Pues yo sí que tengo miedo. De que una novela tan interesante como ésta pueda pasar, de nuevo, desapercibida.
Niccolò Ammaniti será lo que sea en Italia. Incluso, a lo mejor, en Europa.
Aquí, sencillamente es un autor, publicado en su día por Mondadori sin gran repercusión, en el que ahora se ha fijado Editorial Anagrama, o en el que le han dicho sus nuevos amici que se fije, y del cual va a editar, mejor dicho ya está en ello, sus dos últimas obras además de recuperar otras dos anteriores, es de suponer que las más celebradas.
Aquí, sencillamente es un autor, publicado en su día por Mondadori sin gran repercusión, en el que ahora se ha fijado Editorial Anagrama, o en el que le han dicho sus nuevos amici que se fije, y del cual va a editar, mejor dicho ya está en ello, sus dos últimas obras además de recuperar otras dos anteriores, es de suponer que las más celebradas.
Una de éstas es "No tengo miedo", y no creo que ni el Premio Viareggio que lo subtitula, el cual, seamos sinceros, suena bien pero no nos dice gran cosa, ni la portada, con lo que tiene toda la pinta de ser el fotograma de una película que no sé si se ha estrenado en España, sean atractivos suficientes para derrapar ante el escaparate de una librería.
Y sería una pena. "No tengo miedo" es un singular ejemplo de lobo feroz con piel de ameno cordero. Pero dicho cuero, agradable al tacto, tampoco levanta las pasiones necesarias para encender la mecha de un boca a boca, como quedó demostrado hace diez años.
Lo que arranca como un cándido y manido ejemplo de costumbrismo rural, un humilde émulo ítalo de Miguel Delibes que no iguala ni su maestría ni su sensibilidad, carente de la arqueológica riqueza de vocabulario, pero digno, humilde, sobrio, y respetado por una traducción austera e impecable por parte de Juan Manuel Salmerón, pronto evoluciona artero, sin descubrirse completamente, hacia una cruel novela de iniciación, de traumática y drástica pérdida de la inocencia.
Aparentemente, "No tengo miedo" es un eficaz cuento contemporáneo, nítido y sin complicaciones, que acepta y reinterpreta las reglas tradicionales del género, e integra actualizados todos los elementos característicos. Los personajes son representaciones de un abanico de caracteres reconocibles, humanos, ambiguos y complejos, reales. Los comportamientos queda demostrado que acarrean consecuencias. Hay una perceptible intención docente y, por supuesto, tras una dosificación de la información y un dominio de los tiempos, se cierra con una moraleja imprescindible.
Pero, como en todos los buenos cuentos, en los clásicos, hay mucho más. Y pistas para encontrarlo.
Contar la historia desde el punto de vista de un ingenuo y bienintencionado muchacho de nueve años es el recurso del que se sirve Niccolò Ammaniti para utilizar su perplejidad como justificación congruente de los cabos que quedan sin atar. Y todas esas cuestiones sin respuesta expresa son la demostración, no de la posibilidad, sino de la necesidad, de la obligación de inquirir en el texto, ahondando para desentrañar la inspirada denuncia de derrumbe moral y de ruina social que contiene, amoldada al ámbito local mas perfectamente extrapolable.
Lo dicho, muy recomendable la lectura de este relato perturbador, incisivo y pedagógico que procura una lectura sencilla, muy grata a la vez que reflexiva. Ejemplo de excepción que confirma la regla: Una segunda oportunidad que, en mi caso particular, sí ha resultado buena.
Lo que arranca como un cándido y manido ejemplo de costumbrismo rural, un humilde émulo ítalo de Miguel Delibes que no iguala ni su maestría ni su sensibilidad, carente de la arqueológica riqueza de vocabulario, pero digno, humilde, sobrio, y respetado por una traducción austera e impecable por parte de Juan Manuel Salmerón, pronto evoluciona artero, sin descubrirse completamente, hacia una cruel novela de iniciación, de traumática y drástica pérdida de la inocencia.
Aparentemente, "No tengo miedo" es un eficaz cuento contemporáneo, nítido y sin complicaciones, que acepta y reinterpreta las reglas tradicionales del género, e integra actualizados todos los elementos característicos. Los personajes son representaciones de un abanico de caracteres reconocibles, humanos, ambiguos y complejos, reales. Los comportamientos queda demostrado que acarrean consecuencias. Hay una perceptible intención docente y, por supuesto, tras una dosificación de la información y un dominio de los tiempos, se cierra con una moraleja imprescindible.
Pero, como en todos los buenos cuentos, en los clásicos, hay mucho más. Y pistas para encontrarlo.
Contar la historia desde el punto de vista de un ingenuo y bienintencionado muchacho de nueve años es el recurso del que se sirve Niccolò Ammaniti para utilizar su perplejidad como justificación congruente de los cabos que quedan sin atar. Y todas esas cuestiones sin respuesta expresa son la demostración, no de la posibilidad, sino de la necesidad, de la obligación de inquirir en el texto, ahondando para desentrañar la inspirada denuncia de derrumbe moral y de ruina social que contiene, amoldada al ámbito local mas perfectamente extrapolable.
Lo dicho, muy recomendable la lectura de este relato perturbador, incisivo y pedagógico que procura una lectura sencilla, muy grata a la vez que reflexiva. Ejemplo de excepción que confirma la regla: Una segunda oportunidad que, en mi caso particular, sí ha resultado buena.
Más información sobre Niccolò Ammaniti y "No tengo miedo".
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