!Madre del Amor Hermoso! Qué bien me viene que en uno de los obituarios publicados en la prensa impresa con ocasión del lamentado fallecimiento de Tom Sharpe, concretamente en el de "La Razón", se diga de éste que no era cruel.
Aquí hay alguien, no me quedé con su nombre, que, víctima de los parecidos razonables, tal vez lo haya confundido con John Mortimer.
No se dejen engañar, ni por su apariencia bondadosa ni por la similitud física. Estos hijos de la Gran Bretaña, cuando se hacen mayores, acaban todos pareciéndose. ¿Dónde está la diferencia? En las dioptrías.
En realidad, el padre de Wilt fue tan clemente con sus criaturas, a las que en la mayoría de los casos abocaba a ineludibles catástrofes, o con los lectores, a los que procuraba matar de risa, como Jack el Destripador. Comparado con él, el que nos ocupa es como el más logrado y memorable de los personajes de "Un paraíso inalcanzable", un escéptico, perspicaz y afable médico rural.
Tom Sharpe fue un SEAL. Inmisericorde, devastaba sus objetivos, se ensañaba con sus víctimas y no contemplaba la posibilidad de dejar supervivientes ni de capturar rehenes. Un arma de destrucción masiva.
John Mortimer, en cambio, atenuó la innata acidez insular con dosificada y respetuosa delicadeza. Sus personajes son fundamentalmente objeto de sonrisas. Si acaso alguna esporádica carcajada, causada por esos brillantes diálogos cuya dudosa verosimilitud se ve superada por el gozo del lector y su anhelo de que sean posibles.
Siendo consciente de sus capacidades y recursos, demostró con éxito tener, con este relato familiar que le sirvió de excusa para reconocer a la sociedad de su tiempo, desde la posguerra hasta el Thatcherismo, examinar las carencias y méritos del carácter patrio y reflejar sus consecuencias, mayores ambiciones literarias que el gerundense adoptivo.
Más allá del anecdótico misterio, "Un paraíso inalcanzable" es una historia crepuscular de ambición y conformismo, fortaleza y debilidad, de astucia e ingenuidad, secretos y mentiras.
Con mucha humanidad, sin ferocidad, son expuestos tanto la decadencia como el advenimiento, descritos medradores e infortunados, y revisados los cambios radicales pero obligados, la renovación inevitable por necesaria, que garantizarán la continuidad de los pilares básicos que sostienen el sistema.
Gentil e indulgente, más incrédulo que cínico, John Mortimer sabía compensar la incisión terapéutica con un higiénico distanciamiento, la ironía con mucha tolerancia, y la trascendencia con algo de frivolidad.
"Un paraíso inalcanzable" es como si, a mediados de los ochenta, Hector Hugh Munro hubiera vuelto a la vida para escribir un "Il gattopardo" británico, veleidoso y modesto. Una lectura igual de exquisita.
John Mortimer, en cambio, atenuó la innata acidez insular con dosificada y respetuosa delicadeza. Sus personajes son fundamentalmente objeto de sonrisas. Si acaso alguna esporádica carcajada, causada por esos brillantes diálogos cuya dudosa verosimilitud se ve superada por el gozo del lector y su anhelo de que sean posibles.
Siendo consciente de sus capacidades y recursos, demostró con éxito tener, con este relato familiar que le sirvió de excusa para reconocer a la sociedad de su tiempo, desde la posguerra hasta el Thatcherismo, examinar las carencias y méritos del carácter patrio y reflejar sus consecuencias, mayores ambiciones literarias que el gerundense adoptivo.
Más allá del anecdótico misterio, "Un paraíso inalcanzable" es una historia crepuscular de ambición y conformismo, fortaleza y debilidad, de astucia e ingenuidad, secretos y mentiras.
Con mucha humanidad, sin ferocidad, son expuestos tanto la decadencia como el advenimiento, descritos medradores e infortunados, y revisados los cambios radicales pero obligados, la renovación inevitable por necesaria, que garantizarán la continuidad de los pilares básicos que sostienen el sistema.
Gentil e indulgente, más incrédulo que cínico, John Mortimer sabía compensar la incisión terapéutica con un higiénico distanciamiento, la ironía con mucha tolerancia, y la trascendencia con algo de frivolidad.
"Un paraíso inalcanzable" es como si, a mediados de los ochenta, Hector Hugh Munro hubiera vuelto a la vida para escribir un "Il gattopardo" británico, veleidoso y modesto. Una lectura igual de exquisita.
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