Ya se ha hablado, respecto a Elmore Leonard, de un discípulo, Charlie Huston, ahora toca considerar a uno de sus maestros, George V. Higgins.
Hemos visto sobre quién ha influido, observemos quién ha sido su influencia. Sabemos cuáles son las reglas que, en su opinión, debe cumplir toda novela negra, averigüemos de dónde las ha sacado.
Hemos visto sobre quién ha influido, observemos quién ha sido su influencia. Sabemos cuáles son las reglas que, en su opinión, debe cumplir toda novela negra, averigüemos de dónde las ha sacado.
Cualquier cosa que hayan oído o leído sobre "Los amigos de Eddie Coyle", unánimemente favorable y partidaria, es cierta. Y aquí no vamos a ser menos entusiastas.
Es una novela fundamental, paradigmática. Una referencia obligatoria, la palmaria demostración de que es posible una determinada actitud estética, y que dicha concepción puede ser o no compartida, pero necesariamente debe ser revelada, reconocida y respetada como opción.
"Los amigos de Eddie Coyle" es un elixir para sibaritas del género, un concentrado de novela negra, el resultado de una triple destilación que, tras más de cuarenta años en barrica de roble americano, mantiene pleno su sabor.
Ejemplo de pureza y sencillez, estructurada a base de conversaciones, es un guión en el que únicamente las secuencias del atraco y medio se desarrollan como planos secuencia que marcan el contrapunto, aliviando y refrescando la rigidez del andamiaje. Y es que el resto constituye una obra de teatro, una sucesión de escenas, introducidas por una elemental descripción de los decorados, previas a unos ingeniosos diálogos cruzados en los que unos hablan de otros y proporcionan la información que el lector ha de ir encajando.
Unos diálogos hiperrealistas en cuya difícil traducción Montserrat Gurgí y/o Hernán Sabaté se han visto, en momentos concretos, apurados. "A estas pistolas no pueden seguir el rastro" (página 6), equivocada. "Vinacho" (página 35), porteña y cacofónica. "Una escopeta de dos cañones que medía poco más de un palmo" (página 75), dudosa, muy dudosa.
George V. Higgins no tiene ninguna pretensión ética o didáctica alguna, salvo mostrar sin maniqueísmo una sociedad despiadada en la que la convivencia es un pulso continuo, una agotadora demostración de poderío disuasorio que permita sobrevivir. Un mundo desdibujado más allá de los escenarios, lo cual salvaguarda su vigencia y admite su traslación.
Los personajes son tipos duros, auténticas rocas unos, otros apenas de cartón piedra, amorales, algunos manifiestamente mezquinos, escuetos en sus gestos dentro de esta jungla en la cual la información es valiosa, preocupados por ocultarse, por protegerse mediante la delación y desgaste de los demás.
Pero todos, federales, policías, camareros, traficantes, ladrones, asesinos, mafiosos, soplones, hasta la piba, tan brava y más astuta que muchos, son sorprendentemente ocurrentes. Hablan igual, lo cual los condena a un perfil demasiado semejante, dado que sus palabras son el primordial testimonio de su carácter. Éste es un mal extendido, a la vez que uno de los encantos anhelados de esta casta de novelas.
Leídos alumno y maestro, sólo queda hablar algún día del eje entorno al cual gira este discurso. A ver si este verano hay un momento libre para Elmore Leonard. Encima de la mesa está esperando "Fulgor de muerte", en la edición de la mítica colección "Crimen & Cía", de Versal.
Es una novela fundamental, paradigmática. Una referencia obligatoria, la palmaria demostración de que es posible una determinada actitud estética, y que dicha concepción puede ser o no compartida, pero necesariamente debe ser revelada, reconocida y respetada como opción.
"Los amigos de Eddie Coyle" es un elixir para sibaritas del género, un concentrado de novela negra, el resultado de una triple destilación que, tras más de cuarenta años en barrica de roble americano, mantiene pleno su sabor.
Ejemplo de pureza y sencillez, estructurada a base de conversaciones, es un guión en el que únicamente las secuencias del atraco y medio se desarrollan como planos secuencia que marcan el contrapunto, aliviando y refrescando la rigidez del andamiaje. Y es que el resto constituye una obra de teatro, una sucesión de escenas, introducidas por una elemental descripción de los decorados, previas a unos ingeniosos diálogos cruzados en los que unos hablan de otros y proporcionan la información que el lector ha de ir encajando.
Unos diálogos hiperrealistas en cuya difícil traducción Montserrat Gurgí y/o Hernán Sabaté se han visto, en momentos concretos, apurados. "A estas pistolas no pueden seguir el rastro" (página 6), equivocada. "Vinacho" (página 35), porteña y cacofónica. "Una escopeta de dos cañones que medía poco más de un palmo" (página 75), dudosa, muy dudosa.
George V. Higgins no tiene ninguna pretensión ética o didáctica alguna, salvo mostrar sin maniqueísmo una sociedad despiadada en la que la convivencia es un pulso continuo, una agotadora demostración de poderío disuasorio que permita sobrevivir. Un mundo desdibujado más allá de los escenarios, lo cual salvaguarda su vigencia y admite su traslación.
Los personajes son tipos duros, auténticas rocas unos, otros apenas de cartón piedra, amorales, algunos manifiestamente mezquinos, escuetos en sus gestos dentro de esta jungla en la cual la información es valiosa, preocupados por ocultarse, por protegerse mediante la delación y desgaste de los demás.
Pero todos, federales, policías, camareros, traficantes, ladrones, asesinos, mafiosos, soplones, hasta la piba, tan brava y más astuta que muchos, son sorprendentemente ocurrentes. Hablan igual, lo cual los condena a un perfil demasiado semejante, dado que sus palabras son el primordial testimonio de su carácter. Éste es un mal extendido, a la vez que uno de los encantos anhelados de esta casta de novelas.
Leídos alumno y maestro, sólo queda hablar algún día del eje entorno al cual gira este discurso. A ver si este verano hay un momento libre para Elmore Leonard. Encima de la mesa está esperando "Fulgor de muerte", en la edición de la mítica colección "Crimen & Cía", de Versal.
Más información sobre George V. Higgins y "Los amigos de Eddie Coyle".
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