Puede que ésta sea la última reseña. A partir de ahora mi vida estará en peligro.
En cualquier momento puede que sufra un accidente, que ingiera un alimento en tan mal estado que resulte letal, que contraiga una extraña enfermedad incurable o, sencillamente, que desaparezca.
Soy consciente de mi traición. El ostracismo sería una condena benévola.
Incluso después de esta deslealtad, me sigo considerando miembro de un ateneo clandestino, cuyas veladas siempre concluyen con una solemne ceremonia de invocación a Aleister Crowley.
Sus miembros estamos convencidos de la veracidad de las conjuras, de la existencia de poderes ocultos, organizaciones secretas, realidades paralelas, explicaciones alternativas, fuerzas inconcebibles. Algunos son denodados buscadores de tesoros perdidos, otros son poseedores de pruebas incontestables de contactos con formas de vida extraterrestres, o de reliquias prodigiosas.
Somos los que mantenemos la audiencia de "Cuarto Milenio". Y los que alzamos a Dan Brown. Indiana Jones y Benjamin Franklin Gates son algunos de nuestros iconos. Doc Savage , Charlie Chan, La Sombra, Fantomas y Fu Manchú forman parte fundamental del santoral.
Por lo tanto, Kenneth Robeson, Earl Derr Biggers, Maxwell Grant, Marcel Allain y Pierre Souvestrre, o Sax Rohmer serían los apóstoles.
Pero, sin duda, nuestro mesías, el Sumo Gran Sacerdote, el Pontífice del Pulp, es Harry Stephen Keeler.
La repulsa y la incomprensión generalizadas incrementan el valor de la discreción. Se nos puede encontrar en rastros, rastrillos, mercados, mercadillos, ferias, baratillos, desembalajes, subastas, liquidaciones, anticuarios, almonedas o librerías de usados, buscando ejemplares despreciados de sus evangelios. Por un euro compré, lo cual no es fácil, un jueves de este pasado julio, en la calle Feria de Sevilla, "El cuarto rey", el decimosexto de mi colección particular. Ya sólo me queda una treintena para alcanzar el paraíso.
Nos reconocemos por la avidez en el rastreo, el vestir descuidado, el desaliño, el pelo grasiento, a quien le quede, la palidez mórbida, los ojos vidriosos, la mirada suspicaz, las manos trémulas y los sobresaltos infundados.
Asumo el riesgo que supone la reivindicación de una raza de escritores que, aún lastrados por la premura, estigmatizados por la banalidad y venalidad, no ven reconocidos los méritos.
Acepto las consecuencias que acarre la defensa de una literatura llena de defectos, tramposa, sin ritmo, maniquea, manierista, elaborada a base de tópicos y exageraciones, a la cual no se le considera también estimulante, amena, divulgativa, especulativa, provocadora, evocadora... Ni se le reconoce que el paso del tiempo le ha añadido una pátina romántica y nostálgica enriquecedora.
Proclamo a Harry Stephen Keeler como la mayor de las figuras de este género. El más radical, desmesurado, imaginativo, ambicioso y heterogéneo.
Agradezco a la Editorial Reus, ahora con una dedicación circunspecta, el respeto y el cuidado con el que en su día editó sus títulos, lo cual les añade valor. No reclamo la reedición de las novelas. Prefiero los desafíos.
Simplemente me revelo ante el olvido, y denuncio el injusto trato que recibe Harry Stephen Keeler, únicamente porque no centró su talento en crear un personaje capital que acabara fagocitándolo.
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