"El hombre demolido", galardonado en 1953 con el Premio Hugo en su primera concesión, es el ejemplo perfecto de lo especialmente mal que envejecen las novelas de Ciencia Ficción.
La mayoría de estas obras a los pocos años devienen ridículas. En el mejor de los casos proporcionan un ameno entretenimiento a lectores nostálgicos. Únicamente los comprometidos y audaces desafíos por sublimar el género soportan con dignidad y grandeza el paso del tiempo.
Es imposible apostar convencido o seguro por ningún autor. Entre lo escrito por Frederik Pohl, no se debe colocar "Mercaderes del espacio", a pesar de la ayuda, en el mismo escalón que "Pórtico". Tampoco es el mismo Ray Bradbury el de "Fahrenheit 451" que el de "Crónicas marcianas". Y, siendo puntilloso, dentro de éstas ningún otro relato alcanza el lirismo, la belleza, la perfección del cuarto.
Incluso William Gibson algún día desfallecerá.
Potencialmente, "El hombre demolido" era una buena idea, pero el difunto Alfred Bester la desperdició al escribir de forma rutinaria, sin esfuerzo ni arrojo. Carente de mérito literario alguno, la historia se reduce a una sucesión inconexa y fragmentada de escenas que, en sus dos primeros tercios, constituyen una anodina novela policiaca. Un pulso pretendidamente heroico, que evita el calificativo de convencional por el interés que proporciona una raza cuyos poderes telepáticos debe sortear el criminal, o la originalidad de colocar a un ordenador como instructor al cual el cuerpo policial tiene que convencer. Una trama cuya cualquier otra posible virtud se diluye por culpa de la indolencia del autor.
El mayor inconveniente está, sin embargo, en el incumplimiento de la obligación que todo fruto de la Ciencia Ficción tiene. El deber de, con elegancia e ingenio, con innovación y ánimo constructivo, revisar la sociedad, reflexionar sobre el entorno, objetar los modelos vigentes o plantear cuestiones trascendentales.
Para cumplir con esa responsabilidad, Alfred Bester cree que bastaba con, una vez decidido aparentemente el caso, aflorar los elementos mitológicos o épicos que, sembrados estratégicamente, permanecían latentes. Y así, en el último tercio se produce una deriva presuntuosa protagonizada por el uso artificial e injustificado de traumas y complejos que concluye con un desenlace decepcionante que, cuando está a punto de resultar patético, muestra al menos una pizca de dignidad con un inteligente y conciso alegato contra la pena de muerte.
Tras este rotundo fracaso en sus pretensiones,"El hombre demolido" queda reducida, con benevolencia, a un mero vestigio de la inocencia, la picardía y el encanto de la época, un reflejo apenas distorsionado de sus miedos, obsesiones, fantasías o carencias. Un testimonio ligeramente irónico de la estética, la moda, la sexualidad o la organización social.
Ediciones Minotauro lo tiene muy difícil echando mano de los clásicos de la Ciencia Ficción. Y dirá lo que sea necesario para vender, cuando lo que debería hacer es una buena purga en su catálogo.
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