Son apenas cien páginas. Un día de playa, o una tarde tranquila y bien aprovechada.
Cien páginas merecedoras del XLII Premio Ciudad de Barbastro de novela corta.
Cien páginas que consolidan el prestigio de Salto de Página.
Cien páginas merecedoras del XLII Premio Ciudad de Barbastro de novela corta.
Cien páginas que consolidan el prestigio de Salto de Página.
"Últimos días en el Puesto del Este" es la demostración de que cien páginas son suficientes para plantear un universo sugerente. También lo es de que, en cien páginas, no es exigible que te lo den todo hecho.
Esta obra de Cristina Fallarás debería venderse en IKEA.
La mañica ofrece un producto tan ambicioso y estimulante como los brindados por volúmenes más gruesos, pero con un coste más económico, en tiempo y medios. Tan elegante e inspirado como el que más, pero, eso sí, para que cupiera, viene desmontado.
Si el paisaje apocalíptico, la impetuosa y desesperada historia de amor y muerte, de qué si no, y los arquetípicos personajes son el producto, el texto sería el escueto manual de instrucciones para su montaje que siempre se adjunta. Un reto icónico, desafiante y tentador.
El propuesto en "Últimos días en el Puesto del Este", es un panorama devastado y envilecido. Un territorio combativo, intrincado, plagado de algos, de aquís y allás, sugestivas imprecisiones o atractivas ambigüedades; de quiénes, dóndes y por qués, preguntas sin respuesta; de gestos a medias.
Entre todo ese caos, Cristina Fallarás disemina localizaciones espaciales precisas, puntos de referencia que indican el carácter universal de la tragedia, menciones temporales que, amenazadoras, ubican en un futuro inmediato, el cual será presente, o ya pasado, en las próximas ediciones. Una sociedad degenerada, primitiva, cruel, con distintos valores, reglas, necesidades, autoridades y religión.
El propuesto en "Últimos días en el Puesto del Este", es un panorama devastado y envilecido. Un territorio combativo, intrincado, plagado de algos, de aquís y allás, sugestivas imprecisiones o atractivas ambigüedades; de quiénes, dóndes y por qués, preguntas sin respuesta; de gestos a medias.
Entre todo ese caos, Cristina Fallarás disemina localizaciones espaciales precisas, puntos de referencia que indican el carácter universal de la tragedia, menciones temporales que, amenazadoras, ubican en un futuro inmediato, el cual será presente, o ya pasado, en las próximas ediciones. Una sociedad degenerada, primitiva, cruel, con distintos valores, reglas, necesidades, autoridades y religión.
La escasez de recursos y la necesidad de ahorro obligan a optimizar su uso. La opción más austera era la recuperación de prefabricados estereotipos de segunda mano, de asequible manejo y fácilmente reconocibles.
Cristina Fallarás, fotografiada por Mireya de Sagarra |
Con esos elementos, la pieza resultante es conceptual, refinada e inspiradora.
Por un lado, una historia de observación de mezquindades, advertencia de vicios, señalamiento de culpas, prevención de peligros. Un juicio objetivo, sereno y preciso.
En ese páramo moral, por otro lado, todavía subsiste el frenesí. Desbordado, irracional, espléndido, descarriado, como han de ser las pasiones. También desdeñado, estéril.
La exposición integra de un arrebato, que abarca lo espiritual, lo carnal, lo sensitivo, lo especulativo y que alcanza la mayor brillantez en la página 38 con una ingeniosa representación y definitiva argumentación, sobre cómo los enamorados construyen la figura mental del amado únicamente con los fragmentos propicios y favorecedores, quedando descartados los recuerdos dañinos, dañados, inicuos e, incluso, inocuos.
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