martes, 24 de septiembre de 2013

"Cada cual y lo extraño", de Felipe Benítez Reyes

Aunque "Cada cual y lo extraño" deje cierta sensación de ser una mera faena de aliño, de estar ante la rutinaria satisfacción de algún compromiso editorial, siempre es un placer y un honor leer a Felipe Benítez Reyes.

Por favor, responsables de Ediciones Destino, sigan presionando para que se nos brinden más oportunidades como ésta.

Pero como ésta. No más novelas, que ya ha acreditado que no es su distancia.

Sus intentos de desarrollar narraciones extensas, "El novio del mundo""El pensamiento de los monstruos" o, sobre todo, su Premio Nadal "Mercado de espejismos", han desembocado en acumulaciones de momentos excelentes, repletas de muestras de ingenio, que, como conjuntos, pecan de erráticos y desiguales.

La prosa de Felipe Benítez Reyes, supeditada a su cualidad de poeta, es certera en la indicación de los detalles relevantes, en la captación de gestos reveladores, en la advertencia de las minucias trascendentales. 

Minucioso paladín de los recuerdos delicados, analítico preservador de las sensaciones fugaces, y sagaz traductor de los códigos inconscientes, su literatura trabaja con materiales demasiado delicados, inadecuados para los grandes proyectos, y fabrica piezas valiosas, pero a un escala incompatible con construcciones que han resultado endebles e inestables.

En "Cada cual y lo extraño" uno va a encontrar, por un lado, al mismo Felipe Benítez Reyes ansiado, con su adjetivación pertinente e intencionada, atinado e insólito en la propuesta de metáforas, hilarante en el ducho manejo de la perífrasis.
   
Por otro lado, los años empiezan a pesar.

Estos doce relatos, uno por cada mes del año, un recorrido por las cuatro estaciones, una manida, aunque eficaz, analogía que permite el repaso de lo que es una existencia, muestran a un Felipe Benítez Reyes en el, definitivamente, Tahantos le ha ganado la batalla a Eros.

En los cuentos sobre la infancia y la adolescencia no hay nostalgia ni ternura. Pese a adoptar la forma de recuerdos redactados en primera persona, y de describir territorios que le son muy próximos, son expuestos con un frío distanciamiento y rezuman una amarga melancolía.

Y en los cuentos de madurez y senectud, el escepticismo y el desaliento contaminan la intrínseca ironía del autor, transformándola en, o incorporándole, un saludable cinismo existencial.

Sinopsis y más información sobre Felipe Benítez Reyes.

jueves, 12 de septiembre de 2013

"El cuarto rey", de Harry Stephen Keeler.



Puede que ésta sea la última reseña. A partir de ahora mi vida estará en peligro.

En cualquier momento puede que sufra un accidente, que ingiera un alimento en tan mal estado que resulte letal, que contraiga una extraña enfermedad incurable o, sencillamente, que desaparezca. 

Soy consciente de mi traición. El ostracismo sería una condena benévola.

Incluso después de esta deslealtad, me sigo considerando miembro de un ateneo clandestino, cuyas veladas siempre concluyen con una solemne ceremonia de invocación a Aleister Crowley.

Sus miembros estamos convencidos de la veracidad de las conjuras, de la existencia de poderes ocultos, organizaciones secretas, realidades paralelas, explicaciones alternativas, fuerzas inconcebibles. Algunos son denodados buscadores de tesoros perdidos, otros son poseedores de pruebas incontestables de contactos con formas de vida extraterrestres, o de reliquias prodigiosas.

Somos los que mantenemos la audiencia de "Cuarto Milenio". Y los que alzamos a Dan BrownIndiana Jones y Benjamin Franklin Gates son algunos de nuestros iconos. Doc Savage , Charlie ChanLa SombraFantomas y Fu Manchú forman parte fundamental del santoral.

Por lo tanto, Kenneth RobesonEarl Derr BiggersMaxwell GrantMarcel Allain y Pierre Souvestrre, o Sax Rohmer serían los apóstoles.

Pero, sin duda, nuestro mesías, el Sumo Gran Sacerdote, el Pontífice del Pulp, es Harry Stephen Keeler.

La repulsa y la incomprensión generalizadas incrementan el valor de la discreción. Se nos puede encontrar en rastros, rastrillos, mercados, mercadillos, ferias, baratillos, desembalajes, subastas, liquidaciones, anticuarios, almonedas o librerías de usados, buscando ejemplares despreciados de sus evangelios. Por un euro compré, lo cual no es fácil, un jueves de este pasado julio, en la calle Feria de Sevilla, "El cuarto rey", el decimosexto de mi colección particular. Ya sólo me queda una treintena para alcanzar el paraíso.

Nos reconocemos por la avidez en el rastreo, el vestir descuidado, el desaliño, el pelo grasiento, a quien le quede, la palidez mórbida, los ojos vidriosos, la mirada suspicaz, las manos trémulas y los sobresaltos infundados.

Asumo el riesgo que supone la reivindicación de una raza de escritores que, aún lastrados por la premura, estigmatizados por la banalidad y venalidad, no ven reconocidos los méritos.

Acepto las consecuencias que acarre la defensa de una literatura llena de defectos, tramposa, sin ritmo, maniquea, manierista, elaborada a base de tópicos y exageraciones, a la cual no se le considera también estimulante, amena, divulgativa, especulativa, provocadora, evocadora... Ni se le reconoce que el paso del tiempo le ha añadido una pátina romántica y nostálgica enriquecedora.

Proclamo a Harry Stephen Keeler como la mayor de las figuras de este género. El más radical, desmesurado, imaginativo, ambicioso y heterogéneo.
Agradezco a  la Editorial Reus, ahora con una dedicación circunspecta, el respeto y el cuidado con el que en su día editó sus títulos, lo cual les añade valor. No reclamo la reedición de las novelas. Prefiero los desafíos.
  
Simplemente me revelo ante el olvido, y denuncio el injusto trato que recibe Harry Stephen Keeler, únicamente porque no centró su talento en crear un personaje capital que acabara fagocitándolo.

Más información sobre Harry Stephen Keeler.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

"Arde Chicago", de Charlotte Carter.


Desequilibrada y confusa, escogida confiadamente para comenzar las vacaciones, "Arde Chicago" ha resultado una lectura decepcionante.

Todos los defectos de este primer caso de la detective aficionada Cassandra Lisle, podrían tener una explicación y un motivo.

Si la intención de Charlotte Carter era la de mostrar en la narración y la de transmitir al lector el amateurismo de su protagonista, hay que reconocerle la inteligencia y sutileza con la que ha diseñado una obra repleta de desproporciones y asimetrías.

Ni los personajes, sugestivos y creíbles, ni el entorno eficazmente reflejado, se merecen estar involucrados en una historia vulgar, elemental que con una precipitada resolución intenta disimular su inverosimilitud.

Queda la esperanza de que todo ese potencial no se malgaste, y sea aprovechado por la autora en las siguientes entregas. 

No hay simetría entre la lucidez expuesta en las reflexiones, la perspicacia mostrada en las descripciones, o la sensibilidad imprescindible para captar los ambientes, y la desidia revelada en la concepción de la trama.

No hay proporción entre la generosidad con la que se explaya en la disección y análisis de los sentimientos, las circunstancias, las relaciones o los antecedentes, y la frugalidad con la que son solventadas determinadas situaciones o aclarados los interrogantes.

"Arde Chicago" puede ser considerada muchas cosas, todas ellas buenas. Es una novela de iniciación, de pérdida de la inocencia. Es también una novela de humor.

Y, sobre todo, una novela social.

Un personaje provechoso, Cassandra Lisle, mujer, dependiente, negra, joven, no muy agraciada y sí harto inteligente, y un entorno hostil, el Chicago de los días posteriores al asesinato de Martin Luther King, al que es expuesto, conforman el cuadro perfecto para la denuncia de injusticias y discriminaciones de clase, género o raciales, así como la manifestación de cuitas y temores existenciales.

El pecado de Charlotte Carter está en que se olvidó de escribir una buena novela de misterio.

Aunque la novela negra es un género de protesta, altavoz de la disconformidad y el desarraigo, tiene sus peculiaridades procedimientos, códigos, instituciones propias, rasgos identificativos que, en "Arde Chicago" no han sido respetados. 

Aunque la novela negra es un género acogedor, amplio y transigente, sus atributos han sido despreciados por Charlotte Carter.

Más información sobre Charlotte Carter y "Arde Chicago".

lunes, 29 de julio de 2013

"Últimos días en el Puesto del Este", de Cristina Fallarás.

Son apenas cien páginas.  Un día de playa, o una tarde tranquila y bien aprovechada.

Cien páginas merecedoras del XLII Premio Ciudad de Barbastro de novela corta.

Cien páginas que consolidan el prestigio de Salto de Página.

"Últimos días en el Puesto del Este" es la demostración de que cien páginas son suficientes para plantear un universo sugerente. También lo es de que, en cien páginas, no es exigible que te lo den todo hecho.

Esta obra de Cristina Fallarás debería venderse en IKEA.

La mañica ofrece un producto tan ambicioso y estimulante como los brindados por volúmenes más gruesos, pero con un coste más económico, en tiempo y medios. Tan elegante e inspirado como el que más, pero, eso sí, para que cupiera, viene desmontado.

Si el paisaje apocalíptico, la impetuosa y desesperada historia de amor y muerte, de qué si no, y los arquetípicos personajes son el producto, el texto sería el escueto manual de instrucciones para su montaje que siempre se adjunta. Un reto icónico, desafiante y tentador.

El propuesto en "Últimos días en el Puesto del Este", es un panorama devastado y envilecido. Un territorio combativo, intrincado, plagado de algos, de aquís y allás, sugestivas imprecisiones o atractivas ambigüedades; de quiénes, dóndes y por qués, preguntas sin respuesta; de gestos a medias.

Entre todo ese caos, Cristina Fallarás disemina localizaciones espaciales precisas, puntos de referencia que indican el carácter universal de la tragedia, menciones temporales que, amenazadoras, ubican en un futuro inmediato, el cual será presente, o ya pasado, en las próximas ediciones. Una sociedad degenerada, primitiva, cruel, con distintos valores, reglas, necesidades, autoridades y religión.  

La escasez de recursos y la necesidad de ahorro obligan a optimizar su uso. La opción más austera era la recuperación de prefabricados estereotipos de segunda mano, de asequible manejo y fácilmente reconocibles.
Cristina Fallarás, fotografiada 
por Mireya de Sagarra

Con esos elementos, la pieza resultante es conceptual, refinada e inspiradora.

Por un lado, una historia de observación de mezquindades, advertencia de vicios, señalamiento de culpas, prevención de peligros. Un juicio objetivo, sereno y preciso.

En ese páramo moral, por otro lado, todavía subsiste el frenesí. Desbordado, irracional, espléndido, descarriado, como han de ser las pasiones. También desdeñado, estéril.

La exposición integra de un arrebato, que abarca lo espiritual, lo carnal, lo sensitivo, lo especulativo y que alcanza la mayor brillantez en la página 38 con una ingeniosa representación y definitiva argumentación, sobre cómo los enamorados construyen la figura mental del amado únicamente con los fragmentos propicios y favorecedores, quedando descartados los recuerdos dañinos, dañados, inicuos e, incluso, inocuos.