"El grupo editorial Norma anuncia el cierre de sus áreas de ficción y no ficción".
Traducido, adiós a La otra orilla, Parramón y Verticales de bolsillo. Si ya era posible encontrar sus ejemplares en librerías de saldos, prepárate para el alud. En otra ocasión, hace un par de años, aproveché para hacerme, a un precio ridículo, con algunos libros interesantes, la mayoría de la colección la orilla negra, como los fronterizos "La memoria de los muertos" y "Mexicali city blues" de Gabriel Trujillo Muñoz, "Avaricia" de Frank Norris, el ágil "Cien dólares, baby" de Robert B. Parker, o "Hollywood Station", "Campo de cebollas" y "Los nuevos centuriones" de Joseph Wambaugh, uno de los básicos del género, los dos últimos títulos editados por Verticales de bolsillo. Para hacer fondo de armario.
Lamentando el final de una editorial con gusto y preocupación por la presentación externa de su productos, aunque éstos soporten mal el uso y el manoseo, como homenaje cuasi póstumo me he atrevido con una obra apartada para cuando encontrara un hueco. O me sirvo de esta excusa o tendría que esperar a que Umberto Eco hiciera la versión pulida, porque quién tiene tiempo ahora para enfrentarse a más de mil trescientas páginas. >1300.
Pensándolo, es lo mismo cuatro novelas de trescientas y pico páginas que una de mil trescientas treinta y cinco. Hay que ser osado con estos mastodontes, más si son buenos. Si es malo siempre se puede devolver a la estantería y a otra cosa.
Si Charles Dickens, Robertson Davies y John Irving ejemplifican una lineal evolución de la narrativa más ortodoxa y formal, Anne-Marie Garat, al escribir "En manos del diablo", da dos pasos atrás, acertados y necesarios para recuperar una tipo de literatura sacrificada en nombre de la moderna brevedad, y que no se debe olvidar.
A veces, para construir una gran historia hay que explicar convenientemente el contexto, para crear unos personajes sólidos, da igual que sean protagonistas, secundarios o con una aparición puntual, es necesario tomarse su tiempo, y para plasmar sentimientos y pasiones no basta con adjetivarlas, hay que demostrarlas siendo reiterativo, como circulares y repetitivas son nuestras obsesiones.
Anne-Marie Garat es una nostálgica. Con "En manos del diablo" rinde homenaje al folletín, al cual reivindica respetuosamente y que es el marco más apropiado para lo que se quiere contar y para reflejar el momento en que transcurre. Es considerada con la tradición.
Las historias, tanto la principal como las accesorias, son las propias del género. Las de amor abarcan los primeros amores, los imposibles, los clandestinos, los no correspondidos, los abusos y, como lógico diezmo al presente y a la normalidad, los amores prohibidos. La aventura e intriga que constituye el tronco narrativo es real y nada exagerada, está perfectamente integrada en el entorno histórico, la necesaria parte de conjura y conspiración está justificada, e incluye elementos clásicos, como paisajes exóticos, enfermedades tropicales, espionaje o rivalidades políticas.
Los personajes, todos ellos trabajados, son, revisados y actualizados, los típicos de un folletín. No presentan, a pesar de la variedad, ninguna novedad; muertos añorados, tías maternales, padres desapegados, madres autoritarias, hijas sumisas, hijos calaveras, nobles diletantes, burgueses industriosos, amas de llaves leales, cocineras orgullosas, criadas enamoradizas, palafreneros silenciosos, institutrices hermosas, contables cuadriculados, médicos absortos, notarios rijosos, coroneles crueles, policías irónicos, anarquistas idealistas, políticos medrosos, periodistas audaces, artistas tolerantes y representantes amanerados.
Pero, si bien tiene aspecto de novela de principios del XX, es de comienzos del siglo XXI, y eso se nota. En la sintaxis que, por momentos sorprendente, achacada a la traducción, se demuestra luego sistemática. En los inesperados cambios de puntos de vista. En la cariñosa ironía con la que detalla los avances de la época, señalando la inocencia crepuscular de una sociedad. En el uso del pasado para enfrentarnos al presente, indicando desigualdades y carencias económicas, sociales y de género todavía no resueltas totalmente. En las situaciones novedosas a las que somete a los personajes, las reflexiones que surgen y el anacrónico interés por las sensaciones. Y en la distante perspectiva desde la que es observada y juzgada una época, la misma desde la que seremos, algún día, observados y juzgados nosotros.
Como colofón a su monumentalidad, un epílogo de ciento treinta páginas, que incluye, además de referencias a una posible continuación materializada en "Nacida de las tinieblas", cambios de registro, uno más moderno acorde con un salto temporal, y otro hacia la abstracción poética y el surrealismo, consecuencia de la guerra y homenaje a los movimientos artísticos de la época que huían así de la realidad.
Buscaré ansioso "Nacida de las tinieblas" entre los saldos. Sólo son mil treinta y dos páginas.
Pensándolo, es lo mismo cuatro novelas de trescientas y pico páginas que una de mil trescientas treinta y cinco. Hay que ser osado con estos mastodontes, más si son buenos. Si es malo siempre se puede devolver a la estantería y a otra cosa.
Si Charles Dickens, Robertson Davies y John Irving ejemplifican una lineal evolución de la narrativa más ortodoxa y formal, Anne-Marie Garat, al escribir "En manos del diablo", da dos pasos atrás, acertados y necesarios para recuperar una tipo de literatura sacrificada en nombre de la moderna brevedad, y que no se debe olvidar.
A veces, para construir una gran historia hay que explicar convenientemente el contexto, para crear unos personajes sólidos, da igual que sean protagonistas, secundarios o con una aparición puntual, es necesario tomarse su tiempo, y para plasmar sentimientos y pasiones no basta con adjetivarlas, hay que demostrarlas siendo reiterativo, como circulares y repetitivas son nuestras obsesiones.
Anne-Marie Garat es una nostálgica. Con "En manos del diablo" rinde homenaje al folletín, al cual reivindica respetuosamente y que es el marco más apropiado para lo que se quiere contar y para reflejar el momento en que transcurre. Es considerada con la tradición.
Las historias, tanto la principal como las accesorias, son las propias del género. Las de amor abarcan los primeros amores, los imposibles, los clandestinos, los no correspondidos, los abusos y, como lógico diezmo al presente y a la normalidad, los amores prohibidos. La aventura e intriga que constituye el tronco narrativo es real y nada exagerada, está perfectamente integrada en el entorno histórico, la necesaria parte de conjura y conspiración está justificada, e incluye elementos clásicos, como paisajes exóticos, enfermedades tropicales, espionaje o rivalidades políticas.
Los personajes, todos ellos trabajados, son, revisados y actualizados, los típicos de un folletín. No presentan, a pesar de la variedad, ninguna novedad; muertos añorados, tías maternales, padres desapegados, madres autoritarias, hijas sumisas, hijos calaveras, nobles diletantes, burgueses industriosos, amas de llaves leales, cocineras orgullosas, criadas enamoradizas, palafreneros silenciosos, institutrices hermosas, contables cuadriculados, médicos absortos, notarios rijosos, coroneles crueles, policías irónicos, anarquistas idealistas, políticos medrosos, periodistas audaces, artistas tolerantes y representantes amanerados.
Pero, si bien tiene aspecto de novela de principios del XX, es de comienzos del siglo XXI, y eso se nota. En la sintaxis que, por momentos sorprendente, achacada a la traducción, se demuestra luego sistemática. En los inesperados cambios de puntos de vista. En la cariñosa ironía con la que detalla los avances de la época, señalando la inocencia crepuscular de una sociedad. En el uso del pasado para enfrentarnos al presente, indicando desigualdades y carencias económicas, sociales y de género todavía no resueltas totalmente. En las situaciones novedosas a las que somete a los personajes, las reflexiones que surgen y el anacrónico interés por las sensaciones. Y en la distante perspectiva desde la que es observada y juzgada una época, la misma desde la que seremos, algún día, observados y juzgados nosotros.
Como colofón a su monumentalidad, un epílogo de ciento treinta páginas, que incluye, además de referencias a una posible continuación materializada en "Nacida de las tinieblas", cambios de registro, uno más moderno acorde con un salto temporal, y otro hacia la abstracción poética y el surrealismo, consecuencia de la guerra y homenaje a los movimientos artísticos de la época que huían así de la realidad.
Buscaré ansioso "Nacida de las tinieblas" entre los saldos. Sólo son mil treinta y dos páginas.
Sinopsis y más información sobre Anne-Marie Garat
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