Con "Absolución", el discretísimo Luis Landero confirma que él sigue a lo suyo. A escribir.
Mientras unos anteponen su figura e inabarcable personalidad a su obra, otros languidecen y deambulan, publicando libros menores que no están a la altura de la capacidad otrora demostrada.
También han existido siempre, pero ahora con más herramientas a su disposición, las alianzas de mediocres que, mediante la adulación mutua, medran y alcanzan una notoriedad inmerecida.
Al margen están los comprometidos y concienciados, los persistentes como Luis Landero. Respetuosos con su oficio y responsables de su talento, se limitan a escribir, a publicar y a que sean sus frutos los que hablen. Y den que hablar.
Puede que Luis Landero sea culpable. Sí, de haber desplegado todo su talento en una magna primera obra, y de, con ella, haber deslumbrado a más público del que en realidad podía tolerar sus formas, personalidad, pensamiento, propósito y trayectoria.
Pero al menos no ha asumido la pena. No se ha preocupado por mantener el auditorio al completo y complacido. Ese no era su problema.
Su obligación, como demuestra "Absolución", es ser consecuente con su peculiar estilo, exuberante tras una apariencia de accesibilidad, de campechanería, y cuyo secreto es ser sencillamente impecable. Ser fiel a sus preocupaciones, a sus obsesiones, ya sean las grandes cuestiones existenciales o transcendentales, los problemas y asuntos generales, o las situaciones, peripecias personales, trances concretos y recurrentes. Y mantener latente y constante una leve ironía que conjuga acritud, crudeza, y ternura.
A partir de ahí, el que se quiera quedar que se quede. Sean muchos o pocos, ya saben lo que van a encontrar en "Absolución".
Una historia que permite varias lecturas, e interpretaciones a distintos niveles, universal, social, generacional, ambiental, familiar o individual. Unos personajes memorables. Todos ellos cotidianos, reconocibles, cuidadosamente perfilados. Hasta el perro. Pero dotados de un rasgo paradigmático, peculiar, perturbador. Una cualidad desfigurante que convierte su destino en maldición, una tara que transforma su devenir en tragedia.
Cierto es que cuando se pretende alcanzar determinada altura la mayor parte del combustible se consume en el despegue. Es necesario ir bien pertrechado de temple y transigencia para enfrentarse a la insatisfacción, la impaciencia o el tedio diseccionados al comienzo.
Que el aterrizaje es un momento crítico. En este caso, Luis Landero parece haber tenido ciertos problemas para encontrar una pista en la que le dieran autorización para tomar tierra.
Y que siempre hay perturbaciones durante el vuelo. Pero allí arriba las vistas merecen la pena. Son reveladoras la mayoría, y por momentos, a mitad de viaje, realmente hermosas.
Puede que Luis Landero sea culpable. Sí, de haber desplegado todo su talento en una magna primera obra, y de, con ella, haber deslumbrado a más público del que en realidad podía tolerar sus formas, personalidad, pensamiento, propósito y trayectoria.
Pero al menos no ha asumido la pena. No se ha preocupado por mantener el auditorio al completo y complacido. Ese no era su problema.
Su obligación, como demuestra "Absolución", es ser consecuente con su peculiar estilo, exuberante tras una apariencia de accesibilidad, de campechanería, y cuyo secreto es ser sencillamente impecable. Ser fiel a sus preocupaciones, a sus obsesiones, ya sean las grandes cuestiones existenciales o transcendentales, los problemas y asuntos generales, o las situaciones, peripecias personales, trances concretos y recurrentes. Y mantener latente y constante una leve ironía que conjuga acritud, crudeza, y ternura.
A partir de ahí, el que se quiera quedar que se quede. Sean muchos o pocos, ya saben lo que van a encontrar en "Absolución".
Una historia que permite varias lecturas, e interpretaciones a distintos niveles, universal, social, generacional, ambiental, familiar o individual. Unos personajes memorables. Todos ellos cotidianos, reconocibles, cuidadosamente perfilados. Hasta el perro. Pero dotados de un rasgo paradigmático, peculiar, perturbador. Una cualidad desfigurante que convierte su destino en maldición, una tara que transforma su devenir en tragedia.
Cierto es que cuando se pretende alcanzar determinada altura la mayor parte del combustible se consume en el despegue. Es necesario ir bien pertrechado de temple y transigencia para enfrentarse a la insatisfacción, la impaciencia o el tedio diseccionados al comienzo.
Que el aterrizaje es un momento crítico. En este caso, Luis Landero parece haber tenido ciertos problemas para encontrar una pista en la que le dieran autorización para tomar tierra.
Y que siempre hay perturbaciones durante el vuelo. Pero allí arriba las vistas merecen la pena. Son reveladoras la mayoría, y por momentos, a mitad de viaje, realmente hermosas.
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