miércoles, 27 de junio de 2012

"Musashi" vs "Leyendas de los Otori"

El título de esta entrada podrá ser considerado por ortodoxos y académicos una aberración, sino directamente una estupidez. No sé qué pensarán si terminan de leerla.

Seguro que estoy metiéndome en camisa de once varas, en donde nadie me ha convocado, confundiendo géneros o planteando comparaciones absurdas.

No soy especialista en nada. Tampoco un apasionado por la épica oriental, de la que sí me seducen su concepción de la vida, la preocupación estética, el compromiso ético, la riqueza de escenarios, la suntuosidad de los vestuarios, o la belleza y el lirismo de los paisajes. Menos aún soy adicto a lo fantástico, y hace años que se me pasó el momento de las novelas para adolescentes.

Simplemente soy curioso. Leo de todo, y cuando es por entretenimiento, mejor que sea aprendiendo a la vez un poco de historia u otras costumbres.

"Musashi" es la recopilación actualizada de las aventuras, anécdotas reales o leyendas idealizadas, de un personaje histórico cuya popularidad lo transformó en legendario; reunión y revisión que Eiji Yoshikawa llevó a cabo en los años previos a la II Guerra Mundial, por tanto, en un contexto especialmente propicio a la exaltación del orgullo patrio y de los valores tradicionales.

Su publicación por entregas en el Asahi Shimbun, un relevante periódico japonés, condiciona esencialmente la organización de la obra, tanto formalmente, presentada en episodios, como argumentalmente, desarrollándose cual road movie. Un viaje a través de un Japón reducido a un tablero histórico en el que los personajes se mueven paralelos, perpendiculares o, lo que es más emocionante y trascendental, tangentes; en el que campan las sorprendentes coincidencias, el destino, los desencuentros y las maldiciones. Un territorio poco amable con el amor, dolorosa maldición para ellas, debilidad inasumible para ellos.

Más que parecerse a las novelas por entregas de Dumas padre, el respeto a la tradición y la necesidad de recoger los sucesos atribuidos a Miyamoto Musashi lo retrotraen y acercan a las obras medievales que surgieron entorno a las leyendas artúricas, "El caballero del León""Sir Gawain y el Caballero Verde" o "Perlesvaus o El Alto Libro del Graal", que tan rigurosa e impecablemente publicó en los noventa Ediciones Siruela y que reestilizadas mantiene en su catálogo. "Musashi" no es tan mística y simbólica como aquéllas, mas sí comparte la concepción de la vida como un camino, en el que surgen compañeros complementarios o se cruzan sucesivos contrincantes que suponen pruebas a superar para alcanzar el desarrollo personal y la comunión espiritual, a la vez que refleja el proceso de transformación, primero del alocado muchacho en hombre, después de éste en mito.

"Musashi" no es una obra medieval sino moderna, libre de la rigidez característica de aquellas sagas, refrescada permanentemente con humor, irreverencia e ironía, y que presenta unos personajes humanos, complejos, contradictorios e imperfectos, no arquetipos. Sorprende incluso, para estar hablando del primer tercio del siglo XX, la actualidad de algún discurso, argumento o razonamiento; principalmente los relativos al papel de la mujer en la sociedad y la familia, o su secular mala relación con las grandes religiones, algúnas de las cuales tenían opinión más favorable de los animales y les dispensaban mejor trato. Algunas no, todas, unas sencillamente se lo callaban.

Pero si se trata de entretener, no de ser riguroso con el pasado o considerado con el acervo, permítaseme la frivolidad de preferir y, por tanto recomendar "Leyendas de los Otori".

Primero porque esta trilogía en principio, ampliada después a tetralogía, y que, consecuencia del exito, ha acabado siendo una pentalogía, permite una lectura independiente, aunque sea recomendable su lectura ordenada según fueron publicadas, mientras que Quaterni Editorial, o Ediciones Martínez Roca anteriormente, se inventa una división artificial, exclusivamente por razones comerciales, irrespetuosa con el argumento y el lector.

Aunque carezcan de mordacidad y humor, los volúmenes de "Leyendas de los Otori" son mucho más ágiles y distraídos. Las aventuras y desventuras de Takeo y Kaede son enrevesadas, con mayor número de tramas subordinadas y unos personajes simples pero que abarcan todo el espectro de personalidades.

Pese a ser abiertamente fantástica y soberana, resulta más instructiva e informativa. El periodo de la historia del Japón, inmediatamente posterior a la extirpación del cristianismo y a la instauración del aislamiento de Occidente, que con todo tipo de licencias recrea sublimado pero reconocible, es cautivador.

Por último, los setenta años de diferencia se notan. "Musashi" profundiza en los aspectos filosóficos, religiosos y hasta en los éticos, pero "Leyendas de los Otori" es audaz y abierta en relación a comportamientos y actitudes. Si bien se anuncia como novela juvenil, la juventud no es una cuestión de años sino de espíritu.

Como si formaran parte de la colección Las Tres Edades, otra vez Ediciones Siruela, ambas van destinadas a lectores de ocho a ochenta y ocho años. A lo mejor para mis hijos de siete y diez años sea pronto, pero para mis padres seguro que son lecturas estimulantes.

sábado, 16 de junio de 2012

"Los amigos de Eddie Coyle", de George V. Higgins

Ya se ha hablado, respecto a Elmore Leonard, de un discípulo, Charlie Huston, ahora toca considerar a uno de sus maestros, George V. Higgins.

Hemos visto sobre quién ha influido, observemos quién ha sido su influencia. Sabemos cuáles son las reglas que, en su opinión, debe cumplir toda novela negra, averigüemos de dónde las ha sacado.

Cualquier cosa que hayan oído o leído sobre "Los amigos de Eddie Coyle", unánimemente favorable y partidaria, es cierta. Y aquí no vamos a ser menos entusiastas.

Es una novela fundamental, paradigmática. Una referencia obligatoria, la palmaria demostración de que es posible una determinada actitud estética, y que dicha concepción puede ser o no compartida, pero necesariamente debe ser revelada, reconocida y respetada como opción.

"Los amigos de Eddie Coyle" es un elixir para sibaritas del género, un concentrado de novela negra, el resultado de una triple destilación que, tras más de cuarenta años en barrica de roble americano, mantiene pleno su sabor.

Ejemplo de pureza y sencillez, estructurada a base de conversaciones, es un guión en el que únicamente las secuencias del atraco y medio se desarrollan como planos secuencia que marcan el contrapunto, aliviando y refrescando la rigidez del andamiaje. Y es que el resto constituye una obra de teatro, una sucesión de escenas, introducidas por una elemental descripción de los decorados, previas a unos ingeniosos diálogos cruzados en los que unos hablan de otros y proporcionan la información que el lector ha de ir encajando.

Unos diálogos hiperrealistas en cuya difícil traducción Montserrat Gurgí y/o Hernán Sabaté se han visto, en momentos concretos, apurados. "A estas pistolas no pueden seguir el rastro" (página 6), equivocada. "Vinacho" (página 35), porteña y cacofónica. "Una escopeta de dos cañones que medía poco más de un palmo" (página 75), dudosa, muy dudosa.

George V. Higgins no tiene ninguna pretensión ética o didáctica alguna, salvo mostrar sin maniqueísmo una sociedad despiadada en la que la convivencia es un pulso continuo, una agotadora demostración de poderío disuasorio que permita sobrevivir. Un mundo desdibujado más allá de los escenarios, lo cual salvaguarda su vigencia y admite su traslación.

Los personajes son tipos duros, auténticas rocas unos, otros apenas de cartón piedra, amorales, algunos manifiestamente mezquinos, escuetos en sus gestos dentro de esta jungla en la cual la información es valiosa, preocupados por ocultarse, por protegerse mediante la delación y desgaste de los demás.

Pero todos, federales, policías, camareros, traficantes, ladrones, asesinos, mafiosos, soplones, hasta la piba, tan brava y más astuta que muchos, son sorprendentemente ocurrentes. Hablan igual, lo cual los condena a un perfil demasiado semejante, dado que sus palabras son el primordial testimonio de su carácter. Éste es un mal extendido, a la vez que uno de los encantos anhelados de esta casta de novelas.

Leídos alumno y maestro, sólo queda hablar algún día del eje entorno al cual gira este discurso. A ver si este verano hay un momento libre para Elmore Leonard. Encima de la mesa está esperando "Fulgor de muerte", en la edición de la mítica colección "Crimen & Cía", de Versal.

Más información sobre George V. Higgins y "Los amigos de Eddie Coyle".

domingo, 10 de junio de 2012

"No tengo miedo", de Niccolò Ammaniti


Pues yo sí que tengo miedo. De que una novela tan interesante como ésta pueda pasar, de nuevo, desapercibida.

Niccolò Ammaniti será lo que sea en Italia. Incluso, a lo mejor, en Europa.

Aquí, sencillamente es un autor, publicado en su día por Mondadori sin gran repercusión, en el que ahora se ha fijado Editorial Anagrama, o en el que le han dicho sus nuevos amici que se fije, y del cual va a editar, mejor dicho ya está en ello, sus dos últimas obras además de recuperar otras dos anteriores, es de suponer que las más celebradas.

Una de éstas es "No tengo miedo", y no creo que ni el Premio Viareggio que lo subtitula, el cual, seamos sinceros, suena bien pero no nos dice gran cosa, ni la portada, con lo que tiene toda la pinta de ser el fotograma de una película que no sé si se ha estrenado en España, sean atractivos suficientes para derrapar ante el escaparate de una librería.

Y sería una pena. "No tengo miedo" es un singular ejemplo de lobo feroz con piel de ameno cordero. Pero dicho cuero, agradable al tacto, tampoco levanta las pasiones necesarias para encender la mecha de un boca a boca, como quedó demostrado hace diez años.

Lo que arranca como un cándido y manido ejemplo de costumbrismo rural, un humilde émulo ítalo de Miguel Delibes que no iguala ni su maestría ni su sensibilidad, carente de la arqueológica riqueza de vocabulario, pero digno, humilde, sobrio, y respetado por una traducción austera e impecable por parte de Juan Manuel Salmerón, pronto evoluciona artero, sin descubrirse completamente, hacia una cruel novela de iniciación, de traumática y drástica pérdida de la inocencia.

Aparentemente, "No tengo miedo" es un eficaz cuento contemporáneo, nítido y sin complicaciones, que acepta y reinterpreta las reglas tradicionales del género, e integra actualizados todos los elementos característicos. Los personajes son representaciones de un abanico de caracteres reconocibles, humanos, ambiguos y complejos, reales. Los comportamientos queda demostrado que acarrean consecuencias. Hay una perceptible intención docente y, por supuesto, tras una dosificación de la información y un dominio de los tiempos, se cierra con una moraleja imprescindible.

Pero, como en todos los buenos cuentos, en los clásicos, hay mucho más. Y pistas para encontrarlo.

Contar la historia desde el punto de vista de un ingenuo y bienintencionado muchacho de nueve años es el recurso del que se sirve Niccolò Ammaniti para utilizar su perplejidad como justificación congruente de los cabos que quedan sin atar. Y todas esas cuestiones sin respuesta expresa son la demostración, no de la posibilidad, sino de la necesidad, de la obligación de inquirir en el texto, ahondando para desentrañar la inspirada denuncia de derrumbe moral y de ruina social que contiene, amoldada al ámbito local mas perfectamente extrapolable.

Lo dicho, muy recomendable la lectura de este relato perturbador, incisivo y pedagógico que procura una lectura sencilla, muy grata a la vez que reflexiva. Ejemplo de excepción que confirma la regla: Una segunda oportunidad que, en mi caso particular, sí ha resultado buena.    

Más información sobre Niccolò Ammaniti y "No tengo miedo".

lunes, 4 de junio de 2012

"El jardín colgante", de Javier Calvo.

Cuánto añoro a Felipe Benítez Reyes. A la espera de una novedad suya en prosa, me vengo conformando con Javier Calvo.

Algo hay en él, intangible y difícilmente explicable, que me hace pensar que su sitio no estaba en Mondadori, menos en Seix Barral, sino en Tusquets junto a "Juegos de la edad tardía", a la cual las primeras páginas de "El jardín colgante" evocan.

Lo mismo que lo hace merecedor, en mi particular dieta, de la condición de suplente del nostálgico mago de las palabras gaditano. 

A primera vista puede parecer que poco tienen en común. Uno es un poeta, el otro un tipo con sentido común. No es que sean condiciones excluyente o incompatibles, es más bien que Felipe Benítez Reyes destaca por su sensibilidad y la brillantez de las imágenes que propone, mientras Javier Calvo posee un estilo eficaz y relativamente sobrio, en el que sobresale la incontestable sensatez de sus símiles.

Uno es temerario, el otro práctico. Uno escribe como desearía hacerlo yo, el otro escribe lo que me gusta leer. 

El hecho de compararlos ya los vincula. Pero no es argumento suficiente. El nexo principal está en la compartida atmósfera que busco, y encuentro, en los libros de ambos. Un sutil ambiente de frivolidad e intrascendencia, una tenue y saludable propensión al esparcimiento, producto de una concepción del oficio como juego, espectáculo o entretenimiento, que se refleja en una superficial y aparente trivialidad, y en unos personajes premeditadamente dibujados con un puñado de nostalgia y afecto para que sean reconocibles y aceptados.

El inofensivo aspecto del entorno y los comediantes permite introducir soterradas reflexiones trascendentales o, centrándonos ya en el  "El jardín colgante" , transmitir la furia e indignación que últimamente han germinado en Javier Calvo. Un enfado y un dolor que no se perciben, al menos con esta intensidad, ni en "Mundo maravilloso" ni en "Corona de flores", o no trascienden tan manifiestamente como el cinismo y escepticismo que supuran las páginas recién leídas.

Javier Calvo mantiene su estilo ameno, demuestra el dominio del lenguaje y del ritmo, y nos ofrece una lectura grata y asequible a cambio de tolerar solidarios su cara más descreída y audaz. Esta vez, preocupado por mantener el control y la calma, para hablar de nuestra desastrosa situación y de la hipocresía imperante, se distancia hasta el reciente pasado de la Transición y aprovecha, matando dos pájaros de un tiro, para exponer las vergüenzas comunes, los vicios y lacras endémicos.

Sin embargo, algo más tienen en común Felipe Benítez Reyes y Javier Calvo. Sus obras son irregulares. Mucho más las del lírico, quien, que cuando se adentra en los reinos de la prosa, evidencia que únicamente está cómodo si ha de recorrer distancias cortas. Cuando se ha aventurado a travesías más largas, se extravió por caminos literarios sucesión de momentos cumbres y abúlicos valles, incapaz de desarrollar un relato sostenido, de imaginar una historia ponderada.

Menos grave es el caso de Javier Calvo. Sus faenas son lucidas, artísticas tanto con el capote como con la muleta, las tandas son largas y ligadas con ambas manos, pero, tanto en "Mundo maravilloso" como en "Corona de flores" los toros fueron arrastrados sin desorejar por culpa de la espada. En "El jardín colgante" la estocada es mejor, hasta la bola y, aparentemente, en todo lo alto, aunque un poco tendida, colocada sin arriesgar, con profesionalidad pero cómodo, sin acabar de transmitir.

No es el único con ese problema.

Más información sobre Javier Calvo y "El jardín colgante".