La obra de Jaime Bayly nunca me ha llamado la atención. He dejado pasar cada oportunidad de comprar un libro suyo de segunda mano que se ha presentado y nunca me he planteado comprarle nada nuevo.
Aunque publicara en editoriales prestigiosas, como Anagrama o Seix Barral, me parecía un simplemente un provocador. Menos mediático aquí y, probablemente, mejor escritor que su amigo Boris Izaguirre, pero ambos casos muy parecidos, productos fundamentalmente televisivos que son exportados a la literatura, y los cuales, cuando no son tomados en serio por ese mundo y son acusados de superficiales o vacuos, se quejan y se revindican.
Y algo de verdad hay cuando, por mala conciencia, cansancio o simplemente madurez, a la hora de reeditar cuatro de sus cinco primeras novelas al parecer ha revisado, cuando no directamente eliminado, las escenas y momentos eróticos, ofreciendo así unas versiones más convencionales. Con ello reconoce lo accesorio e innecesario de tales fragmentos, y quiera dejar a un lado polémicas evitables.
Si el argumento fundamental para leerlo era su popularidad y el supuesto escándalo que encierran las páginas de sus libros conmigo iba dado, porque difícilmente me ruborizo, su trabajo periodístico y televisivo me era prácticamente desconocido y tampoco me fío de los premios literarios, más o menos rigurosos y en menor o mayor medida publicitarios, con los que ha sido reconocido como ganador o finalista. Las críticas con respecto a él estaban divididas, con lo que pesaba más la frívola imagen que proyecta.
Pero Alfaguara, en 2010, editó "El cojo y el loco", y las críticas leídas esta vez fueron unánimemente favorables, algúnas incluso entusiastas. Esto, y la posibilidad de adquirirlo a buen precio por Internet en Libros Alcaná, fueron determinantes para darle una oportunidad y unirse a las opiniones favorables y casi a las entusiastas.
"El cojo y el loco" es un cuento, por supuesto únicamente para adultos, en el que los monstruos son los protagonistas y las hadas son corrompidas, humilladas y devoradas.
Un cuento que describe un mundo que, sometido a un decapado por el que los elementos sociales y culturales quedan reducidos a indispensables andamios que sostienen las estructuras básicas de convivencia, muestra, entre fluidos y olores corporales, el lado salvaje y primitivo de unos personajes bien trazados, definidos todos ellos por sus defectos y vilezas. Un mundo tan falso e irreal como cualquier otro mundo imaginado pero, a la vez, más verdadero por su pureza y sinceridad.
De la misma forma que se muestra un entorno amoral y violento, la novela carece de aspiraciones éticas. No pretende justificar los comportamientos, explicar las causas o relacionar las consecuencias. Uno nace siendo de una forma y el entorno te empeora, no siendo relevante el grado de responsabilidad de cada factor, ya sea genético o ambiental.
Y el entorno que rodea al loco y al cojo, cuyas vidas transcurren paralelas durante la primera mitad de la obra, es la alta burguesía de una capital sudamericana, puede que Lima y puede que cualquier otra. Aunque posteriormente, tras un accidentado cruce de destinos, el loco huirá de la ciudad para intentar ser feliz a su manera en lo más perdido y solitario del campo, es fundamentalmente esta aristocracia republicana la que queda en evidencia, concretamente instituciones como la familia, que controla y oculta a cualquier miembro distorsionador del que se avergüenza, o la iglesia, representada por curas inconsecuentes y, la mitad de ellos, "chupapingas", y por beatas, crédulas, místicas y mártires.
En esta ocasión no hay sitio para especulaciones sobre cuánto hay de autobiográfico en sus protagonistas, más le vale. Otra prueba de madurez. Esta vez son fruto de un trabajo más creativo, mezcla de recuerdos, deseos, fantasías y distorsión.
Utilizando un español con los giros, modismos y vocablos propios de aquellos lares, pero perfectamente comprensible, Jaime Bayly, sin perderse en matices y sutilezas, propone, como el cojo, ir a dar una vuelta en moto. El lector, cual inocente y excitada doncella con los pelos alborotados, se agarra a su cintura, nota la trabajada musculatura, y él dispara con una mano a todo lo que se mueva y con la otra acelera.
El resultado del paseo es una narración con un ritmo trepidante que no decae. Puede que el conductor derrape, pero nunca pierde el control, y al terminarla lo que deja es una memorable sensación de vértigo y mareo.