Cuando niño me cautivaban los trozos de pirita que mi compañero de pupitre traía a clase. Me maravillaban su pureza, su sencillez, su artificiosa naturalidad. La geometría, la pulida superficie de las caras, los vértices pulcros, los bordes tajantes, convertían esas misteriosas piedras en seductores y evocadores objetos lúdicos polifacéticos.
Esas pequeñas multicúbicas figuras metálicas tan pronto eran unos eficaces talismanes protectores, como poderosas armas letales que una civilización tecnológicamente superior nos había confiado. Unas veces eran las sagradas representaciones de una deidad a cuya clandestina advocación nos habíamos consagrado como sus apóstoles. Otras eran simples mascotas, mudos camaradas, tesoros envidiados, ventajosas herramientas, o los distintivos utilizados por los miembros de una hermandad secreta.
La lectura de "La verdad sobre Marie" me ha traído a la memoria ese recuerdo de la infancia. Como una roca de pirita, esta obra tiene una elemental perfección cautivadora, sugerente, poliédrica. Y, como dicho mineral, es fría. Majestuosa, hierática, orgullosa, sabedora de su belleza, se cree suficientemente dadivosa mostrándose hermosa, y habrá de ser el lector el que, con sus manos, le dé temperatura.
Jean-Philippe Toussaint secunda modestamente, con "La verdad sobre Marie", la propuesta formal de Jorge Luis Borges. De palabra le rinde expreso homenaje (páginas 73 y 115). De obra reivindica la literatura estética y elegante, el estilo preciso, conciso, severo. Las frases que construye Jean-Philippe Toussaint, y que la juiciosa traducción de Javier Albiñana, a pesar de los aprietos (entenebrecidas, en la página 72, o anfractuosidades, en la 106), respeta, son modélicas por su rigor, economía y concreción.
"La verdad sobre Marie" no es sólo un ejercicio de estilo, también es reflexión práctica sobre las pretensiones, los cotos, las metas, las cortapisas de la tarea del escritor.
... existía sin duda alguna una realidad objetiva de los hechos (...), pero (...) esa realidad me sería siempre ajena, podría tan sólo girar en torno a ella, abordarla bajo diferentes ángulos, rodearla y volver al asalto, pero me toparía siempre con ella, como si (...) fuese para mí por esencia inalcanzable, imposible de imaginar e irreductible al lenguaje. Por más que reconstruyera aquella noche desdoblándola en imágenes mentales que tuvieran la precisión del sueño, por más que la sepultara con palabras que poseyesen un diabólico poder de evocación, sabía que nunca captaría lo que había sido durante unos instantes la vida misma, (...) tal vez podría captar una verdad nueva que se inspiraría en lo que había sido la vida y la trascendería sin pruritos de verosimilitud o de veracidad, y tan sólo aspiraría a la quintaesencia de la realidad, a su sustancia sensible, una veracidad próxima a la invención o gemela a la mentira, la verdad ideal. (página 113)
Si Borges despreciaba la realidad objetiva, y la consideraba un mero un punto de apoyo a partir del cual crear un universo privado, con su propia geografía, historia, mitología, física, zoología o astrología, Jean-Philippe Toussaint tiene un planteamiento más humilde y cauto. Reconoce la imposibilidad del artista de abarcar la realidad, lo erróneo de intentar imitarla. Traza un cerco a su alrededor, la observa, la analiza, busca inspiración en ella y nos brinda una aromática sustancia aséptica, resultado de una cuidadosa destilación.
Borges era un intelectual, no un sentimental. Jean-Philippe Toussaint sí habla de pasiones y sentimientos, pero desde la distancia que él mismo ha establecido, y lo que ofrece, esa verdad ideal de la que habla, consiste en una gentil descripción externa de gestos, palabras y situaciones. Incluso los pensamientos reseñados, son timoratos, circundantes, y no abordan directamente deseos o afectos.
Esta es una opción legítima, sensata, y "La verdad sobre Marie" un refinado cascarón, al estilo (¿y a la altura?) de los relatos de Borges. Y como los de éste, que no era un sentimental sino un intelectual, es una obra de una extrema belleza, fría, distante, antinatural.
Borges era un intelectual, no un sentimental. Jean-Philippe Toussaint sí habla de pasiones y sentimientos, pero desde la distancia que él mismo ha establecido, y lo que ofrece, esa verdad ideal de la que habla, consiste en una gentil descripción externa de gestos, palabras y situaciones. Incluso los pensamientos reseñados, son timoratos, circundantes, y no abordan directamente deseos o afectos.
Esta es una opción legítima, sensata, y "La verdad sobre Marie" un refinado cascarón, al estilo (¿y a la altura?) de los relatos de Borges. Y como los de éste, que no era un sentimental sino un intelectual, es una obra de una extrema belleza, fría, distante, antinatural.
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