales, también de las pequeñas, que sólo encuentra acogida en una valiente minúscula aventura. Y lamentable e injusto es que, por esto, pese a tener una calidad superior a la inmensa mayoría de lo que se publica está condenado a pasar desapercibido.
Por último, por ser puntilloso, señalar una ridícula incongruencia. Al comienzo del párrafo 145 (pág 106) se indica que la herida se produjo el 17 de marzo mientras leía el último ejemplar del Mercure de France, que como se dice en el párrafo 147 (pág 108), es de fecha 16 de marzo. Eso no concuerda con lo señalado en el párrafo 160 (pág 116), cuando el narrador recuerda al poeta con ese ejemplar "un par de días antes del estallido y de la herida" en la mano y cómo se lo leyó.
Una poesía amplia que abarca diversos temas, según las necesidades, agrupados en dos fundamentales, el amor y la guerra, y que evoluciona. "Ese ritmo, que marcaban antes las calles y los barrios de París, sus casas y sus sótanos, era ahora el ritmo de las detonaciones, las esquirlas y el zumbido de las balas, el de las ramas tronchadas y el silencio de los ramales". (página 74-75)
Los poemas amorosos, en algunos casos explícitamente sexuales, son el instrumento para mantener la cordura o la demostración de que definitivamente se ha enloquecido de deseo, el mecanismo para evadirse o para anclarse a la realidad y recordar porqué se está luchando. Los poemas de guerra comprenden materias como el compañerismo, la valentía, el heroísmo o el horizonte, como esperanza o como destino final.
Y todo en un marco narrativo sobrio e impecable, que describe la candidez de la sociedad previa a la contienda, los inhumanos campos de batalla, un mundo donde las brújulas no indican el norte y los mapas señalan lugares que ya no existen, y la enumeración de los elementos sociales intervinientes, incluso los que alientan, manejan y se benefician, los que tienen tratos con cualquiera sin casarse con nadie y que no eluden los sacrificios pero se avergüenzan de las consecuencias. La prosa además demuestra que el amor desaparece por causas físicas, que el desamor puede ser diagnosticado como secuela.
Es cierto que este texto tiene difícil de ubicación en las líneas editoriales de las grandes editoriales, también de las pequeñas, que sólo encuentra acogida en una valiente minúscula aventura. Y lamentable e injusto es que, por esto, pese a tener una calidad superior a la inmensa mayoría de lo que se publica está condenado a pasar desapercibido.
Por último, por ser puntilloso, señalar una ridícula incongruencia. Al comienzo del párrafo 145 (pág 106) se indica que la herida se produjo el 17 de marzo mientras leía el último ejemplar del Mercure de France, que como se dice en el párrafo 147 (pág 108), es de fecha 16 de marzo. Eso no concuerda con lo señalado en el párrafo 160 (pág 116), cuando el narrador recuerda al poeta con ese ejemplar "un par de días antes del estallido y de la herida" en la mano y cómo se lo leyó.
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